la opinión

¡Larga vida al Festival!

Económicamente no pasa el Festival de Cine Iberoamericano por sus mejores momentos. Porque en ese mismo ámbito todo anda de mal en peor. Sin ningún ánimo nostálgico invocaría el "espíritu del Tartessos", al que me he referido tantas veces, justamente el que engendró el certamen en los primeros setenta. Nunca podremos olvidar la raíz, el origen, la base fundamental de aquel proyecto que en principio juzgábamos quimérico pero posible con el tesón, el esfuerzo y el coraje de quienes, desafiando desconfianzas políticas, condenas muy directas y multitud de obstáculos de todo tipo y la paranoia de una Administración restrictiva, inmovilista y oprobiosa, conseguimos salir adelante.

Era el espíritu mismo que mantenía el Cine Club Huelva, cuyo talante era ya un reto decisivo en la vida cultural onubense de aquella época en la cuerda floja de lo que a los celosos representantes del régimen parecía transgresor y prohibitivo. En el seno de esta organización, abierta también a otras manifestaciones artísticas y culturales, había nacido ya el embrión que sustanciaría años después el Festival. En el curso de sus sesiones semanales, propicias ya a la difusión del cine iberoamericano, se programaron unos ciclos que divulgaron entre un público interesado las nuevas corrientes del cine producido en el ámbito latinoamericano. Un cine prometedor, comprometido y militante realizado en países como Cuba, Chile, Argentina, México y la emergente cinematografía brasileña.

De aquellas sesiones, de aquellas semanas de cine iberoamericano, que darían nombre a las primeras ediciones del Festival, que permitieron conocer a los espectadores del Cine-Club un cine distinto, de concepciones diversas e innovadores, con títulos que hoy son emblemáticos en la iconografía cinematográfica latinoamericana, germinaron los frutos en los que se estructuraría el proyecto de un certamen que, sirviendo a la vocación hispanista de Huelva, tendría su repercusión en la órbita cinematográfica de expresión hispanoportuguesa internacional.

No eran años fáciles tanto en el plano económico, con una crisis agobiante y una incertidumbre acuciante en el plano político, donde la agonía del sistema era evidente, planteando inquietudes y zozobras alarmantes. En las circunstancias más angustiosas que vivió España en aquellos años de cambios inminentes y consumados, el proyecto salió adelante.

Hoy, casi cuarenta años después, nuevas dificultades amenazan la existencia del Festival. Un riesgo que estamos obligados a conjurar con el esfuerzo de todos. Hoy que la estructura del Certamen es muy distinta a la que evocamos, que ha consolidado con los años una entidad de indiscutible valor cultural en la vida onubense, las flaquezas propias de la situación económica y de la disminución de apoyos a la organización, deben ser sólo una coyuntura circunstancial y pasajera. De ahí que me atreva a invocar ese espíritu de esfuerzo, de coraje, de entrega, de colaboración eficaz y desprendida al servicio de una causa de Huelva, de una seña de identidad en suma, identificada con el imperativo categórico del onubensismo.

El Festival Iberoamericano de Huelva nunca fue un certamen de glamour, de estrellas que acuden a cambio de una cuantiosa dádiva o de atender caprichos y frivolidades absurdas. Nunca necesitó ese reclamo pretencioso. El glamour tan cacareado por tantos, tan reclamado por muchos, debe estar en la pantalla. Ahí es donde deben lucir su talento, sus atractivos, su palmito y su calidad los actores y las actrices protagonistas. Pero el cine iberoamericano no es un cine de glamour, de presuntuosos aspavientos. Quienes suspiran por él, generalmente no son los que después pasan por taquilla.

El Festival de Cine Iberoamericano, uno de los más veteranos de los certámenes en su género del mundo, ha sido fiel, absolutamente leal a su vocación divulgadora de una cinematografía con pocas posibilidades de distribución internacional. Es cierto que hoy, en determinados casos, la producción ha aumentado en algunos países. En muchos es difícil emprender la realización de una película. Desgraciadamente sigue siendo así en muchos aspectos. Pero nunca han faltado esas producciones en las distintas secciones del Festival, que sigue dando a conocer como lo hizo desde el principio, las obras nuevas de jóvenes valores -este año el concurso luce pletórico de operas primas-, de esa cinematografía reveladora de la realidad social, económica y política de aquellas naciones y también, y sobre todo, su entidad creativa, imaginativa, artística y humana.

Huelva, 38 años después, sigue validando lo que en su día escribió Radomiro Spotorno y por lo que se ha trabajado durante ese tiempo y hoy sigue siendo empeño eficaz: Un punto "de encuentro e irradiación privilegiado, por su amplitud y por la tolerancia que a veces da el estar a cierta distancia del lugar de los hechos". No olvidemos que las colosales extensiones del continente americano, su geografía compleja y abrupta y las difíciles comunicaciones -no superadas del todo por las nuevas tecnologías-, propician el aislamiento y la marginación, y, sobre todo, la ignorancia, de unos países sobre otros. También en su cine. Y Huelva en estos años, infatigablemente, ha conseguido unirlos. Un día unos cuantos plantamos una semilla y con dificultades pero con firmeza, ha fructificado venturosamente. Éstos son tiempos difíciles pero deben superarse en beneficio de un certamen imprescindible para Huelva. ¡Larga vida al Festival!

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