Calle Larios

El hemisferio invisible

  • Lo de que Vox venga a reivindicar las riñas de gallos suena a chiste, pero demuestra hasta qué punto el mundo rural y la vida en los pueblos han sido borrados de la agenda política y cultural

Una escena en Pujerra: para asomarnos al futuro, todos agradecemos sentirnos menos solos.

Una escena en Pujerra: para asomarnos al futuro, todos agradecemos sentirnos menos solos. / Javier Flores (Pujerra)

Compras el periódico en el quiosco de siempre, te metes luego en el bar, pides el café y el pitufo, atiendes a la portada, te encuentras con que Vox pide que se protejan las riñas de gallos y piensas: no, hombre, esto sí que no. La parodia está llegando demasiado lejos. Alguien debe estar abonando el campo para el próximo tebeo de Mortadelo y Filemón. El arrebato nostálgico por una España pobrecita y ciega está conduciendo a esta derecha vetusta, casposa y aznarista a defender la tradición por la mera tradición, pero habría que volver a recordar, por si lo habíamos recordado pocas veces, que tradiciones (algunas bien recientes) eran también la esclavitud, el cinturón de castidad, el derecho de pernada, la quema de libros heréticos y el debut de los muchachos en el lupanar de al lado, adonde eran conducidos por sus padres mano en el hombro. Del mismo modo, no se puede dar por cerrado el debate sobre la conveniencia de la práctica de la tauromaquia con el argumento de que se trata de una tradición y sanseacabó; lo que corresponde siempre, lo mismo para los toros que para el cine, el teatro o el circo con animales, es valorar en qué medida los beneficios culturales que aportan a la ciudadanía compensan los posibles costes, y la agonía de los animales no debería ser considerada un coste menor (quienes en la Inglaterra del siglo XVI organizaban lidias con toros, osos y otras bestias, decidieron cambiar el negocio dada su escasa rentabilidad y ofrecer sus recintos a representaciones teatrales, lo que se tradujo en el origen del teatro isabelino; y no sólo no pasó nada, sino que les fue razonablemente bien). Luego, claro, Vox justifica su medida con el argumento de que las riñas, que sí son legales (al contrario que las peleas) y en las que no se persigue la muerte de los combatientes, sino un mero tanteo, es un instrumento que los criadores de gallos consideran imprescindible para la selección de los mejores ejemplares; además, si son los portavoces del partido en Vélez-Málaga los que reclaman esta protección, los responsables provinciales recuerdan que sobre el particular no existe en Vox una postura oficial. Que suelten a los gallos a darse leña podrá resultar más o menos aceptable, con todos los matices que se quieran poner sobre la mesa, siempre bajo la premisa de que se trata de una actividad legal (y como tal sujeta a condiciones); y que vengan los acólitos de Abascal a defender la práctica podrá sonar a chiste con más o menos gracia; pero lo que sí resulta indudable es que Vox está llevándose de calle un inestimable granero de votos al prestar al mundo rural y la vida en los pueblos la atención que el resto de partidos, dentro y fuera de los respectivos gobiernos, han sido incapaces de tender. El chiste, de serlo, señala una realidad más urgente: que el poder político va a tener que prepararse para pagar el precio que entraña haber desasistido el campo durante tanto tiempo y de manera tan gratuita. Porque ya vamos sabiendo lo que podemos esperar de quienes sí han reivindicando el mundo rural como motivo de preocupación.

El poder político va a tener que prepararse para pagar el precio que entraña haber desasistido el mundo rural

Sólo en Málaga cabría preguntarse en qué medida el esplendor capitalino de la última década ha corrido paralelo al desabastecimiento, aislamiento y sustracción de oportunidades en la provincia. Si parecía razonable esperar, tal y como manifestaron en su momento ciertos presidentes de la Diputación y demás portavoces, que la proyección internacional de la Málaga de los museos tuviese consecuencias positivas hasta en Villanueva de Tapia, habría que admitir que la onda expansiva se ha quedado en ese núcleo costero que llaman la Málaga metropolitana, aunque de aquella manera y tampoco precisamente por la cara. Mientras tanto, resulta que quienes viven en poblaciones del interior de menos de 30.000 habitantes (lo que Sergio del Molino bautizó la España vacía) tienen problemas muy concretos respecto a las comunicaciones (harto mejorables en la provincia), los cultivos, la sequía, la multiplicación de la inversión necesaria para la actividad ganadera, el acceso a la cultura, algunos equipamientos fundamentales, la promoción turística y el desarrollo industrial de los que nunca habla nadie. Me refiero a esos lugares en los que los medios sólo reparan cuando muere un niño en un pozo. Que solamente Vox se haya hecho cargo debería dar que pensar a quienes han incurrido en semejante dejación de funciones, porque también quienes viven en el campo son ciudadanos en cuanto a derechos y obligaciones, y qué pena que haya que venir con esto a estas alturas. Si ahora piden riñas de gallos, imaginen que será lo próximo.

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