Málaga

Cuando en Málaga se comía ballena

  • El análisis de unos restos excavados en 1972 en la Cueva de la Victoria revela que los humanos de hace 15.000 años basaban su alimentación en gran medida en marisco y cetáceos

Zona de las excavaciones realizadas en la sala de las Conchas de la Cueva de la Victoria.

Zona de las excavaciones realizadas en la sala de las Conchas de la Cueva de la Victoria.

No había chiringuitos ni probablemente era un producto considerado casi de lujo como en la actualidad. Pero hace al menos 15.000 años los prehistóricos que tenían la suerte de vivir cerca del mar basaban su alimentación principalmente en todo tipo de mariscos, algunas especies ya incluso esquilmadas del litoral malagueño, durante buena parte del año. Lo más novedoso es que también la ballena constituía un alimento importante para los humanos que habitaban en la Cueva de la Victoria (Rincón de la Victoria) en el Paleolítico durante la época de invierno, un hecho que permite conocer mejor el modo de vida de aquellas personas y que ha podido ser constatado científicamente en muy pocos lugares del mundo.

Lo ha hecho un equipo de investigación, entre los que se encuentra el director conservador de la Cueva de Ardales, Pedro Cantalejo, y que confirmó a este periódico que se trata de una información "de interés excepcional que explica el tipo de vida de los paleolíticos que, además de recolectar y cazar, mariscaban muchísimo dada su proximidad al mar, cuyo nivel en ese momento estaba más alejado que el actual".

Los primeros resultados de estas investigaciones apuntan a que en la Cueva de la Victoria habitaron grupos de cazadores, recolectores y mariscadores hace entre 15.000 y 13.500 años, fechas en el que se desarrolla en Andalucía el periodo denominado Magdaleniense superior. Y en base a eso se ha podido determinar que su alimentación estuvo basada en recursos vegetales, caza de mamíferos como el conejo y gracias a la pesca y al marisqueo, sobre todo, de almejas, navajas y berberechos.

También se han podido documentar anzuelos fabricados en hueso y objetos de adorno fabricados con pequeñas conchas de Littorina obtusata, especie de aguas frías que ya no existe en las costas malagueñas.

Pero el descubrimiento más importante ha sido el de una placa quemada del balano de ballena Tubicinella major, un pequeño crustáceo endémico que vive en la piel de la ballena austral. Su hallazgo indica que los humanos de hace 15.000 años llevaron a la cueva carne y grasa de ballena, posiblemente de un cetáceo varado en una de las dos playas cercanas, un hecho que Cantalejo aseguró que se ha podido constatar científicamente en pocos lugares como la Costa Azul y la próxima Cueva de Nerja donde también se encontraron restos de delfines y focas.

El reto ahora es la aplicación de nuevas tecnologías al yacimiento para poder demostrar que, durante el Paleolítico, la costa malagueña fue un hábitat preferente entre las primeras comunidades sapiens del Mediterráneo. La razón es que las cuevas del Cantal, a la que pertenece la de la Victoria, fueron usadas por los pobladores de la provincia de Málaga durante el Paleolítico superior como residencia invernal para únicamente ir al interior, donde el frío hacía muy difíciles las condiciones de vida, a cazar los grandes mamíferos y recolectar frutos, hierbas y todos los alimentos más difíciles de encontrar en la costa. Eso hacía que durante la primavera, el verano y parte del otoño, los grupos humanos trasladaban sus campamentos a las sierras interiores, como es el caso detectado en la Cueva de Ardales, para aprovisionarse de cara al invierno. Cuando terminaban todas estas tareas y el sombrío invierno amenazaba con llegar, justo después de la berrea de los ciervos, hacían el equipaje de vuelta a la Costa con el río Guadalhorce como guía.

Los primeros resultados científicos sobre las excavaciones arqueológicas realizadas en la Cueva de la Victoria fueron presentados hace dos semanas en París dentro del XVIII Congreso Mundial de la Unión Internacional de Ciencias Prehistóricas. Pero realmente el hallazgo se remonta a julio de 1972 cuando Javier Fortea, entonces profesor de Prehistoria en la Universidad de Salamanca, excavó un área aproximada de 13 metros cuadrados en la denominada sala de las Conchas de esta cueva, donde documentó varios niveles de sedimentos.

Sin embargo, gran parte del material conseguido durante aquella excavación ha permanecido olvidado 45 años en el almacén del departamento de Prehistoria, Historia Antigua y Arqueología de la Universidad de Salamanca. Ha sido un equipo dirigido por el profesor de Prehistoria de dicha Universidad Esteban Álvarez Fernández, y en el que colaboran investigadores de otros centros de investigación, entre los que destacan la Cueva de Ardales, la Universidad de Educación a Distancia y la Universidad de Valencia, el que ha propiciado ahora el análisis en laboratorio de los abundantes restos de conchas y huesos quemados, muy fragmentados, encontrados en su momento.

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