Calle Larios

El nombre de una mujer futura

  • Mejor no confundirse: esto va, fundamentalmente, de igualdad

  • Y en todas las casas, en todas las circunstancias, hay razones que hacen de la igualdad un objetivo deseable e irrenunciable

La injusticia es una norma más de este mundo: la diferencia es que ahora sabemos que puede ser corregida.

La injusticia es una norma más de este mundo: la diferencia es que ahora sabemos que puede ser corregida. / Lourdes de Vicente

SI hay algo que detesto es escribir aquí en clave personal. Pero a la hora de valorar el 8M y el discurso feminista no puedo (ni, en realidad, quiero) desprenderme del hecho de que soy padre de una niña de 11 años. No sé si, sin esta perspectiva, mi criterio y mi postura serían otros; pero sí sé que lo que pienso al respecto tiene mucho que ver con esta coyuntura, que por supuesto me define por encima de otras muchas cosas. Cuando las mujeres (y los hombres) salgan a manifestarse hoy en la calle, lo harán en virtud de un ideal común pero, también, de situaciones bien concretas en las que ese ideal cobra un sentido bien firme y real. Al cabo, la consigna de que lo personal es político tiene que ver no sólo con la consideración ideológica de las tareas domésticas, también con la premisa de que los paradigmas sociales carecen de fundamento si no se asientan en el día a día, en la carne y el hueso, en cada casa, ahí donde se puede mejorar la vida de la gente, sin abstracciones ni atajos. Bueno, a lo que iba: tengo una hija de 11 años y a esa edad, se lo pueden imaginar, está llena de proyectos e ilusiones. Incorpora a toda velocidad los elementos del entorno que le interesan y construye con ellos el futuro con una autoridad cada vez más consciente: se proyecta con decisión y valentía, empieza a saber la mujer que quiere ser y toma las medidas oportunas. En sus inquietudes, gustos y preferencias distingo a menudo las debilidades heredadas del pesado de su padre, los libros, la ciencia, el teatro, la historia. Pero disfruto sobremanera cuando advierto las predilecciones propias, las que desarrolla por su cuenta, de su mano, fuera de mi tutela, como el empeño que la ha convertido en una fotógrafa experimentada, con sus equipos, sus investigaciones y sus ganas de seguir aprendiendo, algo en lo que yo, lo juro, no he tenido que ver. No hace mucho me contó que estaba pensando estudiar Psicología (no ser psicóloga: estudiar Psicología) y, la verdad, no recuerdo haber tenido con ella una conversación sobre la materia, al menos a una profundidad tal como para que ella tirara del hilo hasta ese punto. Ella tiene, como diría el clásico, toda la vida por delante, todo el tiempo a su favor. En su momento, como todo el mundo, tomará el camino, o los caminos, que desee. Y a mí sólo me sale desear su éxito, que la entrega, el sacrificio y las noches en vela tengan su recompensa y esa mujer que mi hija tiene en la cabeza llegue a ser real y feliz. Tanto ella como yo somos conscientes de que la injusticia es una norma más en el mundo, pero también de que puede ser corregida. Así que pongo toda mi confianza, y mi esperanza, en que el hecho de ser mujer no menoscabará ni un ápice esa proyección con la que sueña. En que podrá llegar a ser lo que quiera sin renunciar a nada y sin verse menos que nadie por su condición de género. En que tendrá, en fin, los mismos derechos y las mismas responsabilidades que todos los ciudadanos. No sólo en un texto legal, no en una normativa, sino en el más normal y cotidiano de los procedimientos.

El camino es largo, pero el objetivo está bien señalado. Así que conviene no distraerse

Nuestro compromiso con el feminismo, el suyo y el mío, tiene entonces que ver, fundamentalmente, con la igualdad. Ella se declara abiertamente feminista: acude cada 8M a la manifestación con su madre desde hace algunos años y pide igualdad. Que a nadie se le ocurra rebajar sus expectativas a cuenta de la mujer que será. Pero es que justo de esto, y no de otra cosa, va un día como hoy: de igualdad. De igualdad real, en derechos y obligaciones, en aspiraciones y oportunidades, en puertas abiertas al mismo mérito. Hay quien dice que el feminismo llega dividido este año, que quienes abogan por un modelo más clásico y quienes apuestan por otro más rompedor no se entienden, pero todo ese ruido, toda esta atención puesta en señalar debilidades, no puede sobreponerse a la evidencia de que el gran hito social del feminismo en España en los últimos años, el gran avance que entraña esta revolución, es la igualdad. Es cierto que el camino es largo y queda mucho por hacer, pero también que ahora el objetivo sí está bien señalado. Y conviene no distraerse. Mucho hay del futuro inmediato puesto en juego. No vale perder aquí.

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