España

Cambio de papeles

EN 2007, antes de que la crisis pusiera patas arriba al mundo civilizando, la entonces vicepresidenta primera del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, paseaba por el Congreso de los Diputados una mirada altiva, un cierto desdén en el trato al resto de mortales y unos andares de estrella cinematográfica -quizás del gusto de Federico Fellini- que molestaba incluso a muchos de sus diputados. Esas maneras, muy alejadas del estilo socialdemócrata tradicional, representaban el esplendor de un zapaterismo que, pese a la fragilidad mostrada en el debate territorial y en la negociación con ETA, vislumbraba un segundo mandato.

Todo aquello se cayó en mayo de 2010, cuando la crisis obligó a Rodríguez Zapatero a gobernar a contrapelo de su propio programa y de su propia ideología. Como consecuencia de ese triple salto mortal, que no sirvió para frenar el incremento del paro, que está en más de cinco millones de desempleados, según la última Encuesta de Población Activa (EPA), el PSOE perdió el pasado mes de mayo las elecciones municipales y autonómicas, y, en noviembre, los comicios generales. Con respecto a los de 2008 se dejó en la gatera nada menos que cuatro millones de parados.

Pues bien, en pleno proceso de sucesión de Rodríguez Zapatero, con Alfredo Pérez Rubalcaba y Carme Chacón como precandidatos, el aparato socialista no parece haberse enterado de nada.

O al menos eso se desprende de la negativa del secretario de Organización y máximo guardián de las esencias socialistas, Marcelino Iglesias, a que los dos contendientes puedan debatir públicamente cara a cara. Para justificar su decisión, se limitó a decir que no era el "momento procesal". ¿Después de una derrota tan severa, la más importante de su historia desde la restauración democrática, no es el momento procesal para la democracia?

Sólo en este terreno, apostando por primarias con electores y simpatizantes, listas abiertas, debates a cara de perro, transparencia, méritos, rechazo del clientelismo, valía profesional, etcétera, hallará el Partido Socialista el camino de la recuperación tras el doble golpe en las urnas.

Esa transición segura que algunos defienden, con Pérez Rubalcaba como principal beneficiario, puede tener sentido, tras doce años de zapaterismo, pero corren el riesgo de llevar al socialismo democrático español a despeñarse en la más absoluta irrelevancia por darle la espalda a la gente y al futuro.

Si en el PSOE todavía no se hacen a la idea de que la alfombra roja del poder ya no está bajo sus pies -no hay nada más que ver cómo se manejó el portavoz del Grupo Socialista, José Antonio Alonso, en el Congreso de los Diputados en el último Pleno-, en el Gobierno de Mariano Rajoy no acaban de coger el tono institucional que conlleva el poder, tanto poder. En la revalidación del decreto ley del primer gran ajuste protagonizado por los populares, el ministro de Hacienda y Administraciones Públicas, Cristóbal Montoro, pareció por momentos un esforzado diputado de la oposición. Quizás, si el compareciente en la tribuna de la Cámar Baja hubiera sido el presidente, tal como tocaba, el Gobierno hubiera estado a la altura del ajuste más importante de la historia de la democracia.

de San Jerónimo

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