La colmena

Magdalena Trillo

mtrillo@grupojoly.com

Lo que Granada le debe a Rafa Juárez

La Fundación Ayala es hoy una realidad, el legado está aquí y no en Madrid, porque fue Juárez quien movió los hilos

El problema de un país acomplejado e hipócrita como el nuestro, históricamente atrapado entre la justicia y la redención divina, oportunamente católico y cómodamente creyente, es el fariseísmo con que igualamos y perdonamos a todos cuando llega la muerte. En los periódicos seguimos manteniendo la sección necrológica del "Obituario", un término que remite en realidad a la hoja parroquial donde se anotaban las partidas de las defunciones y los entierros, y recurrimos con normalidad a esos ancestrales panegíricos que se empezaron a cultivar en honor a los santos y que se han terminado generalizando, incluso a nivel popular, como un recurso cotidiano de alabanza. Tan forzado como, en ocasiones, falso.

Y lo practicamos tanto con los personajes públicos, desde los artistas que encumbramos nada más morir hasta los políticos a los que les limpiamos la hoja de servicios, que terminamos vaciando y distorsionando las palabras que nos deberían ayudar a despedir a alguien que realmente lo merece. Más aún si se intenta hacer desde el siempre necesario principio de la honestidad e, incluso, con objetividad.

Lo estoy sufriendo ahora intentando escribir este artículo sobre Rafael Juárez. Llevo horas hilvanando y borrando ideas que deberían permitirme mostrar por qué no hay ni una sola persona que lo haya conocido que no esté lamentando, sufriendo el vacío, de haber perdido a alguien "excepcional". "Raro", como me dijo en su día Ramón Ramos cuando me dio instrucciones claras de que "había que ficharlo" para el cuadernillo de Actual, pero en un sentido muy especial del término. Una persona "rara" por lo "extraordinaria" y "extraña" que siempre ha resultado su integridad, su generosidad y hasta su bondad para una ciudad como Granada acostumbrada a las disputas de poetas y al baile de egos y vanidades, donde pintas poco si no te haces experto lorquiano y donde resulta tremendamente rentable ascender en lo profesional y laboral con la estrategia del pisotón. Un poeta "raro" que nunca quiso vivir ni depender de sus versos, que siempre rehuyó el camino fácil del márketing y que nunca comulgó con la chapuza de los atajos. Un gestor "raro" que decidió trabajar en constructivo sin caer en la telaraña de los agravios; apagando fuegos, evitando la confrontación y eludiendo los jugosos titulares del conflicto.

Solo desde estas premisas, que se sostienen sobre hechos constatables por encima de la admiración personal y amistad con que escribo, se explica que en Granada se lograra poner en marcha la Fundación Ayala, que tenga una sede digna, que albergue el legado del escritor y que, en lugar de tener una batalla abierta con su viuda, sea precisamente Carolyn Richmond su principal sostén. Si en su día Rafa Juárez me hubiera dejado publicar todo lo que ocurría, probablemente hoy la historia de Francisco Ayala con Granada sería otra; la de otro proyecto fallido y la de un capítulo más de frustración para la ciudad.

Granada le debe a Rafael Juárez que la Fundación Ayala esté aquí y no en Madrid pero le debe también la generosidad con que la institución ha ido caminando -y lo hace ahora con Gómez Ros siguiendo su magisterio y sus "charlas de jardín"-, frente a otros proyectos estratégicos de la ciudad que siguen acaparando los esfuerzos de las instituciones y el foco mediático sin que consigan superar todas las dificultades para terminar de despegar.

Y le debe, sobre todo, su ejemplo. El que ha dado sin (querer) darlo y con el que ha contagiado. Acompañando siempre, desde un plano discreto, reservado y de complicidad, como siempre quiso que lo hiciera su poesía. Sin ataduras a las modas ni exigencias de camarillas. Perenne, "para siempre", como me confesó hace años en una entrevista que fue capaz de elevar del inevitable cuestionario al diálogo y la conversación. Sincera, honesta y transparente. Diciendo, no dictando ni recitando. Creando, no forzando ni fabricando. Transfigurado en ese "cazador de instantes" al que tanto le gustaba detenerlo todo por un rayo de sol.

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