La caja negra

La felicidad en la primera planta de Génova

  • Ayuso cumple con lo que su hinchada le exigía: echar a Iglesias de la política española. Casado puede ser presidente.

La celebración en Génova

La celebración en Génova / M. G. (Madrid)

La sede de Génova tiene siete plantas. La primera es del PP de Madrid, precisamente la que tiene el balcón principal donde anoche vimos a Pablo Casado y José Luis Almeida cantar victoria junto a Miss Liberty, una Díaz Ayuso a la que su hinchada ha pedido durante todo la campaña electoral que sacara a Pablo Iglesias de la política española. El primer favor fue que desalojara la Moncloa.

El segundo que lo redujera a la nada. Iglesias, malévolo sembrador de la discordia, obtuvo un resultado pobre, pobrísimo para quien procedía de una insulsa Vicepresidencia del Gobierno, aunque la verdad es que el cargo atraía poco a quien se aburre con la gestión de un presupuesto, el instrumento con el que verdaderamente se puede cambiar la sociedad, y disfruta como un cochino en el charco de las teorías, los debates, los argumentarios, las confrontaciones y otras deliberaciones basadas en el humo y el blablablá. No, no hay que ser derechas, ni siquiera de centro, para concluir que Iglesias es un muñeco de cera que arde en cuanto alguien serio enciende un mechero.

Se han necesitado pocos años, aunque hayan sido intensos gracias a la gente de buena fe que confió en el líder morado en tiempos de crisis económica. Líder con pies de barro para una política charlatana, marquetiniana, cortoplacista. Lo vimos claro desde sus primeras comparecencias en las tertulias nocturnas de aquel plató derechizado de Intereconomía. El personaje era, siempre ha sido y es fatuo. Y la verdad siempre es hija del tiempo. Se han salido con la suya quienes le exigían a Ayuso el pasado miércoles en el Club Siglo XXI que sacara a Pablo Iglesias de la política española.

Lo que parecía para el PSOE una pequeña batalla o escaramuza en una isla lejana (Midway /Murcia) se ha convertido en una derrota de los portaaviones de la izquierda española en un cambio de tendencia de consecuencias todavía poco predecibles. Por primera vez en tres años, Pedro Sánchez pierde la iniciativa política. Tendrá que replantearse la estrategia que puede pasar necesariamente por un adelanto electoral en cuanto los fondos europeos y la vacunación lo permitan. Casado se la jugaría en ese adelanto, porque con el ejemplo de Madrid, voces habrá que no le permitan más de una tercera derrota…

Una clave importante será la puesta en marcha de un Gobierno del PP en Madrid sin la participación de Vox, lo que podría despejar miedos y abrir un discurso de concentración de voto en el centro derecha que podría aprovechar Moreno en Andalucía. “Dadme una mayoría fuerte y gobernaré solo, Vox solo apoyará desde fuera”. Eso, siempre, que demos a Ciudadanos por muerto. Y por primera vez se intuye que Casado puede alcanzar la Moncloa. ¡Sí se puede!, cantará el casadismo.

El vecino del primero está feliz en esa sede donde sobran despachos, salas, metros cuadrados... El del séptimo roza el júbilo. Se ha hundido el producto del blablablá, el tío de los discursos huecos, el sembrador de la discordia Iglesias deja la política para dedicarse a la charla. El de charlista fue un oficio muy rentable en ciertos tiempos de principios del siglo XX. Iglesias siempre tendrá su público, gente que alimente su ego, que lo oiga con buena fe. No será el primero ni el último. Han sido siete años de venta de crecepelo desde aquellas elecciones europeas en las que logró cinco escaños a raíz del movimiento del 15-M. La incoherencia entre el discurso y la práctica, una evidencia en pocos años; las polémicas por los casos judiciales y los no judiciales, y su fugacidad en diversos puestos, han dejado en jaque un proyecto que nació del descontento de un sector de la población y de una izquierda que llevaba años y elecciones tocando techo (Izquierda Unida).

Ayuso ha cumplido echando a Iglesias, lo que le pedían sus partidarios de forma insistente. Ahora le queda demostrar que ella no es un producto de la sociedad de consumo (política) en una sociedad fatua y sin memoria.