Calle Larios

Bienvenidos a MetaMálaga

  • Estamos en condiciones, al fin, de aspirar a ser #Málaga en lugar de Málaga, de construir la gran ciudad especulativa gracias a la tecnología y olvidar sin más la de cada día, pobretona y triste

En la Málaga sensible sabemos qué cabe esperar de las bondades prometidas para la Málaga especulativa, sobre todo a nivel de impacto.

En la Málaga sensible sabemos qué cabe esperar de las bondades prometidas para la Málaga especulativa, sobre todo a nivel de impacto. / M. H.

Tal vez el lector no haya reparado en ello, pero desde hace unos días tenemos a Nueva York metida en Málaga. Y no me refiero a las torres de Martiricos, sino a la escenografía de Company, la producción del musical de Stephen Sondheim que estrenó esta semana Antonio Banderas en su Teatro del Soho con su compañía. El espectáculo (harto recomendable: no se lo pierdan) se ofrece envuelto en una recreación inmersiva de la Gran Manzana, creada a partir de una fotografía analógica en 360 grados tan descomunal que de hecho invade parte de la platea y en la que, gracias a la prodigiosa tecnología del mapping, se suceden la noche y el día, se encienden y apagan luces en las ventanas de los edificios (donde también llegan a asomarse algunas criaturas fascinantes) y se dejan ver aviones y pájaros mientras surcan el cielo de Manhattan. El responsable de semejante ingeniería es uno de los escenógrafos más relevantes del teatro español, Alejandro Andújar, quien precisamente tuvo que ausentarse durante un día de la compleja instalación de su invento en el Teatro del Soho para recoger un Premio Max concedido por un espectáculo anterior. La cuestión es que el otro día, en el estreno, emocionado y cautivado por todas aquellas canciones y coreografías, con un Antonio Banderas portentoso en su papel protagonista, tuve una idea genial: ¿Y si, en lugar de traer Nueva York a Málaga, traemos Málaga a Málaga? Es decir, ¿y si recurrimos a la misma tecnología del mapping para dar forma de una vez a la ciudad proyectada, soñada, la que malagueños y turistas nos merecemos por derecho? ¿Por qué no, por ejemplo, aprovechar la herramienta para recuperar la Coracha o la Mundial en el mismo lugar en que estuvieron? Tal vez se podría someter a votación el modelo de esa otra Málaga virtual para decidir qué elementos incluimos y cuáles descartamos. Sin embargo, y como sucede a menudo, basta tener una idea genial para comprobar que ya la han tenido antes unos cuantos. Hemos conocido proyectos asombrosos para concluir la torre de la Catedral a base de realidad aumentada, por ejemplo; lo mismo que para la olvidada mezquita de la calle Agua, el Teatro Romano y otros testimonios patrimoniales de diverso pelaje. Semejantes ocurrencias se han ido quedando en el cajón, pero, a tenor del Metaverso anunciado por Zuckerberg, y dado el empeño de Málaga en convertirse en foco tecnológico mundial, a lo mejor estamos en condiciones de advertir las bondades de una MetaMálaga construida, justamente, mediante las innovaciones tecnológicas disponibles más allá del mapping. Se trataría, insisto, de traer Málaga a Málaga, o mejor, de traer #Málaga a Málaga. Tendríamos una ciudad a dos niveles: una MetaMálaga espléndida, con su torre-hotel del Puerto, su Museo de Museos, su gran centro tecnológico-museístico en la Plaza de la Merced, su Neo-NeoAlbéniz, su eje litoral al estilo tokiota, su Auditorio, su Hermitage y todo lo que ustedes quieran, a la que se podría acceder fácilmente a través de un click; y luego la Málaga común, la pobretona, la de todos los días, la de María en parada técnica para el café y el pitufo antes de ir a por sardinas al mercado de Huelin, la del paro, el hartazgo y la inflación, la que no sabe dónde meterse con tanto apartamento turístico, la del madrugón para ir al colegio y la que se muere de vergüenza o se encoge de hombros al ver las calles tan sucias. Quién sabe: si Francisco de la Torre se conforma con la primera y nos deja a los demás la segunda, a lo mejor vale la pena.

A lo mejor el alcalde se conforma con la versión ‘Meta’ y nos deja a los demás la otra

Cabe advertir, no obstante, que en realidad ya tenemos una Málaga a dos niveles: una ciudad proyectada, en el doble sentido de futuro e ilusión, y otra material, contrastada, verificable y sensible. Las dos conviven en relativa armonía, aunque el equilibrio es delicado y a veces hasta se rompe cuando, por ejemplo, queda comprobado que las dimensiones reales del hotel de Moneo en el Hoyo de Esparteros tienen poco que ver con lo que se nos había informado, infografía oficial mediante, sobre las mismas; o cuando comprendemos que el impacto real de la torre del Puerto será mucho mayor de lo que nos prometen el alcalde y sus promotores, aunque ya no habrá más opción que quedarse el regalito (por cierto, un inciso: el problema del impacto más que previsible de la torre del Puerto no ha tenido nunca que ver con el Centro de Málaga. Ésa no es la cuestión ni, insisto, lo ha sido nunca, por razones evidentes que el propio alcalde resume con claridad – el Centro queda muy lejos –. La cuestión del impacto tiene que ver con la bahía de Málaga como patrimonio natural, medioambiental y paisajístico, así como con elementos de alto rango identitario como la Farola). Podemos hablar entonces de la coexistencia de una ciudad especulativa, en la que los grandes proyectos, aun improbables, funcionan un poco como la zanahoria para el asno (véase el reciente episodio del Hermitage) y que se lleva cada año las mayores partidas presupuestarias; y la ciudad real, anónima y marchita, la que ya apenas recaba lemas ni portadas y para la que, vaya por Dios, no hay remedio. Pues nada: celebraremos, triunfales, la primera y olvidaremos sin más la segunda.

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