LA OPINIÓN

Hablando en corto

Mucho se habla de la crisis del cine español en general, de la actual y de la que se nos viene encima, sin que apenas se haga una distinción clara de cómo afecta tanto al conjunto de largometrajes como al resto de obras audiovisuales que integran la producción cinematográfica nacional en los que se engloban los documentales, los cortometrajes y los mediometrajes.

Como es lógico, la industria especializada en el formato corto, gran desconocida para el espectador medio de a pie, sufre las mismas consecuencias que su hermana mayor. Los recortes (menos ayudas públicas, menos festivales y premios y, en definitiva, menos incentivos para contar historias) influyen de tal manera que el número de rodajes se ha visto mermado en el último año de manera drástica. Tanto, que está poniendo en peligro la buena salud de una forma de narrar, entretener y emocionar que en los últimos años estaba viviendo una auténtica edad dorada.

Una época de verdadera eclosión y trascendencia internacional donde han confluido una serie de artistas y obras realmente dignos de destacar. Producciones como Porque hay cosas que no se olvidan (Lucas Figueroa, 2008) que ostenta el Récord Guinness al cortometraje más premiado en la historia con más de trescientos reconocimientos en apenas año y medio; La dama y la muerte (Javier Recio, 2009) o Éramos pocos (Borja Cobeaga, 2005), últimas producciones españolas que estuvieron nominadas al Oscar; o verdaderos fenómenos transnacionales como El ataque de los robots de Nebulosa-5 (Chema García, 2008) que triunfó en todo el mundo, incluido el prestigioso Festival de Sundance, por citar sólo algunas de ellas.

Estos y multitud de títulos más son el claro ejemplo de que el cortometraje es una fuente inagotable de talento. Un verdadero caldo de cultivo donde los cachorros del cine español que viene pueden dar rienda suelta a toda su creatividad e ingenio casi sin ningún tipo de cortapisas. Comedias, dramas, género, rarezas, erótico... Todo vale en el cortometraje. El hecho de que apenas tengan una vida comercial más allá de internet o festivales especializados es, al tiempo, su principal handicap y su mayor virtud. En el corto no hay que rendir cuentas al sistema, no hay que manufacturar un producto pensado por agentes de ventas y, hoy día, hasta un simple móvil puede valer como cámara de rodaje.

Es cierto que la llamada democratización del cine acarrea un gran número de producciones amateurs de escasa resonancia. Pero, en el peor de los casos, un corto malo, por muy pedante, cutre, o vergonzoso que pueda llegar a ser, no dura demasiado y es fácil de olvidar. No obstante, si el resultado final amalgama una historia potente, buenas interpretaciones y una mirada personal y propia del director, el corto en cuestión puede alcanzar una gran repercusión y servirle a sus creadores para muchas otras cosas.

Puede ser, por ejemplo, una inmejorable carta de presentación para dar el salto al largo: Nacho Vigalondo, Koldo Serra, Vicente Villanueva, Eduardo Chapero-Jackson y Daniel Sánchez Arévalo, cineastas todos ellos con una o varias películas ya en su haber, se curtieron durante años en el mundo del corto antes de acometer su primer largometraje. Puede servir, también, como trailer o avance de un proyecto de película con entidad propia. Como ha ocurrido con los populares cortos en la Red de El Culebra y El Cabesa que han originado la sorpresiva película andaluza El mundo es nuestro (Alfonso Sánchez, 2012) o las historias que Enrique Gato pertrechó sobre su personaje de Tadeo Jones en 2006 y 2007 y que fueron el germen del que ha sido uno de los mayores éxitos de taquilla de este año (Las aventuras de Tadeo Jones, 2012). Incluso, puede ocurrir que se te abran directamente las puertas de Hollywood si un cineasta con renombre y afincado en la industria se enamora de tu obra y decide ficharte. Y si no, que se lo pregunten a Fede Alvárez (¡Ataque de pánico!, 2009) o a Andrés Muschetti (Mamá, 2008) que van a entrar en la Meca del cine de la mano de Sam Raimi y Guillermo del Toro respectivamente.

El Festival de Cine Iberoamericano de Huelva que se está celebrando esta semana ofrece, como cada año, una oportunidad inmejorable para asomarse a algunos de los cortometrajes más atractivos de la temporada de este y del otro lado del charco. A través de su sección oficial a concurso y del resto de secciones no competitivas que incluyen cortos (Panorama Andaluz, Hecho en Huelva, y la proyección de los finalistas del Certamen Desencaja del Instituto Andaluz de la Juventud), el espectador puede disfrutar de cintas tan dispares y atractivas entre sí como los cortos de género que causaron gran revuelo en el último Festival de Sitges (la sevillana Project Shell y la onubense Hambre, de Mario de la Torre); comedias tiernas y alocadas como la argentina Lo que haría o la brasileña O fim do filme; varias producciones preseleccionadas a los Premios Goya (Voice Over, La boda y Penumbra 3D, el desafortunado reencuentro entre Larry y Bird) así como lo nuevo de viejos conocidos del Festival como Daniel Remón, Julio O. Ramos, Jazmín Rada o Álex Montoya quien ya ganó el concurso de cortos hace dos ediciones.

En definitiva, un abanico de producciones de auténtico lujo para un certamen que sabe que en el presente del cortometraje está el futuro más cercano del cine que está por venir.

Todas las obras mencionadas, a excepción de las que concursan este año en el Festival pueden visionarse gratuitamente en internet.

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