El Prisma

Secuestro de un país

  • ¿De qué sirve tanta inversión en aeropuertos y en promoción turística, tanto esfuerzo en renovar la planta hotelera y mejorar la carta, si llegada la hora de la verdad un colectivo pone de rodillas al país?

EN la gélida tarde del viernes tenía a una amiga en Oporto, esperando ver qué ocurría con su vuelo a Madrid, a cuatro familiares pendientes de la radio y de internet porque debían salir hacia Estocolmo de madrugada, a un compañero rezando por que su largamente ansiado viaje a Egipto no se frustrara, y a un cansado, estresado y querido amigo maldiciendo porque sus vacaciones en Roma tenían pinta de irse al garete. Como ellos, decenas de miles de pasajeros atrapados en los aeropuertos o subiéndose por las paredes en sus casas u hoteles, esperando noticias sobre la cancelación, retraso o mantenimiento de sus itinerarios. Todos se quedaron en tierra.

Mientras, en casa permanecían muchos empresarios, grandes, pequeños y medianos, y miles de trabajadores, que en Málaga y no sólo en Málaga esperaban este puente de la Constitución como agua de mayo para aguantar sus negocios abiertos y llegar, aunque con el agua al cuello, al final de un año muy, muy duro. Y la cosa está tan difícil que tener ocupadas cinco días unas cuantas habitaciones puede resultar decisivo para despedir o no a unos cuantos trabajadores cuando empiece la cuesta de enero.

Unos días de temporada alta para hoteles y restaurantes de la Costa del Sol saboteados por unos pocos. Por poco más de 2.300 controladores, que con su huelga ilegal, deserción, sedición, sabotaje, alta traición o golpe de estado, llámenlo como quieran porque es una barbaridad sin antecedentes históricos, han secuestrado a todo un país.

El aeropuerto de Málaga es posiblemente, junto con el AVE, la joya de la corona de la inversión pública realizada en Andalucía en la última década. Más de mil millones de euros para poder recibir a 20 millones de viajeros al año. ¿De qué vale ese esfuerzo presupuestario de todos cuando un colectivo, con un sueldo medio que supera los 300.000 euros al año, puede tirarlo por tierra? ¿A dónde van los millones de euros gastados en promoción turística, la presencia en las principales ferias de turismo del mundo, los planes Qualifica, la renovación de la planta hotelera, el cariño con el que un restaurador elabora un menú, si unos pocos logran hundir en unas horas la imagen de España? ¿En qué lugar deja este pulso al Gobierno, incapaz de prevenirlo o abortarlo? ¿Es normal que dos mil personas se pongan de acuerdo y nadie en Fomento se entere de este ataque a la yugular del país, el turismo?¿Quién manda aquí, un Ejecutivo democrático o un colectivo empeñado en poner a un país de rodillas?

Tras la consecución del Mundial, pensaba que el éxtasis por Copa uniría a un país roto por la recesión y profundamente dividido por la irresponsabilidad patológica de su clase política. Me equivocaba. Lo que ha unido a los ciudadanos es el odio colectivo a los controladores aéreos, a los que toda España querría tener delante para liberar la frustración acumulada estos últimos años. Lo que se llama la catarsis del tomatazo.

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