calle larios

Algunos cadáveres ambulantes

  • lSorprende ya la cantidad de artilugios dispuestos para que quienes transitan por el centro de Málaga, especialmente los turistas, no tengan que dar un paso lCon el gusto que da estar vivo

Demostración de visita turística en fila india motorizada por la calle Compañía: quien se salga de la línea, muere.

Demostración de visita turística en fila india motorizada por la calle Compañía: quien se salga de la línea, muere. / jorge zapata / efe

No se lo van a creer, pero el otro día iban tres pimpollos ya creciditos por la calle Granada subidos a una especie de karts a pedales, a toda pastilla, y a punto estuvieron de llevarse por delante a algún incauto. No eran chiquillos que estaban estrenando sus juguetes, sino personas mayores de edad a las que les parecía correcto desplazarse así por las calles peatonales del centro, a una velocidad a todas luces inadecuada, con el consiguiente peligro. Tales cacharros se han incorporado ya a la amplia galería de patinetes eléctricos, segways y demás fanfarria motorizada con la que demasiada gente transita por el centro para no tener que dar un paso. Uno echa ya de menos los tiempos en los que, como mucho, te podías encontrar a alguien en bicicleta por Casapalma o por Especerías corriendo como si le fuera la vida en ello. Antes cabía la opción de quedarse embobado mirando a los guiris subidos a bordo de un rickshaw patrocinado como si estuvieran a bordo de la Mir, pero el negocio se ha salido definitivamente de madre. Porque sí, buena parte de esta afluencia de ingenios tiene que ver con el turismo y con la manía de facilitar a los visitantes el paseo desde la Catedral a la Casa Natal de Picasso, pobrecitos, no se vayan a cansar; pero también se ve a algún que otro palurdo a bordo de su patinete, con su traje de faena o su talega en un costado, apartad todos que llego tarde a la reunión. Inevitablemente, cuando encuentro este tipo de escenas me acuerdo de Wall-E, la película de Pixar, con aquella nave espacial que transportaba a los últimos supervivientes de la Tierra, convertidos en figuras orondas que se desplazaban a todas partes sin poner un pie en el suelo. Filósofos contemporáneos como John Gray han escrito sobre la masiva asunción social del cyborg: apenas quedan ya individuos que no requieran de suplementos tecnológicos que completen, amplíen o mejoren sus funciones netamente humanas (no hace falta ser Stephen Hawking, viene a decir John Gray: a ver quién es el listo que se busca la vida con éxito en el Occidente del siglo XXI sin una conexión wifi). Resultaba evidente que la movilidad, además de la comunicación, iba a ser una de las áreas más afectadas por esta, digamos, simbiosis ortopédica; pero cuando veo a una cuadrilla de exploradores muy serios, con sus gafas de sol, sus chubasqueros y sus cascos protectores subidos a sus segways o patinetes detrás del guía, sin mover un dedo, más atentos inevitablemente al firme que a la arquitectura malagueña con tal de no caer con un costalazo al suelo, más que en los cyborgs pienso en un palabra muy concreta, y que Dios me perdone: estupidez. Peter Gabriel compuso en los 80 una canción titulada Games without frontiers que versaba, según las palabras del músico, "sobre la estupidez humana", y durante muchos años la interpretó en el escenario subido a un segway. Pues eso.

Tan sonora puede llegar a ser la estupidez como para preferir circular sobre ruedas desde la posición del peatón en una ciudad tan favorable al caminar como Málaga. Toda esa gente que va por la calle Larios en sus triciclos megachachis que parecen comprados en el Tiger no sabe lo que se pierde. Pero, al cabo, tiene sentido: si hemos renunciado a la razón como emblema esencial de la naturaleza humana, ¿por qué no renunciar también a la bipedestación? ¿Qué importa que el mero hecho de andar haya servido de inspiración a pardillos de tres al cuarto como Séneca, Jesucristo, Montaigne, Balzac, Kant y Sebald? ¿Por qué hacer caso a los flâneurs, predicadores del wanderlust y demás hippies? Más aún, lo que el Ayuntamiento debería hacer, tal vez, es instalar una enorme pista mecánica, como las de los aeropuertos, que abarque desde la Plaza de la Marina hasta la Plaza de la Merced, con parada en cada tienda y en cada bar de tapas. La opción preferente por no andar, por ser llevado en lugar de llevarse, por renunciar al libre albedrío que entraña el callejeo espontáneo, nos hace más cadáveres, y de eso se trata. Aunque estaría bien, quién sabe, que el Consistorio se lo tomara en serio y empezara a regular esto y a sancionar a los pichinautas que van por ahí rodando con excesivo entusiasmo. Con lo a gusto que se está vivo, pardiez.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios