Álex de la Iglesia. Director

"Negar la relación de tu cine con tu entorno es negar el cine en sí mismo"

  • El realizador presentó ayer en la sección 'Cinco minutos de cine' las primeras imágenes de su próxima película, 'El bar', un 'thriller' que protagonizan Mario Casas, Blanca Suárez y Terele Pávez.

Cada nuevo encuentro con Álex de la Iglesia (Bilbao, 1965) constituye una lección de cine en carne viva. Ayer presentó en el Albéniz un adelanto de El bar, su próxima película, un thriller de índole claustrofóbica cerrado a cal y canto en un bar de Malasaña con Mario Casas, Terele Pávez, Blanca Suárez, Carmen Machi, el malagueño Jaime Ordóñez y José Sacristán, entre muchos otros.

-Dígame si voy desencaminado: ¿Es El bar una especie de reverso tenebroso de El ángel exterminador, sólo que es la clase obrera la que queda atrapada en lugar de la burguesía?

-Pero es que ya no hay burguesía, ni nada parecido. Ya no se la puede atrapar, ya no queda.

-Touché.

-El ángel exterminador es una película presente en todos los cineastas de mi generación. Es una huella imborrable, la película clave de Buñuel. Algo de ella hay en El bar, pero también de El Dorado, Río Bravo, o Asalto a la comisaría del distrito 13, por poner otros ejemplos no tan excelsos. Me gusta mucho John Carpenter.

-Como thriller, ¿se parece más a La comunidad, a Los crímenes de Oxford o a ninguna de las dos?

-Si esta película la protagonizaran Brad Pitt y Angelina Jolie sería un thriller clásico. Pero yo cuento las historias en un entorno que conozco. En este caso, los personajes son los de un bar de Madrid, de Malasaña, un lugar que frecuento y cuya clientela me es familiar. Hay una ludópata que juega a las maquinitas, un creativo de una agencia de publicidad que cree haber encontrado un lugar auténtico, un oficinista de un banco, personajes que no tienen nada que ver entre sí. Gracias a esto estalla el conflicto. Y en este contexto tan reconocible pasa lo mismo que podría pasar en un bar de Manhattan.

-¿Encerrarse a rodar en un bar es su manera de cambiar de registro, de descansar de su cine?

-No. De hecho El bar se parece mucho a Mi gran noche, donde la gente también se quedaba encerrada, sólo que en un plató de televisión. Me gusta la teatralidad, que los personajes estén en un entorno cerrado y en un decorado único. Soy bastante aristotélico, me gusta que las cosas se den según los cánones clásicos, porque lo que va a pasar después no es nada clásico. Así que El bar es rigurosa en cuanto a las formas del cine clásico, pero lo que ocurre no lo es en absoluto.

-¿Es éste su juego, llevar al espectador a las normas de un género y allí traicionarlas por completo? Es algo muy cervantino.

-Así es. Hay momentos en que El bar parece una película del Oeste, pero luego recuerda más a La soga, por ejemplo. Todos somos animales cinematográficos, tú, yo, cada uno lo es a su manera. Lo que pasa es que luego hacemos una película en la que contamos lo que hemos vivido. Claro que también las películas son episodios que vivimos, también son experiencias personales. Luego están las películas que admiramos, o las que nos influyen sin que seamos conscientes de ello. A la hora de hablar de influencias todos nos ponemos muy vanidosos, citamos a John Ford, a Hitchcock...

-A Buñuel.

-También. Como si viniéramos de esa estirpe, como si fuésemos sus descendientes. Es mentira, sólo somos espectadores, como todos los demás. Tenemos un parentesco, tal vez, por haber admirado su obra, pero nada más.

-¿A qué obedece la reincidencia en el reparto respecto a sus anteriores películas?

-Cuando hago una película complicada, y El bar lo es, se hace muy difícil pillarle el punto y el tono. Quiero que la gente entre en lo que hacemos, que se sienta cercana y a gusto, pero también controlar cuándo las cosas van a ser divertidas y cuándo no lo van a ser. Y para eso necesito controlar la interpretación de los actores al dedillo. Con esta gente tengo la confianza suficiente para pedirles las tomas que hagan falta, pero cambiar lo que sea, de manera libre. Para eso necesitas mucha complicidad, tenerlo todo muy controlado a ese nivel, y cuanto más familiar es la relación entre nosotros más fácil es conseguir lo que quieres.

-¿Han cambiado mucho sus ideas respecto al peso del público desde que empezó en esto?

-Por supuesto. Hay algo que vas descubriendo con los años y que al principio crees que no existe: hasta que no diriges diez películas por lo menos no te das cuenta del peso que tiene la influencia del público, de la crítica, de tu madre, de tus amigos, de un entorno determinado, de la persona a la que admiras y de la persona que no te gusta nada y también opina en lo que haces. Hay mucha gente que va conformando una especie de espejo de lo que haces, y esto, normalmente, influye en tu trabajo, quieras o no. Si pones en el salón de tu casa un pedrusco negro de tres toneladas, te va a influir seguro, aunque no quieras verlo. Hay que ser muy necio para que no te influya. Pero otra cosa es cómo te influye. Llevo haciendo cine veinticinco o treinta años, y en ese tiempo he tenido la oportunidad de pasar por todas las posibilidades: el público no me influye y hago lo que quiero, estoy haciendo lo que el público no quiere que haga sólo por llevar la contraria, estoy haciendo lo que el público quiere, estoy haciendo lo que quiero dentro de lo que quiere el público. Hay diez mil opciones y te da tiempo a probarlas todas. Negar la relación de tu cine con tu entorno es negar el cine en sí mismo. No puedes negarlo. Tienes que trabajar con ello y lograr que sea algo positivo.

-Una última pregunta: ¿Qué le impide...?

-Ayer vi La Dolce Vita.

-Una película maravillosa.

-La habré visto diez veces. Y cada vez descubres cómo Fellini habla de sí mismo y de su entorno. Era una película terriblemente comercial, estaba pendiente de ella toda Italia, toda Europa y también Hollywood, que seguía a Fellini muy de cerca. Era la película más esperada y más importante de la década. Pues bien, fíjate lo rara que es, qué conflictiva, qué extraña, qué poco conformista y a la vez qué conformista llega a ser esta película. Fellini logra hacer una película que gusta, que satisface toda esa expectativa internacional y que al mismo tiempo es muy suya, muy poco acomodaticia.

-¿Qué le impide ahora mismo hacer la película?

-Que no existe. Esa película es algo que decide la gente. Es el público el que convierte una película normal en la película. A mí me gusta mucho más Sed de mal que Ciudadano Kane, pero es que cuando Welles hizo Sed de mal ya había hecho la película y no podía hacer la segunda película. Es el desarrollo emocional del público el que determina que una película es mejor que otra. Ahora todo el mundo dice que la mejor película de Hitchcock es Vértigo, pero esto es algo reciente. En su momento Hitchcock le confesó a Truffaut que la había hecho para cubrir gastos. En esto, justamente, consiste el cine.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios