Discapacidad

Cosas del pueblo

  • La vida fuera de la ciudad es tranquila, sin prisas, todo el mundo se conoce y por eso los problemas de alguien se convierten rápidamente en debate l Pero también es más difícil resolver las situaciones

Amedida que uno se aleja de la ciudad, no sólo cambia el paisaje, el aire, el olor e incluso el clima se adecuan a un entorno más cercano, menos agresivo. Mamen se debate en un eterno dilema, hoy piensa una cosa y mañana cambia de opinión, por más que intenta ver las cosas claras su mente le pide una cosa y su corazón la contraria.

Mientras, Inés no para de quejarse, y es que ya deberían haberle concedido "la paga" que tanto demanda. La vida en el pueblo es tranquila, sin prisas, todo el mundo se conoce y por eso los problemas de alguien se convierten rápidamente en debate. La única residencia que existe aglutina a la mayor parte de los mayores, que perciben su nuevo alojamiento como una vuelta a su niñez, cuando se reunían en la plaza del pueblo, sólo que ahora por la noche también permanecen juntos, su nuevo hogar es un ejemplo de la sociedad en la que vivimos, donde nuestros abuelos no se quedan en casa, donde nuestros padres se ven incapacitados para cuidar a quienes los cuidaron.

Sin embargo, Mamen no concibe que su hija con parálisis cerebral no pueda moverse libremente por las calles que la vieron nacer y aunque entiende que es un problema suyo, no va a permitir que sangre de su sangre, que su propia hija, vea limitadas sus oportunidades con tan sólo 8 años. A sus noventa y seis abriles, Inés empuja un andador mientras con voz entrecortada deja claro que ella puede bañarse sola, que no necesita a nadie, que el médico le ha dicho que está muy bien.

No entiende ni de Ley de Autonomía Personal ni de Pías, solo sabe que ella paga 1.246 euros por una plaza en la residencia, mientras que algunas compañeras de salón no lo hacen, porque según ella, le deberían dar una paga que le prometieron. Mamen cree que lo mejor será salir de allí, ve en la ciudad una oportunidad de mejora y no le importa sacrificar su vida o su matrimonio para que su hija tenga lo que el pueblo le niega. Fisioterapia, natación o un colegio mejor son sus anhelos y para ello ya se ha gastado mas de lo que tenía, en comprar una furgoneta y adaptarla.

Hace más de un año que Inés fue valorada por la ley de dependencia y aunque se empeñó en demostrar que era autónoma, se le diagnosticó con el grado más alto, aunque aún no ha cobrado nada. A Mamen en el fondo la capital le asusta, toda la vida ha vivido en el pueblo, allí tiene a sus padres, a sus amigos, y a su hija todos la conocen y la aceptan, aunque como ella dice, mejor no pararse con ninguno de los mayores, porque la frase más repetida le duele mucho, tanto como la pena que le produce no poder contestar como le gustaría. La vida en el pueblo es diferente, demasiado diferente, e Inés no se resigna a pagar por la plaza de residencia más que sus compañeras. Mamen ha decidido hoy quedarse un par de años más en el pueblo, al menos hasta que su hija vaya al instituto, aunque es probable que mañana cambie de opinión. Son dos historias, de las muchas que todos tenemos cerca, son dos situaciones que se viven también en la ciudad, no pertenecen en exclusiva a la Andalucía profunda, pero sin duda allí es más difícil.

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