La sección Las Nuevas Olas, sin duda el cajón de sastre más interesante del festival, fagocita este año el antiguo concurso de documentales (aquel Eurodoc), añadiendo en el tránsito el apellido no-ficción a su oferta. Hay aquí de todo, pero sobrevuela en su extensa programación la intención de exhibir propuestas arriesgadas e innovadoras.

A esto responde, por ejemplo, la inclusión de jóvenes españoles como Lois Patiño (Costa da Morte), Luis López Carrasco (El futuro) o Daniel V. Villamediana (De occulta philosophia). En la misma línea, la de la francesa Rebecca Zlotowski (Grand Central) o el portugués João Vladimiro (Lacrau). Y de entre los novísimos, dos que han hecho bastante ruido: Justine Triet, con su La bataille de Solférino, y Antonin Peretjako con La fille du 14 juillet. La primera -explorando los filos de su Vilaine fille, mauvais garçon- confía en la improvisación y el directo como magma en el que incrustar una ficción familiar con regusto a Cassavetes. El segundo, invocando como puede aquellos veranos de Rozier, articula una desprejuiciada road movie en la que referentes cultos y populares colorean la intemporal historia de chicos persiguiendo a chicas.

Otros filmes destacables de la selección, éstos de cineastas más experimentados (o simplemente mayores) son, por ejemplo, Shirley-Visions of reality, por la que el austriaco Gustav Deutsch ha dejado el trabajo en los archivos (Film ist a Girl & a Gun) y se ha dedicado a dotar de psicología y voz interior a la pintura filocinematográfica de Edward Hopper; Double Play, el particular capítulo de Cinéastes de notre temps en el que el profesor y crítico Gabe Klinger establece sorprendentes paralelismos entre Richard Linklater y James Benning; o E agora? Lembra-me, testamento impúdico del gran Joaquim Pinto, pieza clave en la historia reciente del cine portugués.