Feria de Málaga

Tonada de una Babel cosmopolita

  • A la hora de perder la cabeza las cuestiones culturales vienen a simplificarse bastante, pero una mirada atenta basta para demostrar que sí, que Málaga, durante la Feria, es un hervidero de lenguas y reacciones de lo más variopintas

¿Cómo se le explica a un sueco con los ojos vueltos que al rebujito no se le añade vodka, salvo que tenga un estómago a prueba de fusiones nucleares y una línea directa con el 061? ¿Cómo se convence a un respetable señor británico de pelo canoso y mohín sacado de Arthur Conan Doyle que esa panda de verdiales que tan irritadas parece haberle dejado las meninges practica uno de los folclores más antiguos de Europa y que puede encontrar expresiones artísticas parecidas en Nápoles, Túnez y la península de Anatolia? ¿Cómo se hace saber al turista estadounidense que tan hábilmente hace fotografías a una pandilla de mequetrefes con camisetas obscenas liderados por un cafre con megáfono que eso es así, que nadie les va a detener, que semejante procesión no se considera escándalo público y que si alguien no puede descansar en su casa o está enfermo no tiene más remedio que aguantarse, por más que su esposa se mantenga aferrada a su brazo, no me fío Steve, no me fío? Quienes consideran la reivindicación del vestido de gitana un atentado contra el carácter cosmopolita de la Feria de Málaga (como si la singularidad fuera enemiga de lo universal) pueden quedarse tranquilos: en Málaga, durante sus fiestas mayores, se hablan más idiomas y se reúnen más nacionalidades que en toda la Costa del Sol y el Poniente almeriense juntos. Y esta oportunidad no pasa inadvertida a quienes deciden arrimarse con alevosa curiosidad y practicar la caza del guiri, un deporte idóneo para estos días y más sano que el botellón. A la mayoría se les identifica con rapidez: no hay más que reparar en sus carísimas cámaras fotográficas y sus expresiones de asombro, además de los melindres escrúpulos. Pero otros han logrado ya mimetizarse y pasar inadvertidos entre los malagueños, de noche y de día. Especialmente a la hora de perder la cabeza y la vergüenza, las distinciones culturales y etnográficas carecen cada vez más de sentido.

Ayer domingo hubo una respuesta más contundente que la del sábado, cuando el Real había robado protagonismo al centro en una jornada de extraños vaticinios. Por la mañana, en el centro, ya a eso de las 12:00 se distinguían las tribus de feriantes que habían logrado salir con vida de la noche anterior y enfilaban hacia la Plaza de la Merced o la calle Granada abrazados o sueltos, dispuestos ya en su mayor parte a no tenerse en pie de entonces a un rato. Con más gente y más calor el entuerto se hizo mucho más decadente, con más botellones en las esquinas más inesperadas y cualquier árbol o recoveco empleado para los alivios orgánicos cuando aún no habían transcurrido dos horas. La que llamaron Feria del sur de Europa se llenó de adolescentes con las hormonas como sandías, modelitos que enseñaban nuevas camisetas con lemas de dudoso gusto ("A follar, a follar, que el Teide va a explotar"), señoras orondas que luchaban contra los elementos para bailar sevillanas, bandas de música que insistían en su pachanga machacona para disfrute de no pocos entusiastas, descamisados a los que uno no preguntaría la hora y otras adorables criaturas. Entre todas ellas, los forasteros hacían de las suyas: un portugués se encaramaba a una farola en la calle Comedias mientras alzaba un mojito como la Copa del Mundo que se le escapó a Cristiano Ronaldo, un francés demasiado borracho pretendía seducir con extrañas palabras que sonaban a improperios a cualquier ser articulado que se le pusiera por delante en la Plaza Uncibay, una dama alemana llamaba la atención a su esposo y le hacía reparar en el extraño modo en que se quedaban pegados sus zapatos en el suelo, un afroamericano muy alto con pinta de haberse perdido intentaba hacerse un plano de la situación en Molina Lario y un matrimonio escandinavo se lo pasaba en grande jaleando a un cantaor espontáneo mientras el resto de clientes de la terraza del mismo bar hacían caso omiso del mismo e ignoraban la posterior petición de limosna.

También se dejaron ver magrebíes, y cómo. Al toparse con ellos uno pensaba casi instintivamente en el Ramadán, por más que convenga, a todos los efectos, desligar los orígenes nacionales de las creencias particulares. Pero cabía acordarse de los musulmanes que viven en Málaga y que cumplen este mes con el ayuno preceptivo: hacerlo en Feria debe multiplicar sin duda los beneficios espirituales obtenidos del sacrificio. Reparar en una festividad religiosa de renuncia voluntaria como el Ramadán mientras la ciudad entera se deshace en miles de litros de alcohol y toneladas de comida servidas a estómagos perpetuamente insatisfechos constituye una de las paradojas más significativas de este Mediterráneo agotado por los sofocos solares.

También hubo, cómo no, visitantes foráneos en el Real durante el mediodía, interesados por las degustaciones de paella y callos a horas diametralmente contrarias a sus costumbres relacionadas con el almuerzo (¿Cómo va a meterse entre pecho y espalda un galés una ración de papas a lo pobre con huevo y chorizo a las 15:00? ¿Es que estamos locos?). No pocos se quedaron allí en guardia hasta la noche. "Its beautiful!". Sin duda. Pero, oiga, como en casa de uno, en ningún sitio.

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