Cultura

Un festival hipotecado

  • El evento, con una programación de certamen de segunda fila, no suscita ya interés ni para la prensa y público especializados, ni para esa industria a la que tanto se convoca

Como consecuencia del injustificado cambio de equipo a mitad de faena, el Sevilla Festival de Cine Europeo 2008 se ha programado tarde y mal. En estas circunstancias, no hubiéramos esperado gran cosa si, a pocas fechas de su inicio, su nuevo director artístico, Javier Martín Domínguez, respondiendo a lectores de Diario de Sevilla, no se hubiera mostrado tan entusiasta con algunos de los títulos que rodeaban a las que han sido las dos apuestas principales -una, en realidad: el supuestamente renacido cine italiano- de esta edición: Gomorra e Il Divo. Ambas se han llevado la recompensa (también mediática) de su presencia en Sevilla en un palmarés que, por otro lado, es la lógica consecuencia de la mediocridad industrial de la mayoría de las películas a concurso en las diferentes secciones competitivas, a excepción, tal vez, de los documentales, donde parece haber regido un criterio de programación medianamente serio.

No se entiende de otra manera que dos producciones como Back soon y Katia's sister hayan podido hacerse con los principales premios: no son otra cosa que carne de festival de segunda categoría que sólo aquí, entre un jurado de circunstancias y una competencia de perfil bajo, pueden destacar muy por encima de sus méritos.

El de Sevilla se ha ido convirtiendo poco a poco en un festival con demasiadas hipotecas. Si hasta ahora soportar todo el tinglado burocrático de la EFA podía justificarse por la presencia de un buen número de las mejores películas del año, cuando esto ha dejado de ser así (véanse las notables ausencias: Cantet, los Dardenne, McQueen, Kechiche, Klotz, Garrel, Desplechin, Meadows, Grandrieux, Mogravi, Denis, Bilge Ceylan, Folman, Bonello, Zonca, Guédiguian, Oliveira, Gomes, Lafosse, Simon, Lanners, Skolimowski, Schroeder o Dvortsevoy, por no hablar del cine español y de jóvenes autores como Serra o Villamediana), no se entiende por qué Sevilla, una ciudad cada día más abandonada por la exhibición, debe seguir soportando tanta reunión, presentación, convocatoria, comisión, mesa redonda y comida de trabajo con tan poco a cambio. La ciudad parece haber quedado como la señorita de compañía de las instituciones de un cine europeo que vive de espaldas a su verdadera diversidad y que ha encontrado aquí un retiro vacacional en temporada baja.

¿Cómo debemos tomarnos la ausencia de tan importante número de cineastas europeos de primera línea en un evento especializado y cuyo principal objetivo debería ser el de presentar ese cine que cada vez tiene más dificultades para exhibirse en la ciudad? Paradójicamente, y como consecuencia del trabajo apresurado y de unos desconcertantes criterios de programación, el festival de este año se ha convertido en una pasarela de preestrenos (Gomorra, Bienvenidos al Norte, Un gran día para ellas, Espías en la sombra, etcétera) que llegarán a la cartelera más tarde o más temprano, un vicio que poco a poco se estaba camuflando en la era Grosso y que ahora da la cara en su peor versión.

Pero este festival tiene más hipotecas: el Panorama Andaluz, sobredimensionada sección de perfil mayoritariamente televisivo e institucional; la sección Arte, en otro tiempo la mejor del festival, hoy material de relleno; o las retrospectivas y homenajes, que han resuelto la papeleta de lo que requiere previsión, novedad, investigación o recuperación (incluyendo publicaciones, eterna ausencia de este evento) con nombres archiconocidos y vistos -David Lean y José Luis Borau- que no necesitan ya retrospectiva alguna a no ser que ésta venga acompañada de absoluto rigor y respeto.

En definitiva, un festival sin futuro ni atractivo real más allá de sus estrechas fronteras. Si no hace tanto la cita sevillana no palidecía frente a otros eventos nacionales ya consolidados y con mucho más recorrido, en la actualidad este evento no suscita interés ni para la prensa y público especializados, ni para esa industria a la que tanto se convoca. Tampoco para ese espectador entregado a la causa festivalera que tan masivamente acude a las salas, principal víctima al fin y al cabo de tantas decisiones equivocadas, pues sus ganas de ver cine podrían ser aprovechadas (y con ello ganaríamos todos) para orientarlo hacia la auténtica riqueza del arte cinematográfico.

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