Entrevistas

"Todo el mundo ve cosas que no puede contar"

-A quienes sostienen eso de que la realidad supera la ficción, se lo ha puesto difícil con su última novela.

-No se crea, mi última novela es realista, casi naturalista.

-¿Realista, dice, la historia de un tipo que suele encontrar hombrecillos en los bolsillos y los cajones?

-Seguro que todo el mundo ve cosas que no cuenta. Los niños, por ejemplo, ven continuamente cosas que saben que no pueden contar. Y es que, cuando alguien ve algo que el resto de gente no ve, sabe que debe callarse. Es algo que forma parte de la carga de secreto que todos llevamos. Supongo que esos dos planos: lo que es secreto, y nadie debe conocer, y la vida "normal", lo que puede contarse, es algo que me atraía mostrar.

-Además de a Gregorio Samsa, su protagonista me recuerda al Gulliver de Swift, sólo que no naufraga en las costas de Liliput, tiene Liliput en su propia casa. ¿Tuvo en cuenta este referente?

-La verdad es que no. Mis hombrecillos tienen que ver muy poco con los de Gulliver.

-No creo que sea sencillamente cuestión de altura, ¿qué serían esos hombrecillos?

-Los encargados de cumplir con los deseos de nuestro lado oscuro; alguien que hace realidad nuestras peores fantasías. Esbirros de lo inconfesable, del desorden, del salto moral. Imagino que, literariamente, formarían parte de la tradición del doble: Dostoyevsky, Maupassant, Stevenson...

-"La vida es un regalo envenenado, absurdo", dice su protagonista. ¿Qué piensa usted?

-Pues lo mismo, que la vida es un regalo absurdo y envenenado. Eso no quita que haya ratos excelentes.

-Explíquese, por favor.

-Sí, ratos excelentes, momentos que te cambian la vida... Y es por lo que la vida tiene de azar, de arbitrariedad. El azar es la atmósfera en que nos movemos, en la que vivimos sumergidos. Te paras a pensar y te das cuenta de que las grandes cosas que te han ocurrido en la vida, en su mayoría han sido en realidad fruto del azar: Estar en un lugar en ese momento y no en otro, un cambio de idea en el último minuto convierten tu vida en otra cosa distinta de la que hubiera sido...

-En su caso, en vez de un refugio, la fantasía tiene algo de territorio inhóspito, nada tranquilizador. ¿Cuál sería el cometido de la fantasía?

-La fantasía es una instancia de la realidad, algo así como una segunda residencia. Hay gente que va sólo en vacaciones y gente que va todos los fines de semana. A mí me cae cerca y voy todos los días.

-El hecho de que la visite tan a menudo, parecería responder a un deseo de huida de la realidad, ¿ésta no basta?

-Lo que llamamos realidad sólo es una esquina de la realidad.

-La realidad es una esquinita, ¿ y qué sería el resto?

-El ser humano tiende a trazar fronteras -la noche y el día, el delirio y la realidad, el sueño y la vigilia- en terrenos que no están tan separados. Con esas dualidades establecidas se siente más tranquilo, porque es inquietante pensar que el delirio forma parte de la realidad... Alguien que no se haya sentido raro en la realidad hará bien otras cosas, pero no escribir. Es la extrañeza frente a lo cotidiano lo que lleva, al menos a mí, al territorio de la novela. Cada uno busca la manera de adaptarse a la realidad, de pactar o convivir con ella y en mi caso, como le digo, quizás en el caso de los escritores, es la novela, la literatura.

-¿Qué cree que busca el lector cuando elige un libro de Juan José Millás?

-Desfamiliarizarse de lo cotidiano para llegar a otros lugares de eso que usted llama realidad.

-¿Y a qué responde esa necesidad de desfamiliarizarse de lo que usted llama "lo cotidiano" para alejarse de lo que yo llamo "realidad"?

-Al deseo de ir más allá de la realidad opaca de cada día. A lo mejor sólo buscamos resolver nuestra relación con lo cotidiano, presuntamente inofensivo; asomarnos a la cara oculta de esa realidad, a la parte de atrás, para descubrir su mecanismo y sus trampas.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios