Calle Larios

Ciudadanía, derechos y estatura

  • En un día como hoy los niños son protagonistas, pero deberían serlo todo el año en lo que a vivir en Málaga se refiere. La desigualdad tiene aquí nombres muy concretos. Y remedios posibles

Adivinen quién se merece una buena remesa de carbón a cuenta de los pocos lugares que quedan para el ocio infantil.

Adivinen quién se merece una buena remesa de carbón a cuenta de los pocos lugares que quedan para el ocio infantil. / Málaga Hoy

CUANDO usted, lector, lea estas líneas, un servidor sabrá al fin si los Reyes Magos le han traído esos auriculares inalámbricos tan molones por los que con tanto primor rogó a Sus Majestades en su carta. Es verdad que en lo que se refiere a los seises de enero los niños son los grandes protagonistas por aquello de que la ilusión no necesita temperaturas demasiado elevadas a edades tempranas para cocerse a gusto; pero, diantre, algunos que ya hemos criado barba, barrigón y hasta algún hijo nos resistimos a admitir que Melchor, Gaspar y Baltasar ya no tienen que ver con nosotros. En todo caso, esta continuidad entraña una excusa para pasarlo en grande; y si alguien prefiere tomárselo en serio y pasar a otra cosa, pues allá él, o ella. Sorprende todavía, en todo caso, cómo hay quienes consideran que la infancia es una cuestión aparte que nada tiene que ver con la vida adulta; más aún, todavía resisten más de cuatro que sostienen que, por su dependencia y fragilidad, la vida en los primeros años merece ser pasada por alto, eliminada cuanto antes, quitada de en medio, para que podamos dedicarnos a lo importante sin perder demasiado el tiempo. Aunque no debía sorprenderme tanto ante la evidencia de que son ellos quienes se han llevado el gato al agua, adelantando buena parte de los procesos de la vida adulta, sobre todo en lo que tiene que ver con el ocio, a edades cada vez más tempranas. Hace unos días me contó Irene, que tiene 10 años y estudia quinto de Primaria, que la mayoría de los niños de su clase participan ya en redes sociales, bien en las convencionales como Instagram o en las que permiten a sus usuarios jugar on line en diversos videojuegos de virtualidad pasmosa; y yo me quedé más chafado que atónito, como si a la infancia ya no le quedaran argumentos, como si no sirviera, como si los 10 años fuese una edad perfecta para dejar de jugar a lo que juegan los niños y liarse en las maneras con que contamos los adultos para perder el tiempo (cuestión aparte es la idoneidad de la exposición que favorecen las redes sociales en niños de esta edad; aquí, cada padre sabrá lo que tiene en casa). Seguramente por todo esto me gusta tanto el Día de Reyes: porque uno se entrega a la ilusión de que los niños vuelven hoy a ser niños, a jugar a lo que juegan los niños, a disfrutar del tiempo como sólo saben hacerlo los niños. De que esa idea de la infancia denostada, devaluada y hasta perseguida, lamentada como mal inevitable, tal y como desearon las mentes más lúcidas de la Ilustración, sucede sin más, por mucho que sean los últimos productos de las firmas tecnológicas los que llenen los sacos de los Reyes Magos con mayor éxito. Sea como sea, la extirpación de la infancia debería ser una cuestión preocupante a nivel social, afectivo, económico, educativo, psicológico y también urbano, ya que lo que nos dice todavía a estas alturas la Psicología Evolutiva es que sin eso que algunos consideramos aún infancia no puede darse una personalidad adulta completa. Incluso, sí, aunque hablemos de una infancia trágica. Los peores estragos llegan a cuenta de una infancia vivida como la vida adulta. Algo, entonces, fallará sin remedio.

Hablamos de una sustracción de derechos a una población que no vota ni se manifiesta

Y me gustaría detenerme en lo urbano para considerar hasta qué punto Málaga es una ciudad favorable a esa reducción de la infancia a mera mímesis de la madurez. Por muchos galones reconocedores de Málaga como amiga de la infancia que la municipalidad quiera colgarse, la explotación comercial de los espacios públicos en el centro y el progresivo abandono de los barrios deja a los niños que quieran seguir ejerciendo como tales en una situación delicada, sin áreas seguras en las que jugar a gusto, sin zonas verdes en las que esparcirse libremente, con los pocos parques de columpios que quedan en condiciones impracticables en muchos casos y con su hábitat natural convertido en sequeral, cemento y territorio invadido. Lejos de ser una cuestión anecdótica que como mucho reste puntos en ciertos rankings europeos, hablamos aquí de una sustracción de derechos: los que una parte de la población que no vota, no consume, no produce y no se manifiesta ha visto arrebatados simplemente por tener una determinada estatura y renunciar a ser adultos antes de tiempo. Y esto no lo arreglan los Reyes Magos. Se buscan políticos.

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