Cultura

Milagros perecederos

Lourdes. Aust, Fra, Ale, 2009, 96 min. Dirección: Jessica Hausner. Intérpretes: Sylvie Testud, Bruno Todeschini, Petra Morzé, Linde Prelog.

El tercer largometraje de Jessica Hausner vuelve a situarse, como su anterior Hotel, en un universo cerrado. En esta ocasión, las dimensiones espaciales son un poco mayores, pero la escasa movilidad de los protagonistas los ancla a una serie repetida de lugares con el aspecto poco acogedor de un albergue de montaña, emparentándolos con el hotel de su cinta anterior, microcosmos maléfico que disfrutaba haciendo desaparecer a sus doncellas.

A la sensación de que nos hallamos de nuevo ante un filme en el que los espacios van a determinar no sólo su look, sino también la psicología de sus personajes, contribuye también el aspecto de parque temático religioso que ostenta el Santuario de Lourdes, y donde la Hausner ha rodado numerosos planos que parecen sacados directamente de un documental, sin que su cinta aproveche en nada las posibilidades que la hibridación del cine documental con el de ficción está aportando; es más, las estropea repetidas veces al mostrar entre enfermos reales a actores que, aunque estén tan estupendos como Sylvie Testud, delatan a la legua su condición de tales.

Lourdes habla de cuerpos enfermos, y de mentes no menos necesitadas de consuelo, pero su directora elude cobardemente mostrar los primeros (el oportuno off de la escena de la piscina), y sólo juguetea de forma tontorrona con las segundas, hilvanando un buen puñado de tópicos en torno a los peregrinos habituales, sus familiares, los propios enfermos, o los cuidadores que se hallan allí por altruismo o egoísmo. Ni siquiera la angustiosa idea de que una curación espontánea (o milagro) puede durar tan sólo unos días, y revertir a su ilusionado enfermo a su condición inicial, consigue convertirse en tejido dramático alrededor del cual la película pueda crecer. Eludido pues el incómodo documental sobre el cuerpo doliente, y por supuesto, el sainete berlanguiano, lo que restan son un puñado de buenos encuadres, saboteados por una historia floja, que desde el comienzo de la narración ya muestra a la claras todas sus cartas, o si no, fíjense en ese prometedor plano inicial, subrayado fácilmente por el Ave María de Schubert.

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