Festival Cine Málaga

Las vértebras de la destrucción

Animal. Zonacine. España, 2015. Dirección y guión: Fernando Balihaut. Reparto: Georbis Martínez, Bárbara Hermosilla, Fidel Betancourt, Sara Herranz Sanz.

La dramatización del thriller tiende a resultar siempre pretenciosa. La mentalidad del psicópata y la raíz de su trastorno ya han sido examinados en tantas y repetidas ocasiones que su necesidad tal vez se haya visto coartada en gran medida. En Animal, todo suena a que se busca la trascendencia en lo común. Esto es a través de un ser marginal que se autoconsume en la adicción al sexo y a las drogas; todo lo lleva al extremo más insano posible. Los primeros compases de Animal pasan desde un barrido más que superficial (por breve) de la mentalidad del adicto al sexo. De calentón en calentón hasta que el protagonista se alivia en un parque recurriendo al cruisin. Más o menos, los derroteros por los que se decantó Steve McQueen con Shame.

El desencanto lineal de la película requiere de esta viscosidad animal para después estructurar una trama que no nace hasta el último tercio de la cinta, cuando las vivencias de los personajes empiezan a converger, y lo que sale al final es una suerte light de Muerte entre las flores. La referencia es necesaria, pues aquí todo se decide en los últimos momentos, que es cuando las circunstancias de cada uno florecen y , en vez de dejarse llevar por la fácil corriente autodestructiva, las razones de cada uno se imponen (que no la razón).

Pero como antes se ha mencionado, uno debe superar casi media película para empezar a mostrar interés. Porque en Animal la construcción requiere de desarrollo pero no todo el que posee, y a través del baremo, se pasa a la balanza, y de ahí a la conclusión de que cortando parte del letargo descriptivo del inicio, habría salido algo más sólido. Un mediometraje tal vez, pero sin más fisuras que esa ya espesa necesidad de que la juventud no interesa si no camina por la violencia.

Sobre el tramo final, el montaje low-cost es lo único que (inevitablemente) lo lastra. La música rimbombante y los planos sinuosos (es El Resplandor a ras de suelo) pueden agotarle a uno la paciencia, pero oiga, aquí hay un villano por el que vale la pena el viaje. Fidel Betancourt opaca a la pareja protagonista y casi la fulmina con lo que parece una audición para Breaking Bad, con la humanidad de una lágrima que asoma ante la incertidumbre de la moral.

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