Julio Manuel de la Rosa. Escritor

"La vida de Cervantes es un misterio, es su mejor novela"

-En la sesión de fotos he pensado en el fotógrafo de Las babas del diablo, el relato de Julio Cortázar...

-Estuvo junto a Rafael Conte y Fernando Quiñones de jurado en un premio que gané con un relato sobre la Guerra Civil. Lo convocaba el diario Informaciones y la gente se puso muy nerviosa porque vino Fraga a entregarlo. Quiñones no le quería dar la mano. Me lo dio Fraga y después lo censuraron.

-¿Conoció a Cortázar?

-Ese día estaba muy público. Al día siguiente él había quedado con una hispanista alemana, muy pesada por cierto, y vi el cielo abierto cuando empezó a hablar de boxeo. Del combate en el que un boxeador argentino, Miguel Ángel Firpo, mandó a la lona, junto a la mesa de los periodistas, a Jack Dempsey. Yo soy muy aficionado al boxeo.

-¿Y fue boxeador?

-Fue gracias o por culpa de un tío mío que era médico militar. Yo tuve lo que se llamaba con mucho dramatismo un ganglio, que ahora se cura con una inyección de penicilina pero entonces me tuvo un año sin ir al colegio y haciendo reposo. Un año maravilloso porque me dediqué a leer. Pero salí muy pachucho y mi tío Alberto me mandó a un gimnasio que tenía un señor que había sido su asistente en la Guerra Civil. El gimnasio de Paco Márquez, que era entrenador de boxeo. Contraviniendo las órdenes de mi tío Alberto, empecé a hacer guantes y peleé cuatro combates.

-¿Con qué historia se pelea en la actualidad?

-Llevo dos años con una novela de la que sólo diré el título, El laberinto del Príncipe, y estoy con un ensayo nada académico ni profesoral, una aproximación a Juan Benet y Faulkner.

-Quiñones y Benet. Ha citado a dos autores finalistas del Planeta.

-Juan Benet lo hizo por una apuesta con sus amigos Javier Marías y Alejandro Gándara, que decían que no era capaz de salir del mundo de Región y de su entramado estilístico y lingüístico para hacer una historia con presentación, nudo y desenlace. Les dijo que eso lo hacía en un rato y ganaba el Planeta. No lo ganó, pero El aire de un crimen no estaba nada mal.

-En 2016 se cumplen cuatro siglos de la muerte de Cervantes y Shakespeare. ¿Son abanderados del pugilato y la hegemonía de sus idiomas respectivos?

-A Shakespeare lo conozco menos. Y eso que la vida de Cervantes es un misterio, un secreto, es su mejor novela. Un secreto que no lo es menos por la monumental biografía de Astrana Marín o los estudios de Francisco Márquez Villanueva, al que tuve de profesor en el San Francisco de Paula y a quien debo en parte que me dedicara a escribir. En el Canon, Harold Bloom sugiere a quienes no tengan claro a quién leer, que lean a Cervantes y Shakespeare, también a Dante.

-La primera lectura que deslumbró a Bloom fue Moby Dick. ¿A usted?

-Robinson Crusoe.

-¿Dónde ha sido más fértil su magisterio, en el periodismo o la literatura?

-Hay bastantes alumnos que llegaron a directores de periódico. No sé si les serían útiles mis clases sobre el Ulises, Cernuda o La Regenta. Los talleres de creación literaria son más tardíos. Hice uno de tres sesiones sobre Faulkner. Sus textos, porque su biografía era muy lineal. No salía de su granja.

-La película Amanece que no es poco hace una broma con Faulkner. ¿Hay papanatismo?

-Hay seducción. Que le preguntaran a Benet. Todos somos hijos y nietos de alguien. Hay que saber superarlo, ponerlo en su justa medida. Como el aprendizaje de montar en bici.

-¿Quedan narraluces?

-Al menos los tres que nos presentamos a un curso de verano de la Universidad de Cádiz en San Roque. Aquilino Duque, José María Vaz de Soto y yo.

-¿A quién harían temblar sus Memorias?

-A nadie. Por eso no las voy a escribir. Ni tengo tantas cosas nuevas que contar ni me sentó tan mal el café. No vale la pena contar el chascarrillo de cierto trepa local.

-¿Dónde le lleva el centenario de Platero?

-Al viaje que hice a Moguer para contar en Triunfo la historia del viejo que había conocido a Juan Ramón.

-¿Le aturde este tiempo?

-Soy un niño de la posguerra y no voy a presumir de necesidades. Este tiempo me decepciona; me entristece ver a muchachos jóvenes hipnotizados, ensimismados manejando esos aparatitos, la pésima ortografía de sus mensajes triviales. Ser niño de posguerra me enseñó a adaptarme y tengo mis mecanismos de defensa: mis amigos, mis pequeñas tertulias, la compañía fiel de los libros. Ya tengo cierta edad y cuando aparecen los primeros brotes del otoño pienso a qué autor voy a releer en la temporada otoño-invierno, porque puede ser mi última lectura. Este otoño puede ser Henry James.

-¿No sigue novedades?

-No estoy al margen de lo nuevo. Me gusta mucho Coetzee. Y dos obras magistrales, La carretera, de Cormac McCarthy, e Intemperie. Me gustaría preguntarle a Carrasco, al que no conozco, si ha leído la novela de McCarthy. Son dos novelas similares, con la particularidad de que una sucede en invierno y la otra en verano.

-Nació en 1935. Nominaron a Unamuno para el Nobel y fue el único año que quedó desierto...

-Fui muy devoto de Unamuno, ahora me resulta muy pesado. Mi padre iba a sus clases en la Universidad de Salamanca.

-¿El realismo es mágico?

-No todo. El realismo de Baroja no es mágico. Es recio y moral. Es mágico cuando Pedro Páramo llega a Colama o el barón Cósimo Piovasco di Rondó decide subirse a los árboles. Es la intuición de Rulfo, de Calvino, García Márquez.

-Generacionalmente, podría ser el padre de Susana Díaz, Moreno Bonilla o Antonio Maíllo. ¿Hijos pródigos, niños prodigio?

-Tienen el privilegio de la juventud, un privilegio que pasa pronto. Yo de la política no estoy cansado, estoy asqueado. Lo primero que tenemos que hacer en este país es superar la crisis moral que padecemos. Lo que decía un pariente mío que era muy pulcro: primero lavarse y cuando tengamos las manos limpias y las uñas cortadas, ya nos podemos sentar a la mesa. Es que el señor Pujol no es más que uno más. Se ha pasado pero es uno más.

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