Crítica 'Deux Rémi, deux'

La hora fabulosa

Deux Rémi, deux. las nuevas olas. Fábula, Francia, 2015, 62 min. Dirección: Pierre Léon. Intérpretes: Pacal Cervo, Luna Picoli-Truffaut.

Una de las mejores películas del año la ha servido Pierre Léon, quien por fin comparece en un festival que siempre lo esquivó con naturalidad, quizá en esta edición imantado por la presencia de uno de sus padres putativos, Paul Vecchiali. Y como con él, no es fácil desbrozar tamaño bloque de cine en taracea, más cuando aquí también se advierte que estamos ante un mecanismo peculiar del que no tenemos todas las llaves.

La pasión por Dostoievski nunca la ocultó Léon, quien en 2008 ya dirigiera L'idiot, pero allí como aquí, que se trata de El doble, el compatriota ruso sólo le proporciona un candado más para mejor fortificar el tesoro, que no es otro que el de la constitución, con escasísimos elementos de puesta en escena, de un universo extrañamente compacto, una inefable realidad paralela que sólo el clasicismo norteamericano logró decantar hasta esa perfección. Este mundo, que se parece tanto al nuestro porque está hecho con los mismos materiales, lo pueblan los actores, a los que Léon, uno de ellos, ama con locura, como únicos médiums posibles entre la ficción y lo real, pues ellos son tanto carne como luz efímera.

Este paralelo donde acaece la asombrosa historia de Remi y su doble responde entonces a otras leyes, patrones que tienen que ver con la historia del cine en mayúsculas, con la comedia ágil hawksiana, con una tensión física y sexual que remonta hasta alcanzar esa particular cumbre donde esperan la chica y la pistola; pero también con su minúscula, con la de cómplices como Bozon, Bodet, Picoli-Truffaut, Bouvet, Mazuy, Reynal... quienes comparten una misma sensibilidad creativa y comulgan con un cine medio secreto (que tanto debe a Biette) que también significa una manera de trabajar, escribir, filmar, pensar y, en definitiva, estar en el mundo. Con estos mimbres, sellado el pasaporte, la sobrevalorada verosimilitud se canjea por poder mirar por el agujero de la cámara que encierra el tesoro, allí donde la risa tonta y el drama ambiguo comparten espacio y tiempo con el gag sublime y la enseñanza profunda.

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