Calle Larios

Sobre las esencias mantenidas

  • Llama la atención el modo en que cada intervención en algún enclave sensible de la ciudad viene acompañada de sonoras llamadas a la calma: la intención, dicen, es que todo se quede como está

La piqueta como nuevo aliado del conservacionismo: quién lo diría.

La piqueta como nuevo aliado del conservacionismo: quién lo diría. / Javier Albiñana (Málaga)

La noche en que Málaga celebraba el fin de las restricciones y la definitiva vuelta a la normalidad cundía en la calle Comedias tal pestazo que parecía que hubiera encontrado alivio allí el dragón Smaug. La normalidad, ya se sabe, va y viene como el buen tiempo y en atención a la disposición de cada uno, pero hay cosas que nunca cambian. Distinto es que, en lo que a las ciudades se refiere, se den las políticas adecuadas para que cambie aquello que debe cambiar y permanezca en su definición más común lo que de alguna forma sigue valiendo la pena (la edad también tiene que ver en este juego, sobre todo a la hora de pensárselo menos en los descartes, pero dejaremos este rollo para otro artículo). La cuestión es que no deja de darse cierta paradoja en el abrazo entusiasta y hasta cierto punto consecuente de la vida en sus términos prepandémicos en una Málaga que, al mismo tiempo, promociona en eslóganes más chispeantes que el tendido navideño de la calle Larios su inmediata transformación en tecnópolis cosmopolita, plurilingüe, brandy, trendy y definitivamente cuqui. Como si quisiéramos seguir siendo lo que fuimos, maldita sea, por más que sepamos que no hay manera. El momento es apasionante, no me digan. Pero llama aún más la atención la manera en que cada intervención urbanística localizada en enclaves, digamos, históricamente sensibles, viene acompañada de llamadas a la calma por parte de la municipalidad más consciente: no se preocupen que vamos a darle a esto una vuelta pero el objetivo es que se quede como estaba. Tales advertencias, hasta no hace mucho, brillaban por su ausencia: se hacía lo que había que hacer y si se trataba de llevarse por delante el barrio del Perchel, pues oigan, han ganado ustedes a cambio un precioso centro comercial así que no se nos pongan estupendos. Parece, sin embargo, que las demandas de algunos sectores tildados por cierta opinión pública de conservacionistas han llegado a calar en la toma de decisiones. El último ejemplo, harto ilustrativo, lo tenemos en la Tribuna de los Pobres: antes de meter la piqueta, el Ayuntamiento garantizaba a los feroces capillitas que el resultado “mantendría las esencias” de la escalinata. Más de uno debió adjudicarse el tanto correspondiente.

Todo el mundo tiene algo que contar sobre la Tribuna de los Pobres: de ahí su valor patrimonial

Recordé, al conocer tal promesa, la argumentación con la que Rafael Moneo justificaba la construcción de una réplica de la Mundial, trasladada al otro lado de la parcela, junto al hotelazo del Hoyo de Esparteros: vamos a tener en cuenta en todo momento la memoria atesorada en el sitio y ahí la Mundial tiene mucho que decir. Que los próceres municipales vengan a poner paños calientes con una mano mientras engordan la más voraz especulación con la otra forma parte, supongo, del signo de los tiempos. Y no deja de ser divertido: la Tribuna de los Pobres no ostenta consideración patrimonial alguna, no es un lugar especialmente bonito, no aporta demasiado valor urbanístico al entorno, está por lo general sucia y descuidada y, seamos honestos, constituye un flagrante atentado contra la accesibilidad además de un incordio notable para cualquier hijo de vecino. Su acepción popular, sin embargo, la ha convertido en uno de los rincones más reconocibles de Málaga, uno de los bastiones de su identidad, justamente por la resistencia que había demostrado hasta ahora a la metamorfosis, ahí varada junto al cauce seco del río que representa, él sí inalterable, incólume, panteón dudoso con aspiraciones eternas, el gran fracaso de esta ciudad. Y es que las calles, como las canciones, funcionan también así, a base de apropiaciones que la gente hace de sus elementos a través de significados ampliamente compartidos. Las ruinas, ya sea en las orillas del Mediterráneo, ya sea en los anillos de Saturno que transitó W. G. Sebald, nos conmueven porque contienen restos de aquellos significados que una vez fueron asimilados y compartidos por muchos. Todo el mundo tiene aquí algo que contar con relación a la Tribuna de los Pobres, las procesiones a las que nos llevaron nuestros padres, las horas invertidas en pie o con el culo aplastado sobre el escalón, el atajo que nos conducía a Carlos Haya desde el Centro, las citas que concertamos allí para ir a tomar algo después. Es ahí, en la memoria de cada uno, donde la razón patrimonial de este lugar tan poco apreciable en términos estéticos y urbanísticos se acrecienta. Por eso tiene todo el sentido que el Ayuntamiento invierta tanto esmero en dejar claro que su esencia se va a respetar, que nadie va a ver herida su memoria en lo que a la Tribuna de los Pobres se refiere, que estará más adecentada, cuidada y accesible pero seguirá respondiendo a la identidad supuesta.Y está bien, supongo, que así sea.

Otra cosa, eso sí, es que podamos esperar de la nueva Tribuna de los Pobres lo mismo que de la nueva Mundial: un as sacado de la manga con artes de trilero para que el personal dé por bueno el gato cuando esperábamos la liebre. Pero ya habrá para entonces alguna novedad alucinante con la que entretenernos, con los aforos completos, sin restricciones y con la calle Larios a tope. De toda la vida.

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