Calle Larios

En las ciudades de humo

  • En realidad, no es extraño que resulte más fácil prometer una Expo sobre sostenibilidad en Málaga que la sostenibilidad en sí. Y menos en campaña. Lo que cotiza, al cabo, es el escaparate

Lo bueno de las ciudades de humo es que no hacen falta contribuyentes ni, por tanto, vecinos: basta con dejarlo todo a merced del turismo.

Lo bueno de las ciudades de humo es que no hacen falta contribuyentes ni, por tanto, vecinos: basta con dejarlo todo a merced del turismo. / Javier Albiñana (Málaga)

No hay campaña para las elecciones municipales sin los grandes proyectos prometidos por Francisco de la Torre. Y cuando empleo el término grandes quiero decir grandes de verdad, de los que desbordan titulares y se anuncian en voz alta con el pecho henchido de orgullo. Ahora, el alcalde y candidato ha anunciado su intención de postular a Málaga para una Exposición Internacional que tendría lugar en 2026 y que versaría sobre innovación y sostenibilidad. En realidad, el empeño de De la Torre por su Expo es casi tan antiguo como el sueño del Museo de Museos, pero ahora empieza a concretarse en lo relativo a fecha y ubicación. Desconozco si el entorno de Buenavista, el páramo dejado de la mano de Dios entre el PTA y la Universidad, es el mejor emplazamiento posible; en todo caso, de instalarse allí el asunto deberían garantizar la proliferación de sombras, fuentes y demás provisiones contra el calor de las que carecemos en la misma ciudad, porque no sería de extrañar que cundieran los soponcios entre quienes acudieran a ver cómo se las gastan las ciudades de Occidente para parecer más innovadoras y sostenibles que la vecina. La primera vez que de la Torre manifestó su intención de hacer de la Expo una realidad apuntó a la tecnología como leit motiv esencial; ahora, lo de la innovación y la sostenibilidad suena poco más o menos a lo mismo, aunque con ciertos matices que invitan a ahondar en la paradoja. Proyectar la imagen de Málaga como un foco de innovación tecnológica puede tener sentido en un contexto empresarial y económico, gracias esencialmente al crecimiento del PTA; a partir de ahí, me temo que la aplicación de sistemas tecnológicos y de innovación para mejorar la vida de los ciudadanos no rebasa lo testimonial. Por mucho que queramos considerar hitos históricos la virtualidad telemática de las administraciones públicas y la dotación de wi-fi en (algunos) espacios abiertos, hay que admitir que esto sucede más o menos en cualquier urbe de eso que llaman mundo desarrollado; y que, por el contrario, las herramientas que podrían facilitar el acceso y el tránsito en la ciudad a personas con, por ejemplo, problemas de movilidad, brillan por su ausencia. En cuanto a la sostenibilidad, la paradoja procede de la querencia por querer abordar desde Málaga el debate de la sostenibilidad sin hacer de Málaga una ciudad sostenible. Miguel de Unamuno sospechaba que la comprensión absoluta del término felicidad, en toda su extensión, no bastaría para generar la felicidad, pero De la Torre sí cree que podemos hacer pasar a Málaga como una ciudad sostenible si dedicamos una Expo al tema. Con un estado del tráfico insoportable, plagado de atascos y altamente contaminante; sin las zonas verdes ni el parque urbano que constituyen la principal urgencia de una ciudad que acusa la saturación de Málaga, con un centro al borde del estallido social y a merced de una explotación turística que ya no da más de sí, con el encarecimiento de la vivienda a niveles alarmantes sin mucho parangón en España, con los barrios sucios y abandonados y con todos los proyectos fundamentales parados o sin solución, adivinen qué propone el alcalde para la sostenibilidad: un rascacielos en el Puerto que destruya el único patrimonio natural que le queda a Málaga, más rascacielos en la parcela de Repsol y, eso sí, una Expo sobre sostenibilidad.

Admite al menos Francisco de la Torre que el objetivo de todo esto es aportar a la capital “visibilidad como una ciudad comprometida con la innovación y la sostenibilidad”. Como siempre, Málaga se rige por criterios de especulación: lo que importa es el escaparate, la presentación del producto, lo que digan de nosotros ahí fuera. Las políticas dirigidas a mejorar y facilitar la vida a los ciudadanos y contribuyentes parecen no ser tan urgentes. Lo fascinante es el modo en que esta ciudad sigue dispuesta a jugárselo todo al pelotazo, a la liga internacional, a la marca imparable, a seguir tirándose de los pelos cada vez que Sevilla se lleva un congreso o un evento que debía haber caído aquí, porque esto y no otra cosa es lo importante, que nos den una Expo para que nos pongan en el mapa mientras las competidoras mueren de envidia y mientras Málaga se promueve como un lugar en el que estar de paso pero no vivir. El destino de todo esto es una ciudad de humo, elevada como un espectro, como una ilusión para el aplauso de los incautos, pero sin nada firme debajo. Ni siquiera gente. A esto vamos.

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