En el Cortijo de Torres se vive la fiesta de las familias, de los caballistas y de los faralaes. Antes de las 14:00 ya empieza a sentirse la Feria con los cinco sentidos. Los enganches pasean por las calles del Real dejando su particular aroma, los altavoces cantan por sevillanas, las peñas ofrecen sus platos de degustación -callos, berza, migas y paella, por excelencia- y el ambiente ferial puede palparse en cualquier esquina.
Los volantes destacan entre la ropa de calle y no son pocos los que se atreven con el traje de corto. La sombra y los verdiales son la ecuación perfecta para aglutinar multitudes -no sin sus inseparables abanicos-, a pesar de que los aspersores no paren de expulsar agua, en un intento por refrescar el ambiente. Las tapitas de casa vuelven a llenar el estómago de muchos malagueños y a vaciar demasiadas casetas, que decoran el recinto con multitud de colores. El ambiente es festivo, pero ordenado; dotando al recinto de un aire de distinción, custodiado por el ya malagueño Pulpo Paul.
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