Calle Larios

En la ciudad espectáculo

  • Ya casi nadie se resiste a señalar a Málaga como el mejor destino para estas navidades, y lo cierto es que el despliegue ha dado de lleno en la diana sentimental de la sociedad contemporánea

Si en el presente sólo existe el ‘trending topic’, Málaga ha demostrado que sabe cómo llevarse el gato al agua. A pesar de todo.

Si en el presente sólo existe el ‘trending topic’, Málaga ha demostrado que sabe cómo llevarse el gato al agua. A pesar de todo. / Javier Albiñana (Málaga)

BAJÉ el viernes un rato a la calle Larios y comprendí de inmediato que el quid del alumbrado navideño no está en el monumental tinglado gótico-flamígero que Teresa Porras ha vuelto a instalar con su proverbial sentido del laicismo, sino en los miles de incondicionales, llegados de todas partes, que ponían todo su empeño en grabar con sus móviles el chimpún de luces coreografiadas y no perder ni un segundo. En un instante, sin comerlo ni beberlo, me vi en medio de una bulla tremenda en la Plaza de la Marina en la que no podía ni retroceder ni avanzar, pero lo más terrible era que mi intención no era quedarme allí, sino, incauto de mí, cruzar al otro lado, donde me esperaban. Y aquella legión, insisto, mantenía en alto sus smartphones como si la Virgen de Fátima hubiera decidido desviarse un tanto en su penúltima aparición. La ocasión, no obstante, la pintaban calva para un experimento sociológico de primer orden: me quedé mirando a toda aquella agente, dado que era ahí, en la gente, donde estaba el espectáculo, y no en los millones de puntos de luz distribuidos a modo de esquema galáctico, y reparé en que exactamente esta era la estampa que cabría esperar en un Encuentro en la tercera fase como el que imaginó Steven Spielberg, pero abierto al público: si en vez de las idas y venidas de las lucecitas tuviéramos una nave interestelar con tripulantes en su interior intentando encajar los alerones entre La Bolsa y Alarcón Luján, el recibimiento no podría ser de otra manera, tú sigue grabando niño y no pierdas puntá. Despertado de mi ensoñación, decidí continuar mi camino y abrirme paso hasta la acera del antiguo Zaragozano, y no tardé en ser increpado por un señor, visiblemente malhumorado, que me acusó de interrumpirle la grabación a él y a los suyos como si del set de rodaje de El viaje a ningún parte a las órdenes de Fernando Fernán Gómez se tratara. Le respondí con amabilidad que yo no quería tanto pararme a ver las luces como alcanzar el otro extremo, y que, dadas mis pésimas cualidades antigravitatorias, así como la ausencia de tirolinas, no tenía más remedio que tirar por allí y rezar a San Cristóbal mientas tanto para que me echara una mano. El mismo señor insistió, ya en plan borde, en echarme en cara mi poca conciencia cívica por no pararme a que terminara al espectáculo para que sus hijos, nietos, sobrinos o quienes fueran pudieran registrar el espectáculo sin que ningún idiota se les pusiera delante. Iba a sugerirle el alquiler de un balcón en la calle Larios para la próxima ocasión para así evitar los accidentes, pero acerté a cerrar la boca y, con más tino, caer en la cuenta de que aquel señor con empatía de perro chico me acababa de aportar la clave definitiva del asunto.

Otra cosa es que tengamos cada vez más espectáculo y menos ciudad

Aparece ya Málaga consagrada en todas partes como uno de los destinos idóneos para dar una escapada esta Navidad, y puñeta, sí que está bien bonita, en Molina Lario, en Alcazabilla, en muchos sitios iluminados con primor, aunque en otros como la Plaza Jerónimo Cuervo (la del Teatro Cervantes) el hermoso árbol de luz tenga que competir con los toldos y parapetos de las terrazas, feos y sin sentido alguno de la oportunidad (ya que los hosteleros decidieron no hacer huelga, y ya que vamos a tener terrazas a tutiplén con todo el ruido, al menos podrían esmerarse sus responsables para que no desentonaran con un adornamiento en el que se ha invertido una millonada). Pero esto es lo de menos. Como lo es el quilométrico túnel de luz de la calle Larios, con sus marchas, sus villancicos y esa distinción que logra que a uno le entren ganas de casarse bajo las lamparitas con una ceremonia oficiada por Phil Collins. No, aquí el verdadero éxito que puede apuntarse el Ayuntamiento es el modo en que el alumbrado conecta de manera directa con la verdadera inquietud de la sociedad contemporánea: el espectáculo. El Grial de nuestro tiempo es lo susceptible de ser compartido de manera masiva en las redes sociales, el trending topic, el pelotazo, lo chulo; no lo constructivo, no lo edificante, ni siquiera lo bello, sino lo que arde pronto y bien. Si desde Heráclito a cada época le corresponde una determinada estética, la del presente es la estética del asombro infantil, del momento fugaz en que la realidad coincide con el cine palomitero y de efectos especiales. Esto ya lo sabíamos desde Guy Debord y los situacionistas: lo tremendo es el modo en que Málaga ha sabido aplicarse el parche. Otra cosa es que tengamos cada vez más espectáculo y menos ciudad, más Disney y menos vecinos, más Parques Jurásicos y menos lugares de encuentro. Pero, qué diantre: a ver quién iguala el negocio.

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