Calle Larios

¿De qué viven los malagueños?

  • De repente, una turista hace esta pregunta en la calle San Juan y el tiempo se detiene

  • La única respuesta consecuente es otra pregunta: ¿Nos hemos perdido algo?

  • Pero, un momento

Dado que vivir del aire ya era una aspiración de no pocos filósofos presocráticos, se puede decir que enMálaga lo tenemos a huevo para tomar ejemplo.

Dado que vivir del aire ya era una aspiración de no pocos filósofos presocráticos, se puede decir que enMálaga lo tenemos a huevo para tomar ejemplo. / Javier Albiñana (Málaga)

FUIMOS a desayunar a La Recova, ya saben, allí por la calle San Juan, junto al Taller Gravura. Al salir nos encontramos un grupo de turistas, todos de origen nacional, en plena exploración al mando de un intrépido y concienzudo guía que, suponíamos, había introducido al respetable en los maravillosos y antiguos secretos de la iglesia que comparte titular con la vía. En éstas, una de las visitantes, con el ánimo inquieto y con la mayor disposición a dejarse impregnar por la cultura y los valores de aquellos territorios en los que penetra, levantó la mano y lanzó una pregunta al responsable que pudimos escuchar con claridad: “En Málaga, ¿de qué viven?” Vale la pena repetirlo: “En Málaga, ¿de qué viven?” La turista se quedó en la gloria y el guía puso la correspondiente cara de póquer; no nos quedamos a escuchar la respuesta, porque tampoco era cuestión de meternos donde no nos llamaban, pero sí que daban ganas de tomar la iniciativa: pues mire usted, señora, aquí vive cada uno de lo que buenamente puede. Hay quien se dedica a unas cosas y quien se dedica a otras. Tenemos policías, abogados, artistas, hombres y mujeres que tienen puestos en el mercado y hasta periodistas, que alguno queda. Hay médicos que curan enfermedades y bomberos que apagan incendios. Y, claro, tenemos a muchos metidos en el sector terciario para que usted se lo pase divinamente cuando viene a tomar el sol. Resulta fascinante, de entrada, que exista gente capaz de hacerse esta pregunta cuando va a algún sitio, como si se internara en alguna extensión despoblada de la sabana africana, como si desconociera que, salvo en Corea del Norte y un par de localizaciones más, casi todo el mundo vive más o menos de lo mismo. Y luego, claro, están los que viven de no dar un palo al agua, sobre todo en los despachos, pero esto también constituye un fenómeno tan universal como la aritmética racional. En fin, que la pregunta nos desconcertó un poco. No es difícil advertir el perfil de alguien capaz de plantearse una duda semejante, de ir por Málaga llevando su carnet de extranjería en la boca para dejarlo claro, de albergar un escrúpulo tan puro. Pero, por lo mismo, cabe interpretar que para más de cuatro especímenes similares de ahí fuera Málaga es una ciudad de vacaciones, como Marina D’Or pero con Ayuntamiento propio, en la que puedes ir de terraza en terraza sin necesidad de posarte en el suelo, meterte en museos que traen cosas preciosas de otros museos, ir a la playa un rato a coger color, probar alguna aberrante muestra de la gastronomía local y hacerte una foto simpática junto al Teatro Romano. Ciertamente, en un lugar así, ¿de qué vive la gente? ¿Lo de tirar cañas da para la cotización de todo el mundo? ¿Esto va como el PER? ¿Cómo lo hacen?

La imagen proyectada no es ni mucho menos accidental: obedece a una estrategia concienzuda

Y luego, bueno, cabe considerar que esta imagen proyectada desde Málaga no nace porque sí, de manera espontánea ni mucho menos accidental, sino que obedece a una estrategia emprendida, desarrollada y prolongada concienzudamente desde, en primera instancia, su gobierno municipal. Tenía sentido, supongo, promover esta idea de Málaga como urbe in albis, en la que no pasa nada más que el turismo, donde el sol y el buen clima son más que suficientes para que la maquinaria funcione, dado que así la marca escogida para la brutal competición a la que son sometidas las ciudades amasaba atractivos más directos, menos necesarios de una mediación histórica o intelectual: venga usted a Málaga y déjese la cabeza y el corazón en casa que ya nos ocupamos nosotros del resto. Y si algunos nativos se enfadan por el ruido o porque los patinetes circulan a cuarenta por hora, no les haga mucho caso que hablan por hablar. Desde luego, no ha habido mucho empeño desde la política local en construir un concepto de Málaga vinculado a cualquier otra acepción industrial o económica. Y sí, ya sabemos todo eso de la apuesta de la cultura, pero convendrán conmigo en que el esfuerzo por incorporar equipamientos culturales ha tenido mucho más que ver con la atracción turística que con la inyección de un tejido cultural propio (a los resultados me remito). De modo que sí, señora, a saber de qué vivimos aquí. Claro que, si lo supiéramos, no lo diríamos.

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