Feria de Málaga

Primeras lecciones para convertir el agua en vino

  • La primera jornada de Feria se vivió ayer con intensidad en una Málaga atestada, propicia para la confusión tanto durante el día como durante la noche · Mientras el Gobierno convoca sus gabinetes de urgencia para la crisis, aquí los problemas tienen más que ver con mantenerse en pie y seguir vivo

Pocas veces se ha visto tanta gente congregada a la puerta del Málaga Palacio como en la noche del viernes. Cerca de las 00:00, la cantidad de criaturas que se apiñaban para hacerse con un rizo de Bisbal antes de que la estrella saliera del establecimiento camino de La Malagueta habría bastado para llenar cualquiera de los bares que por entonces se hallaban tan vacíos. Por allí andaba también Lewis Hamilton, el piloto, a la sazón actual pareja de una de las Pussycat Dolls y a quien ayer le robaron algunas maletas antes de subir a un coche, lujoso, pero de los de toda la vida. No sé, si hubieran aparecido George Lucas, Salman Rushdie, Angela Merkel, Stephen Hawking o Carla Bruni allí mismo, casi debajo de los fuegos, como para animar la fiesta, no habría resultado extraño. El episodio resultó así un excelente preludio para la primera jornada de Feria, el acontecimiento definitivo en el que todo se confunde y en el que, como un carnaval dionisíaco de proporciones babilónicas, cada uno puede disfrazarse de su monstruo favorito. Sólo durante la mañana se reunieron en el centro legionarios (de los de Viator y de las centurias del César), religiosos de órdenes mesopotámicas, artistas del alambre, mimos, músicos, políticos vestidos de flamencos apoyados en una sola pata, vendedores de cupones borrachos, saltadores de fuentes, estrellas del celuloide y policías locales abnegados por el cumplimiento del servicio y el mantenimiento del orden público. Todos convivían en una bacanal de calor (aunque Apolo tuvo misericordia y no apretó demasiado las puertas), empujones, torsos descubiertos y la definitiva canción del verano: un ruido ensordecedor y nada cantabile. El Ayuntamiento, lamentablemente, ya no podrá sustituir a Georgie Dann por Stockhausen. Demasiado tarde.

como en caná

La ofrenda floral retuvo sus detalles más tradicionalistas, con la comitiva vestida de peineta y traje largo. A su alrededor pululaban decenas de individuos vestidos con camisas de manga larga arremangada, cabelleras engominadas y cara de tener unas ganas enormes de pedir la acreditación a cualquiera. Pasión Vega, la abanderada, se mostró espléndida (como de costumbre) a su llegada a La Victoria y no cejó un momento en su fotogénica sonrisa, si alguien declarara la república en esta ciudad deberían emplearla como la libertad guiando al pueblo. El público la jaleó con ganas. Dentro, en la eucaristía de rigor, resultó significativa la lectura del pasaje del Evangelio que describe el primer milagro de Cristo, la conversión del agua en vino en las bodas de Caná de Galilea. Venía que ni pintada. El presbítero, gozoso ante la basílica llena, interpretó en su homilía aquella gesta del Nazareno como "una invitación a los jóvenes que se casaban a que vivieran felices, incluso a que cogieran un puntito, aunque sin pasarse, sin llenar a ponerse ciegos". Y, claro, aprovechó para exhortar la misma recomendación a los fieles para esta Feria. No muy lejos, en la puerta del contiguo Hospital Pascual, un señor cantaba por fandangos y se pelaba unas gambas mientras se bebía unos finos, como dando la razón al sacerdote, te alabamos Señor. Parecía quedarse ciego de por vida, como esperando que un mesías le llenara los ojos de barro.

melopea a mansalva

Pero, claro, el caso que se rindió a esta declaración apostólica fue mínima. Quien pudo no se lo pensó dos veces y transformó el agua en vino, a pesar de la sequía, a pesar de que, si no llueve, pronto habrá que comprar el líquido elemento a Carboneras, para que la traigan en barcos. La Feria se cogió ayer con muchas ganas, con ansias de apretarla al máximo. Ya al mediodía y a la bendita hora de la siesta los equipos sanitarios intervenían en los primeros excesos etílicos y la Plaza de la Merced adquiría ese olor a humedad pagana que durará hasta los últimos toros. Lewis Hamilton segía buscando sus maletas. Una señora recién llegada de Aragón se quejaba al camarero que la atendía de que le acababan de robar el monedero, "y mira que hay que tener cuidado en esta ciudad", decía ofendida, "la gente es muy amable, pero la delincuencia mucha". Bajo la portada de las biznagas, en calle Larios, era del todo imposible dar dos pasos: todo el mundo se había citado allí. Especialmente conmovedores resultaban los reencuentros tardíos, aquellos que parecen producirse sólo de año en año, de Feria en Feria, pero hombre, cuánto tiempo, acabamos de llegar de Salamanca, qué gordo estás. Antiguos compañeros recuperaban los abrazos. Es la Hoja de Ruta perfecta: cuando israelíes y palestinos entierren todas las hachas, vendrán a verse las caras a la portada de la Feria de Málaga. Ya veremos si para entonces quedan biznagas.

Nunca había hablado Málaga de manera tan fina, con tantas eses, como en esta Feria. Parece que todo Madrid está aquí metido. Un chico me salió al paso con un móvil pegado a su oreja y me preguntó mientras me señalaba a la basílica de La Victoria: "¿Eso qué es?". Le respondí, y él lo celebró con su interlocutor: "¡Tío, estamos en La Victoria!". Que le dure.

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