Calle Larios

Una bala en el pecho

  • Decididamente, uno sabe que empieza a hacerse viejo cuando todo el mundo se lía a hablar de alguien que como mucho puede sonarte de lejos. Pero lo importante aquí son los modelos

Puestos a escoger modelos, siempre hay donde elegir. Pienso en tu mirá, tu mirá.

Puestos a escoger modelos, siempre hay donde elegir. Pienso en tu mirá, tu mirá. / Málaga Hoy

NO es por dármelas de snob ni nada de eso, es que estas cosas van cada vez más rápido y a poco que te descuides ya te has quedado fuera. Había escuchado a Rosalía, la vi de portada en el Rockdelux y en alguna ocasión en la tele. Pero no le había prestado demasiada atención, seguramente porque no era consciente del fenómeno y porque, bueno, por lo que sea, no tengo perdón de Dios, señor juez. Pero hace unos días, después de entrar a desayunar en un bar con la esperanza de que tuvieran molletes y lomo en manteca (tenían, bien), me encontré con que un camarero mantenía una conversación harto apasionada con un matrimonio entrado en años que consumía su café en la barra sobre Rosalía. El primero hablaba maravillas de la presunta, pero qué portento, qué pedazo de artista, qué poderío tiene la niña, es para escucharla. El matrimonio asentía al unísono, tan convencido y con tanta razón que ella, recogido el pelo en un roete de posguerra y sonriente como una chiquilla al acabar el colegio, sacó un móvil de su bolso y puso a sonar (creo que en un vídeo de Youtube) una de las canciones más pegadizas, Pienso en tu mirá, tu mirá, clavá, una bala en el pecho. Ahí estaban los tres fans dando rienda suelta a su veneración, igual de sonrientes, meneando la cabeza a un lado y al otro, ¿lo ves?, decía el camarero sin soltar la bayeta mojada, ¿lo ves?, ¿pero cuándo has escuchado algo tú así, Ricardo? Las ciudades también sirven para esto: para comprobar en qué medida cala lo que por ahí fuera inventan para mantenernos entretenidos y tener de qué hablar en los bares. Aquel mismo día, claro, busqué la primera oportunidad para pararme con calma y prestar la atención suficiente a la figura. Y más allá de la factura impecable del producto (lo que no tiene por qué ir necesariamente en detrimento de su valor artístico: al cabo, por una vez no hablamos ni de triunfitos ni de realities), me sentí invadido por un montón de sensaciones contradictorias. Imaginé, ante todo, las dos lágrimas que habrían corrido por la mejilla de Enrique Morente si hubiera tenido ocasión de escucharla. Me convenció su re-creación del flamenco, con algunos juegos interesantes de compás (incluida alguna visita a los tangos de la Repompa que escuché en otro tema). Además, algunos cantaores a los que admiro, como Miguel Poveda y Rocío Márquez, le han dado su bendición. Al mismo tiempo, su dicción a lo trap, la estética chandalera y el rollo poligonal me repelían considerablemente. Pero aquí no importa que me gustara o no: lo que quería contar es que, en mi particular mar de confusión, fui en busca de una profesora de instituto, amiga desde hace mucho, actualmente en oficio en un pueblo de Córdoba, y le pregunté su opinión. Y su punto de vista me pareció revelador. Aunque, por supuesto, no haya que estar necesariamente de acuerdo con ella.

Reproduzco aquí, más o menos, sus palabras: “Rosalías como ésa las hay a pares en todos los institutos. Visten, se mueven y hablan exactamente así. Tienen ese orgullo, esa altanería. Creen que nadie manda en ellas. Que no hay que enseñarles nada porque ya lo saben todo. Y son así de apasionadas, muy sufridas, con un punto mártir. Por eso, cuando vi el vídeo de Pienso en tu mirá, lo primero que pensé fue: vaya, lo han clavado. Han conectado de manera increíble con esta gente, así que se lo van a llevar de calle”. Y continuó: “Pero el problema son los modelos. Para estas Rosalías de las que te hablo, la clave del éxito pasa por cómo tengan las uñas, si más cortas o más largas. Están convencidas de que en la calle han aprendido todo lo necesario sobre la vida, y luego a los profesores nos cuesta mucho convencerlas de que la vida es algo más que el tipo con el que podrán recogerse cuando se vayan de casa de sus padres. Creen que si se quedan embarazadas es porque ellas quieren. Y al mismo tiempo perpetúan conductas machistas: reclaman a sus novios que sean celosos, mucha bala en el pecho, se sienten desdichadas si no son víctimas, al menos en un grado testimonial. Les tiene que doler. Entonces, si el empoderamiento de la mujer pasa por presentar a artistas así como modelos, lo que hacemos es dar alas a esas otras Rosalías. Convencerlas de que su forma de actuar y ver el mundo tendrá una recompensa. Y no creo que esto sea lo oportuno”.

Al hablar con mi amiga, claro, recordé algunos referentes lamentables que los de mi generación tuvimos como modelos. Y, en fin. No sé quién lo tendrá más difícil.

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