Málaga

Sueños de Oriente frente a la crisis

  • Melchor, Gaspar y Baltasar desfilaron ayer por las calles del centro en una comitiva más austera y deslucida que la del año pasado · La caída de dos mujeres de una de las carrozas detuvo por unos minutos el desfile en Carretería.

Resulta prácticamente imposible reproducir una Cabalgata de Reyes Magos sin recurrir a términos como magia e ilusión. Junto a los caramelos asesinos son tres de los ingredientes básicos en cualquier 5 de enero. El rostro de los más pequeños se ilumina ante el paso imponente de sus Majestades y el desfile de sus personajes de animación más conocidos les devuelve al mundo de la fantasía. Cada año se repite la misma dinámica ante los ojos de esos pequeños bajitos. Lástima que la mirada adulta observe una estética menos idílica. La crisis no entiende de cuentos ni de leyendas y, con el presupuesto reducido a la mitad, la propuesta de ayer en Málaga acusó la austeridad que se preveía y quedó bastante más deslucida que años anteriores.

Pero también se puede uno retrotraer e imaginar que el dinero no compra la felicidad y perdonar cualquier atisbo de realidad mundana. Al fin y al cabo, se trata de soñar con un mundo de princesas, hadas, reyes, serpentina, muñecos de peluche y animales de plástico. De eso trató el desfile de ayer, aunque el adulto echara en falta un poco más de música ambientando la comitiva y algo de celeridad en el trayecto.

Puntual a su cita con la infancia, Sus Majestades de Oriente entraban a las 16:30 por la puerta del Ayuntamiento tras pasar la noche en La Alcazaba. Como auténticos monarcas, Melchor, Gaspar y Baltasar saludaban y estrechaban manos a su paso por la avenida Cervantes. Una vez dentro del Consistorio, les tocaba asomarse al balcón, volver a saludar y disfrutar de una de las mejores vistas del día, un Paseo del Parque lleno de pequeños ojos abiertos y manos alzadas que esperaban ansiosas a sus tres magos de la ilusión, juntos, en el balcón consistorial.

Una vez arriba, otros dos pequeños ojos disfrutaban de una perspectiva privilegiada. Elegido para representar a todos los niños de Málaga, Mario Ballesteros asomaba su cabecita para acercarse al micrófono y leer su particular carta dirigida a los Reyes de Oriente. "Al fin ha llegado el momento que todos esperábamos. Todo el año haciendo una lista larguísima llena de todos los juguetes que queremos, pero sé que no nos podéis traer todo ni a todos, lo entendemos, ahora está la cosa mal. Pero no pasa nada, yo sé que lo intentaréis y que nos traeréis algún detalle". La crisis comenzó entonces a sobrevolar las cabezas adultas que se esforzaban en disimular con una sonrisa la incomodidad de una tarjeta de crédito demasiado estirada. Fue entonces cuando Ballesteros remontó el discurso de la ingenuidad con una llamada de atención a los padres. "Se esfuerzan porque seamos mejores personas y algunos nos hemos portado mal. Con esta carta querría pediros, en nombre de todos, perdón por si hemos sido malos aunque fuese sin querer".

A ras del suelo y encajado tras la valla, Saul y Abraham asistían boquiabiertos al preámbulo de una tarde provista de argumentos para soñar con el país de la fábula. "Se pegan la noche mirando al cielo, por si los Reyes vienen por ahí y me piden que deje la ventana de la terraza abierta", comentaba Silvia, la madre. Antes de llegar al Paseo del Parque, sus hijos ya habían tenido oportunidad de comprobar que sus Majestades habían llegado, por fin, a Málaga. "Hemos ido antes a verlos al Parque de Bomberos. Y ellos me preguntan ahora que cómo pueden correr tanto", recreaba sonriente. A su lado Abraham respondía con el ceño fruncido ante la pregunta de la periodista: "¿Dónde está tu bolsa de caramelos?" "Ya le he tenido que reñir a mi padre porque se la ha dejado en el coche", protestaba desde sus cinco años. Así, con grandes y resistentes bolsas de Mercadona -el reciclaje tiene que servir para algo- miles de niños aguardaban el momento de llenarlas de golosinas, que este año ampliaban su oferta con 50.000 bolsas de pipas y 50.000 de kikos. A las 17:00 daba comienzo el desfile con un Aladin de cartón piedra, rodeado de peces, flora marina y niños a juego que desde una modesta carroza empezaban a lanzar los primeros caramelos.

La música pachanguera sustituyó a los villancicos de la Banda Municipal y las ruedas de los remolques comenzaban a moverse. Detrás, Bob Esponja, Calamardo y Patricio se paseaban a sus anchas saludando a su público. Una inmensa abeja hinchable precedía a las siguientes carrozas con más ejemplos catódicos. Shrek y su burro, un dinosaurio, una princesa, los pitufos a ras del suelo -con una pitufina ¿pelirroja?-, Buzz Lightyear y Woody rodeado de un séquito de vaqueros, hinchables con forma de elefantes y así hasta completar un elenco de personajes a los que les seguía faltando hilo musical.

Cuando por fin las carrozas reales hicieron su aparición , la auténtica magia volvió a su sitio, Melchor, Gaspar y Baltasar a sus tronos y los gritos de los presentes a sus oídos. La nota simpática la regaló un esbelto Baltasar que tuvo que esperar a que llegase una suerte de elevador que le alcanzara hasta su asiento con forma de elefante. La Cabalgata siguió la estela de Oriente con ritmo descompasado y cuando llegó a calle Carretería tuvo que poner el freno por un pequeño percance. Dos mujeres se cayeron de una de las carrozas y tuvieron que ser atendidas por la Cruz Roja de contusiones leves.

De vuelta al territorio de la ficción, Alberto y Manuel, como buenos vecinos relataban sus peticiones. "Nos hemos pedido dos cajas de legos, y yo además una canasta de baloncesto", matizaba Alberto junto a una bolsa abultada de caramelos. Por la noche con la cabeza en la almohada, sus sueños volverían a tener forma de corona.

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