País Vasco

Urkullu es un regalo de los dioses

  • Como ocurría con Imaz, la prensa nacional dulcifica la imagen del líder del PNV.

Cuando 2004 subió al marcador, un soplo de alivio y esperanza se instaló entre los líderes del Madrid político. Alivio porque Xabier Arzalluz, lo más parecido al demonio en la familia del nacionalismo vasco, colgaba las botas. Esperanza porque le sustituía un hombre de corte moderado y discurso aparentemente conciliador. Debutó Josu Jon Imaz y desde el minuto inicial contó con la complicidad del aparato estatal.

Ibarretxe presentó su plan en octubre de 2003. Imaz no había llegado, pero sí estaba el 30 de diciembre de 2004, cuando el Parlamento autonómico aprobó el texto, y a comienzos de 2005, cuando el Congreso rechazó el proyecto sin demasiadas contemplaciones. ¿Qué empujó a los analistas a conceder tantas virtudes a un dirigente que oficialmente nunca ha dejado de profesar la fe del iluminado Sabino Arana? Quizás simplemente el deseo de imaginar la realidad mejor de lo que es.

Aunque el olvido histórico sea la tendencia, al PNV le puso babero y pañales Arana, que también se inventó la ikurriña, el euskera homogéneo (y muchas veces castellanizado) que hoy se practica y términos tan entrañables como maketo, que permiten al observador distinguir al noble oriundo de la “raza española”, caracterizada por ser “corrupta, inmoral y degenerada”. Curioso que el mesías reculara poco antes de morir. En otro arrebato, esta vez lúcido, quiso disolver el partido y crear la Liga de Vascos Españolistas. Demasiado tarde.

Imaz tomó las riendas de esa misma formación. Y se fue, según los exégetas, porque su sensibilidad posibilista chocaba visiblemente con los sueños de secesión del también iluminado y mesiánico Ibarretxe. Para desatascar las cañerías, Imaz negoció con Egibar, que viene a ser una especie de Arzalluz más joven y feo. La idea era pactar un candidato ideal a la Presidencia del PNV sin que el debate se convirtiera en un pulso fratricida. Sonó y coló Íñigo Urkullu, y de nuevo el poderoso periodismo central se arremangó y redactó un veredicto halagüeño. Triunfaba un íntimo de Imaz, un señor templado, casi un lord inglés. El porvenir, la convivencia entre opuestos y la estabilidad estaban garantizadas en el díscolo norte español. Hurra.

En realidad, todo se repite. Urkullu no es un milagro, es del PNV. Ya ha dicho que piensa hablar con Batasuna. Buen primer paso para despertar del sueño melifluo a quienes insisten en vivir de la ficción. Tampoco le hace ascos al segundo plan Ibarretxe, que considera encajable en la Constitución si media una “interpretación generosa”. Claro. De generosidad, los nacionalistas vascos saben muchísimo. Es increíble la miopía del maketo. El concierto económico desmonta cualquier sospecha de egoísmo.

Que se entere la audiencia: Urkullu es un regalo de los dioses. ¿A qué metas le empujará su altruista desinterés? El País Vasco ya lo tiene casi todo. Le queda, básicamente, la independencia. Y, como dice Duran i Lleida, los nacionalismos nunca dejarán de pedir. Pues que la pida. Y que Madrid baje de la nube.

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