La historia real de la vida de Enriqueta Faber es el leitmotiv del regreso al Festival de Málaga de Fernando Pérez, que tan buena repercusión obtuvo hace un par de ediciones con Vientos de la Habana. En esta ocasión regresa con un film difícil de clasificar, a caballo entre el drama histórico, la aventura y la crítica sin tapujos a algunas de las realidades más viles del ser humano, a saber: el racismo, el clasismo y el maltrato. Valores que compartió Enriqueta Faber, la primera mujer que ejerció la medicina en Cuba… si bien vestida de hombre.

Pérez, en esta ocasión a cuatro manos con Laura Cazador, aborda la narración sin medias tintas. El inicio es una trepidante sucesión de olas y acontecimientos intercalados con la mirada de Enriqueta (Sylvie Testud). Entre ellas, un parto y un hijo arrebatado cuyas pistas deberá seguir hasta muy lejos. “¿Hay animales feroces en Cuba?”, pregunta recién llegada. “Sí, los hombres”, le responde Plácido, primer contacto con la isla y posterior compañero de viaje. Para entonces, Enriqueta ya se hace pasar por Enrique y, gracias a sus estudios de medicina, se ha integrado en la vida de una familia acomodada. Cazador y Pérez imprimen un ritmo alto a la narración, en ocasiones incluso acelerado, para contar los episodios de lucha contra el esclavismo y la toma de posición de Faber entre los locales. “El dinero vale más que el saber, y tener buenas relaciones vale más que el dinero”, le aconseja un noble a una Enriqueta que hace caso omiso y prosigue su lucha a contracorriente profesional… y también personal, con una historia de amor que pediría mayor solidez en su planteamiento. Por su parte, la fotografía clásica de Pérez Ureta (como en Vientos de la Habana) y la académica puesta en escena sacan tanto partido a los paisajes de la selva cubana, como se hacen anacrónicos en los escenarios de interior. Excepto cuando en ellos emerge un excelso Mario Guerra en el papel del antagonista Benítez.