Málaga

Viaje al centro de ninguna parte

  • Resulta paradójico que se informe tanto de algo que todavía no se puede ni siquiera ver l Que el Metro vaya a hacer de Málaga una ciudad más accesible y dinámica todavía está por demostrar, pero lo mejor será descubrir lo que se cuece por ahí abajo l Un nuevo paisaje siempre será estimulante

NO podía ser de otra forma. Nada más comenzar el año, esta misma semana, el presidente Griñán y su cohorte se subieron al Metro de Málaga para dar un paseíto de unos cuantos metros desde El Torcal (no el de Antequera, claro: más quisieran) hasta el Martín Carpena para comprobar que los vagones no se salían de los raíles. La comitiva, como suele ocurrir en las cosas de la Junta de Andalucía, casi no cabía en el subte de lo nutrida que era, pero el objetivo quedó cumplidamente satisfecho: moverse, se mueve. Con la pintoresca excursión se pretendía amortiguar el chasco tras la no inauguración del pasado noviembre y alentar a las masas con vistas a febrero de 2013, fecha señalada en el calendario como próximo plazo al respecto. Resulta paradójico que desde el Gobierno andaluz se brinde tanta cancha y se informe tanto sobre algo que aún no se puede ni ver, y que desde luego no forma parte, por el momento, de las conversaciones de bares ni de las porras de las agrupaciones vecinales, donde el posible noviazgo de Pablo Alborán y Chenoa sigue llevándose la manteca. Mientras el Metro abre sus puertas o no las abre Málaga continúa ofreciendo escasas opciones de movilidad más allá de sus atascos, los carriles bici incompletos y desiertos como carreteras de montaña, la doble fila como pecado venial ante el que ya ni merece la pena presentar una mera reclamación verbal y su caos perenne y definitivo, ése por el que es necesario invertir más tiempo para viajar a El Palo desde el centro que hacerlo hasta Guadix. Imagino que este desfase tiene que ver con el carácter pragmático del malagueño: por mucho que venga Griñán a ponerse el casco, prometan una línea hasta el Parque Tecnológico y vaticinen la conexión Alameda-Carretera de Cádiz a una velocidad mayor que la del acelerador de partículas del CERN, hasta que no haya un carricoche en el que montarse el ciudadano no verá más que zanjas abiertas. Lo que no desmerece, claro, para que el mismo día de la inauguración las colas den varias vueltas a cada estación y los contribuyentes más dados a la prudencia decidan aguardar unos días para probar el invento. La filosofía del no future es aquí tan auténtica como el verdial. En dos días el Metro será malagueño por derecho y no habrá hijo de vecino que no jure haber viajado en él, así que la Junta no debería preocuparse tanto de promocionarlo, ni debería por lo mismo hacer caso de la indiferencia con la que parece manejarse el asunto. Como dice el Evangelio, todo lo demás se dará por añadidura. Si el proyecto se materializa finalmente en febrero de 2013, serán pocos los que recuerden que la costa esta prevista para noviembre de 2011. Esto funciona así, aquí te pillo y aquí te mato. La manía por el presente no sólo aniquila el porvenir: también hace estragos con el pasado y con la memoria.

Pero, de cualquier forma, será estimulante probar el cacharro y descubrir un paisaje nuevo en la misma ciudad. Un panorama oscuro hecho de cemento y metal, de acuerdo, pero habitable al fin y al cabo. Lo bueno de que en Málaga broten espacios en los que nunca ha estado nadie es que éstos funcionan como laboratorios en los que se puede evaluar la idiosincrasia malacitana con una contaminación mucho menor. ¿Cuánto tiempo tendrá que transcurrir hasta que las estaciones del Metro se parezcan a las más chuscas de cualquier gran ciudad, pródigas en envases de plástico y restos orgánicos? ¿Cómo se organizarán los usuarios a la hora de entrar y salir de vagones atestados, entre la cortesía civilizada y la violencia bruta? ¿Resistirán los feriantes más recalcitrantes la tentación de convertirlos en antros para sus botellones, ahora que parece que tendrán más dificultades para hacerlo al aire libre? Nada cambiará, presumo. El viaje no nos llevará a ninguna parte. Pero nos subiremos para contarlo.

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