Málaga

Motivos urbanos para la música

  • Levantado a mediados del siglo pasado por vecinos que provenían en gran parte de las Sierras de Ronda y Grazalema, el enclave que separa el Parque del Oeste de la Avenida Velázquez es una ciudad autoabastecida en la que aún se vive como en un barrio

Resulta extraño, a estas alturas, que el olor a dulces y bollos recién hechos de una panadería tenga el poder de detener a quien pasa por la puerta unos instantes. Cuando algo así ocurre y uno se da cuenta de que está salivando, la sensación es como de viaje en el tiempo, como de regreso a ciertas emociones perdidas tras los años y la maldita madurez. De lo que en estos tiempos puede ofrecer un barrio. En la calle Beethoven, en La Paz, un establecimiento tiene esta capacidad, y hay que tener fuerza de voluntad para no entrar, comprar un merengue o un suso y devorarlo a la vista de todo el mundo. Todo se ofrece de manera especial en este enclave de la Carretera de Cádiz, que sobrevivió milagrosamente al desarrollismo brutal de los años 50 y 60 (el mismo que sí hizo estragos muy cerquita, en La Luz y San Andrés) para garantizar una señal de humanidad en su urbanismo, en sus aceras, árboles y jardineras. La Paz es también un barrio de acogida, pero, ante todo, es un barrio, y lo es de una manera ya extraña en Málaga, cómplice, cálida. Cuando uno llega a sus entrañas se siente inducido a guardar el respeto merecido, pero a la vez gratamente bienvenido.

La Paz saltó recientemente a la actualidad después de que la Oficina del Metro decidiera rebautizar como La Luz-La Paz la estación del suburbano de la zona, cuando antes la opción más barajada había sido La Luz, a secas. En la Asociación de Vecinos de La Paz, la información que publicó este periódico sobre aquel asunto se exhibe colgada y plastificada en el tablón de anuncios como un trofeo. El caso resulta revelador sobre la conciencia de barrio que tienen los propios vecinos (de ellos partieron las quejas y reclamaciones que motivaron el cambio de nombre para la parada): la asociación es singularmente activa, ofrece todo tipo de talleres y excursiones y además funciona como centro de ocio, especialmente para mayores, que juegan allí al dominó mientras toman café. En el mismo tablón de anuncios se ofrecen soluciones para ancianos solitarios, usuarios con problemas en los suministros de luz, agua y gas y otros posibles interesados, y esas soluciones, claro, son ofrecidas por los propios vecinos. En la articulación social del barrio resulta todavía indispensable la función de la Obra Social de Unicaja, que mantiene aquí abiertos una biblioteca, otro centro de día para mayores (los hombres juegan también aquí al dominó convenientemente separados de sus mujeres, y en la puerta un cartel pide que por favor nadie se lleve los periódicos de los socios) y una guardería, además del colegio Rosario Moreno. La razón de esta implicación se encuentra en el mismo origen de La Paz, cuyos primeros ocupantes, establecidos aquí a mediados del siglo pasado, provenían sobre todo de la Serranía de Ronda, de la cercana Sierra de Grazalema y buena parte de la provincia de Cádiz, gentes que llegaron atraídas por el desarrollo de la construcción y el sector servicios y la propia crisis del campo. Muchos de aquellos pioneros son los mismos que se sientan hoy a tomar el fresco y leer el periódico en la Plaza Mozart. La sierra todavía se percibe en sus ojos. Y algunos bares, con nombres como Arriate y Montejaque, delatan que aquella semilla late aún con fuerza.

Uno de los distintivos de La Paz es la nomenclatura de sus calles, dedicadas a los grandes compositores de la Historia universal: además de Mozart y Beethoven, Haydn, Haendel, Chopin y Schubert tienen aquí sus vías, señaladas con unos graciosos azulejos que en su día ofreció la Caja de Ahorros de Ronda a modo de homenaje. Mozart tiene su busto en su plaza, el verdadero epicentro del barrio, en la que desembocan todas las calles. Y no se sabe si fue antes el huevo o la gallina, pero lo cierto es que en el barrio hay una gran afición a la música, fomentada por el cercano Conservatorio Gonzalo Martín Tenllado.

En la arquitectura hecha de ladrillo rojo con exponentes como la torre de quince pisos de la misma Plaza Mozart se cuece una ciudad en miniatura que se autoabastece y vive su frenética andadura con plena autonomía. En los bajos de los bloques hay tiendas para comprar prácticamente de todo, y muchas son tan antiguas como el barrio. Hay pocos locales cerrados y pocos anuncios de traspasos, ventas o alquileres: La Paz es un barrio pequeño, pero capaz de sostenerse a sí mismo. Y aunque la caída libre de la construcción ha hecho algún daño, una diversificación profesional mayor que en otros barrios próximos (aquí viven desde todo tipo desde autónomos a los más diversos funcionarios, pasando por estudiantes, artistas y hasta algún periodista) ha reducido notablemente el impacto. Una señora lo explica mientras toma un té granizado en el bar La Gran Plaza, en la misma Plaza Mozart (no deberían perdérselo, por cierto; está delicioso): "Pues no sé por qué, pero aquí se vive bien". Sólo algunas botellas en las jardineras y la doble fila empañan la estampa, pero ¿están ustedes seguros de haber barrido debajo del sofá?

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