Feria de Málaga

Seis días para crear el mundo después del lunes

  • Decir que ayer fue la primera jornada laboral de Feria suena a eufemismo: en el centro y en el real, la juerga continuó con la misma intensidad · Por algo era víspera de fiesta, otra vez · Los niños ya tienen su negocio propio en el Parque, aunque su patrimonio más deseado siguen siendo los carricoches

Quienes tenemos la mala suerte de trabajar en Feria vemos estos días como desde un helicóptero, procurando no salpicarnos demasiado. Supongo que es un mecanismo de defensa; si aquí a su servidor, por ejemplo, le diera por vestirse de corto, montar a caballo, ponerse hasta arriba de todo tipo de sustancias y luego ingresar en la redacción lleno de moscas no habría modo de que ustedes, los lectores, disfrutaran de sus crónicas con un mínimo de decencia. Por eso hay que pasar por encima de la gente que baila sevillanas como patos malvasías, la que vomita en las aceras a las cuatro de la tarde el alcohol que venía ingiriendo desde la mañana, la que compra en puestos improvisados artilugios que le resultarán inútiles, la que asegura haber visto a Kunta Kinte tomándose una manzanilla en calle Echegaray, la que se empeña en ir sin camiseta ante el abucheo general, la que ensucia lo que toca, la que se pasa de graciosa con quienes sirven bebidas en las barras, la que decide visitar la Feria como si acudiera al más espinoso purgatorio, la que insiste en cantar a voz en grito en los autobuses que van al real, la que no comprende que hay papeleras y contenedores y que el suelo podría quedar un poco menos castigado, la que no sabe precisar en qué ciudad se encuentra ni qué día sale su avión, la que se empeña en subir a la Alcazaba (algunos turistas muy hartos de mollate la señalan mientras gritan: "¡Alhambra, Alhambra!"; igual piden más cerveza) para expulsar a los moros, la que prefiere esperar en tierra firme mientras sus parejas sentimentales se lo pasan en grande en alguna atracción mecánica peligrosa, la que llora, la que ríe, la que maldice sus zapatos, la que se acorta las mangas, la que se deshace del sujetador ante la aprobación de una pandilla de canallas imberbes, la que suda, la que enferma. Hay que tener el temple de un buscador del Grial (por algo les llamaban templarios) para pasar por todo esto con ojo sereno y mente fría, como si se fuera a trabajar, que es lo que realmente ocurre. Claro, llega el primer lunes de Feria y uno sale de casa con la ilusión de que el nivel de desenfreno habrá descendido por aquello de la jornada laboral: existirán hoy más como yo, ganándose el sueldo, la jarana no será tan cafre como la del fin de semana. Pero se aterriza en la Plaza de la Merced, se pasa por calle Álamos o Granada, Carretería o Plaza Uncibay, hasta la Plaza de la Constitución y calle Larios y todo se mantiene como en los días previos, con los mismos aprietos, los mismos cantes, los mismos botellones y las mismas ganas de destruirse hasta no mantenerse en pie. Ah, felones. Claro, esta Feria parte con trampa: el martes es fiesta. El puente es descomunal. Hay motivos de sobra para caer redondos, alguien trabajará por nosotros. Así es, hubo ayer gente en el centro y en el real para parar una guerra. Esta mañana, descanso de guardar, dormirán los malditos.

Frente a todo el guirigay, quedaba ayer el consuelo de disfrutar con los más pequeños en la Feria Mágica del Parque, que inauguró sus actividades con la discreción habitual pero con un éxito más que notable. Reconforta ver a los peques haciendo lo que mejor se les da, rebotando, saltando, tirando bolas al aire y riéndose con los animadores, aunque, qué quieren que les diga, creo que el verdadero patrimonio de la chavalería en Feria son los carricoches del real. Para mí, al menos, y perdón por la sinceridad, es lo único que vale la pena de todo este disparate. Disfrutar viendo a un mequetrefe subido al pulpo, con las piernas colgando hacia arriba y hacia abajo, es un canto a la vida. Pronto, cuando mi Irene obtenga el tamaño necesario, volveré a frecuentar estos cacharros. Mientras tanto, recuerdo la vez en que mi padre me dijo cuando yo aún era un infante asustadizo que me subiera al Super Loop, que no tuviera miedo, que no pasaba nada por quedarme un rato cabeza abajo. Le hice caso y por primera vez en mi vida me sentí valiente, cometiendo locuras de mayores, y me sentí también protegido aunque el viejo, que ya contaba tantos lustros, no subiera conmigo. En fin, perdonen este arrebato de melancolía. Quedan, sin el lunes, seis días de Feria. Pueden crear el mundo, como Dios, si les place.

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