II aniversario del triunfo del pp ¡

Dos años, a dos velas, una luz...

  • Rajoy se ve capaz de reconciliarse con su apaleado programa en el ecuador de la legislatura.

Rajoy lanza un beso a los simpatizantes del PP desde el balcón de la sede de Génova tras su arrolladora victoria del 20-N de 2011.

Al presidente del Gobierno se le pueden hacer muchos reproches ahora que atraviesa el ecuador de la legislatura -la ocurrencia de José Luis Rodríguez Zapatero de adelantar cuatro meses las elecciones generales a una fecha tan evocadora como aquel 20-N del 2011 no le sirvió de nada y el PSOE fue arrollado como nunca-, pero Mariano Rajoy rezuma estos últimos días humanidad, solidario con el sufrimiento que sus decisiones generan, aunque sigue enrocado en que no le quedaba otra: "Quiero dar las gracias a los españoles, sé que hay mucha gente que vive momentos de dificultad", proclamaba el miércoles, día de esa efeméride que se presentó lastimosa de manos a boca con una tan grande como la de los asnos, en la que cabe un tren, tal como la trituradora que ha dado cuenta del programa del PP.

La mistificación comenzó apenas diez días después de la investidura de nuestro presidente del Gobierno, con el mazo dando a una de sus más solemnes promesas a esos desencantados a los que reclama indulgencia, la de no subir los impuestos: así, el 30 de diciembre de 2011 anuncia que se eleva el IRPF entre el 0,75 y el 7%. Siete meses después, subida del IVA al canto. De cine (incluido). La excusa: no engañó, le engañaron, las dimensiones del déficit público eran mucho más grandes que las consignadas por Zapatero, la "peor herencia" jamás recibida por un presidente del Gobierno, según Rajoy.

Por la picadora también han desfilado sus ofrendas a la confianza del electorado de no tocar la sanidad, la educación, los derechos laborales, las ayudas a la dependencia o las pensiones. Así que dos años después de llegar en volandas a La Moncloa, la calle se caldea. Con la legión de parados, desahuciados y cabreados en general, el Ejecutivo popular ya tuvo que soportar 36.000 manifestaciones -una media de casi 120 diarias- en toda España durante su primer año de mandato. Por cierto, para aplacar la ira ingente -y de paso hacer caja- ya está en corrales una ley de seguridad ciudadana que establecerá onerosas multas por participar en escraches o en concentraciones no autorizadas por la autoridad (más o menos) competente.

El presidente del Gobierno también aseguraba el pasado mes de julio que el Estado no apechugaría con las ayudas a la banca, cuando lo cierto es que se dan por perdidos (engordarán la deuda pública) 36.000 de los 52.000 millones inyectados a las cajas de ahorros peor gestionadas, una pasta equivalente al montante de los recortes en sanidad y educación, por cierto.

La desafección hacia las políticas del PP arrecia torrencial. Su desgaste demoscópico es evidente y las encuestas, pese a la alta cocina del CIS, le auguran un desaguisado. Y peor le va al PSOE. Los emergentes UPyD e IU se afianzan como respectivos socios virtuales. Y Rosa Díez hace tiempo que lidera la clasificación de líderes. Seguida de un tal Cayo Lara, reconocido por mucho ostracismo que le echan la mayoría de medios. Pregunta: ¿vamos a asistir al principio del fin del bipartidismo? ¿O es que son legión los que les da vergüenza confesarse ante el encuestador y PSOE y PP hacen acopio de voto oculto? Las europeas resolverán dudas.

Al descrédito de la clase política -y sindical UGT mediante- contribuyen chutes de desfachatez como esa petición de indulto de 45 de los 54 diputados del PP en las Cortes valencianas para un ex alcalde de Torrevieja condenado por falsear documentos y prevaricar al adjudicar los contratos de recogida de basuras. Con la amenaza latente del fantasma de Bárcenas, por muchos proyectos contra la corrupción que presente el Gobierno de Rajoy -anuncia 40 medidas antes de que acabe el año-, estos chuscos episodios, bien aliñados por el inefable ex presidente Francisco (Wally) Camps, le dan al PP el mismo crédito que a un espía sordo.

Otro golpe en la espinilla de las promesas del PP que acaban de salir por piernas: el candidato Rajoy prometía regeneración democrática y proponía que 12 de los 20 miembros del Consejo General del Poder Judicial los designara el propio gremio, pero el presidente Rajoy ha consumado un nuevo reparto de cromos entre PP y PSOE, tal como estableció el Gobierno de Felipe González en 1985. Ya lo rotuló Alfonso Guerra: "Montesquieu ha muerto". Y el PP lo entierra.

Y Rajoy proclama que lo peor ya pasó, al trote de sus impepinables medidas. "Ya se ve alguna luz, pero queda todavía mucho camino por recorrer", dice. Y la Comisión Europea sigue considerando insuficientes sus ajustes y le ha invitado a recortar otros 35.000 millones en tres años. Y no se amilana.

Como Churchill. "El éxito es la capacidad de ir de error en error sin perder el entusiasmo", decía el estadista británico. Rajoy también sabe sufrir las acometidas de los alemanes, que no nos perdonarán un duro de las ayudas. Incluso se crece y se ha declarado decidido a mantener su Gobierno intacto hasta agotar la legislatura. Algo inédito. Algo increíble. Vamos a Wert.

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