Málaga

Cómplices contra la soledad

  • Testimonio de una usuaria del programa de acompañamiento para mayores solos de la Fundación Harena

  • "Cuando Curra llega, entra la alegría", dice

Flori (derecha) y Curra, usuaria y voluntaria del programa de acompañamiento de mayores solos de la Fundación Harena.

Flori (derecha) y Curra, usuaria y voluntaria del programa de acompañamiento de mayores solos de la Fundación Harena. / javier albiñana

Florinda Arenas hacía yoga, taichí, natación; era voluntaria, viajaba... Pero los años y las enfermedades fueron mermando su movilidad. Ahora, a sus 87, apenas sale de casa. Francisca López, de 67 años, va a visitarla un par de horas a la semana dentro de un programa de acompañamiento para mayores solos de la Fundación Harena. "Cuando Curra llega, entra la alegría; nunca viene triste, dice Flori.

Es evidente que congenian. Se abrazan, ríen y son cómplices. Llevan tres años en el programa Soledad 0, Vida 10. Flori como usuaria, Curra como voluntaria.

Más de 250 voluntarios participan en el proyecto 'Soledad 0-Vida 10' de la Fundación Harena

"Eso aquí vendría muy bien porque una cosa es la soledad elegida y otra la soledad obligada", responde Flori cuando se le pregunta por la iniciativa del Reino Unido de crear una secretaría de Estado contra la soledad de los mayores. Esta mujer tiene la movilidad reducida, pero su lucidez intacta. "En mi edificio hay dos torres de trece plantas cada una y estamos completamente solos", reflexiona.

Flori fue ama de casa, no tuvo hijos y enviudó. Su hermano vive en Cádiz. Cuando era más joven y estaba más ágil, iba al gimnasio, salía con las amigas e incluso era voluntaria de un programa de acompañamiento de mayores. Ahora sale a la calle con su silla de ruedas como andador y la usa para sentarse cuando se cansa. Así hace la compra y pasea a su ritmo.

Cuando Curra viene a visitarla dos horas a la semana, prefieren quedarse en casa. "Viene de noche, con frío, con lluvia, con calor... Nunca tiene prisa por irse. Siempre se queda más tiempo ¿Cómo no la voy a querer?", sostiene Flori. Luego dice que no sabe cómo explicarlo y lo deja clarísimo: "Cuando te levantas y ya no tienes agilidad para salir, un día y otro y otro, la casa se te viene encima..." Pero Curra es su antídoto contra la soledad. "Yo tengo mucho amor para dar, así que me apunté al voluntariado. Hago esto por mí, porque me llena mucho. Con el voluntariado se recibe más de lo que se da. Si la gente lo supiera, habría más voluntarios". Curra colabora también con Cudeca, echa una mano con su nieta, va a clases de cerámica, sale con las amigas... No para. Pero jamás falta a su cita semanal.

"Los gobernantes deberían propiciar más que los mayores nos reuniéramos para hablar de nuestras cosas. Los mayores necesitamos estar unidos, juntarnos para hablar. No para amargarnos, sino para ayudarnos", apunta Flori. La vitalidad y el optimismo de ambas son contagiosos. El reportaje se convierte en una charla amena en un rincón de la casa en el que pega el sol invernal. "No quiero vivir 110 años, sino con calidad de vida. A mí que no me tengan retenida con una máquina", advierte Flori que ha hecho ya su testamento vital.

De vez en cuando, se reúne con otras mujeres en el centro de salud. Le sorprende que "con tantas personas solas apenas nos juntemos cinco o seis". Curra le dice que a muchas personas les cuesta reconocer su soledad. En algunos momentos de la entrevista se emocionan, pero lo disimulan. Las dos se hacen bien mutuamente. Cuando el fotógrafo va a disparar, ambas se preocupan de las arrugas. Luego se ríen, felices, olvidando las patas de gallo. Una hora de entrevista da para hablar hasta de Puigdemont. "Un tema importante", dice Flori. Ahí se equivoca. Los miles de mayores solos son más importantes, aunque los periódicos hablen poco de ellos.

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