Coronavirus | Málaga

La noche anticipada

  • El cierre de los comercios, bares y actividades no esenciales a las 18:00 deja en el centro estampas propias de una ciudad fantasma

  • Aunque en algunas calles se podría hablar de una conquista del espacio

Aunque parezca mentira, todavía cae la última luz del día. Pero ya es de noche en Málaga.

Aunque parezca mentira, todavía cae la última luz del día. Pero ya es de noche en Málaga. / Javier Albiñana (Málaga)

En la Plaza del Siglo, dos hombres arrastran las mesas y sillas de vuelta al interior del restaurante poco antes de las 18:00. Para entonces, el entorno exhala ya una impresión de vacío, de lugar congelado a destiempo, aunque deambulan de acá para allá peatones en plena retirada. Uno de los camareros dice al otro: "Pues tiene toda la pinta de que no abrimos mañana. Para esto, la verdad, no merece la pena". "Yo ya no sé qué pensar", responde el otro, más joven y más serio: "Si me dicen que no venga, pues me quedo en mi casa. Pero a ver qué hacemos entonces". De hecho, muchos otros bares y restaurantes, aquí al lado, en las calles Granada y San Agustín, han decidido directamente no abrir y emplazan a sus clientes en carteles colgados en las puertas a un reencuentro dentro de dos semanas "si para entonces la situación sanitaria lo permite". Enfilando hacia la Plaza de la Constitución, la unanimidad con la que caen las persianas ahora que acaban de dar las seis se traduce en un pellizco en el estómago. A esta altura de la calle Granada, sólo el estanco sigue abierto, con una cola que recuerda a los días más duros del confinamiento: los fumadores hacen acopio de provisiones con el ímpetu de entonces. Si algo no entiende de restricciones son los vicios y, como afirmó Séneca, la virtud. Se produce un acontecimiento curioso: sin las luces de los bares, y con los comercios iluminados sólo en sus escaparates, ahora que todavía no se ha encendido el alumbrado callejero todo se manifiesta de pronto en una oscuridad incómoda. En la esquina con Santa Lucía, un sin techo de larga melena blanca vestido con chaleco a lo Juanma Moreno y el pantalón de un chándal interroga a un compañero enjuto bajo un gorro de invierno que no abre la boca: "¿Y ahora, a quién vamos a pedirle, Manué?"

Tocan a retirada en el Café Central a la hora de la merienda. Tocan a retirada en el Café Central a la hora de la merienda.

Tocan a retirada en el Café Central a la hora de la merienda. / Javier Albiñana (Málaga)

En la calle Larios abundan equipajes de todo tipo, maletas y trollies. Parece que ha llegado la hora de la despedida para muchos. El deambular del personal es aquí más abundante, pero la impresión es cierta: tocan a retirada. Dentro de media hora aquí no habrá ni un alma. El armazón de las luces de Navidad resulta todavía más deprimente, como si con su masa varada aportara más penumbra a esta noche anticipada, a esta madrugada de martes que se plantó, caprichosa, a la hora de la merienda. En Puerta del Mar ha cerrado Casa Aranda y Félix Sáenz es un suspiro que parece brindado a las tres de la mañana. En calle Nueva sólo siguen abiertas la panadería, vacía, y el dentista, con una cola de tres usuarios en la puerta. La Casa del Libro ha cerrado. Al igual que Luces, en la Alameda: aunque en un principio las librerías sí se contemplaron como equipamientos esenciales en la orden del Gobierno andaluz que decretaba las nuevas medidas para poner coto a la epidemia del coronavirus, finalmente han echado el candado y han ajustado sus horarios hasta las 18:00. Y es que la posibilidad de abrir o no, aún con licencia para hacerlo, cuando todo el comercio cercano toma las de Villadiego, da para pensárselo. En la misma Alameda, las paradas de autobuses están llenas de otros viajeros que emigran, en esta ocasión a sus barrios. Ya no hay nada que hacer aquí. Dos agentes de la Policía Local cumplen con el servicio sin novedad: "De momento, todo tranquilo", informa el interrogado. Málaga se pliega y se somete a esta interrupción de sus constantes vitales, absoluta y radical. Alguien invoca el horario europeo, venga, no es para tanto. Una señora que espera el 1 en dirección al Parque del Sur y que parece vivir ajena a las nuevas plataformas audiovisuales está de broma con una vecina: "Pues ya qué hacemos, nada, llegamos a la casa, cenamos y a las ocho en la cama. Total, para lo que hay que ver en la tele". Poco antes de las 18:30, el Soho es un páramo en el da tanto respeto meterse como daba antes de que lo convirtieran en el barrio de las artes. Algo malo estarán haciendo ahí dentro, seguro.

Las luces de Navidad refuerzan la impresión de soledad en las calles vacías. Las luces de Navidad refuerzan la impresión de soledad en las calles vacías.

Las luces de Navidad refuerzan la impresión de soledad en las calles vacías. / Javier Albiñana (Málaga)

Los efectos de la anticipación llegan a resultar alucinógenos. A eso de las 16:30, los máximos aforos disponibles de los teatros Cervantes y Echegaray estaban casi completos para ver, respectivamente, el concierto del saxofonista de jazz Enrique Oliver y el estreno de la obra Augurios. A la salida de ambos espectáculos, el público se encontró con que no había mucho margen no ya para la copa de después, como antaño, sino para un café que hiciera las veces. Son casi las 19:00 y en la Plaza de Uncibay sólo cabe imitar a las plantas, salvo la opción de disfrutar el descubrimiento de las verdaderas hechuras de la plaza, ahora sin terrazas a unas horas en las que es razonable dar una vuelta y andar por aquí con la misma soltura de Gene Kelly en Cantando bajo la lluvia. La calle Cister ofrece un espectacular perfil nocturno y otoñal, con apenas un par de sombras que se deslizan furtivamente bajo la tenue iluminación del enclave, como si Jack El Destripador o Sherlock Holmes fuesen a salir de un momento a otro del jardín de los naranjos para pedirnos fuego. En la calle Alcazabilla, la sensación vuelve a ser la misma: algunas familias han venido a traer a jugar aquí a sus hijos, tal vez como cada tarde, aunque ahora los peques disponen de toda la Plaza de la Judería a su antojo dado que El Pimpi ha emprendido la retirada, siempre bajo la estricta observación de los padres para que no se arrimen demasiado. En el murete del Teatro Romano retozan algunas parejas en una noche magnífica. Parece, ciertamente, que son las tantas, como una invitación al sueño mientras la adrenalina sigue aún por las nubes. Sin las terrazas, Alcazabilla es así un espacio conquistado, donde peatones y ciclistas pueden por fin convivir en paz. En la Plaza de la Merced, cabe interpretar la humareda del puesto de castañas como signos de vida a la manera de una tribu apache. En la calle Victoria, las tiendas de alimentación, que siguen abiertas, inspiran cierta pátina de normalidad. En Álamos, sin embargo, otra Málaga, quizá aquella ciudad de serenos y estraperlo, late con peligrosa ambición de presente. En las aceras, eso sí, no queda nadie para comprobarlo.

Algunos comercios y bares han decidido no abrir directamente. En los que lo han hecho, la duda respecto a qué hacer mañana es palpable

Suena una sirena de la policía. Antes de que el más pintado se dé cuenta habrá llegado el toque de queda de las 22:00. Pero para entonces ya habrá pasado mucho tiempo desde que dejó de tener sentido estar en la calle. Salvo, tal vez, para el tipo que se ha recostado en unos cartones estratégicamente colocados en la Plaza de San Pedro de Alcántara, se ha quitado los zapatos, ha dejado a un lado la bolsa del Lidl en la que lleva sus cosas y empieza a mordisquear el bocadillo que trae liado en papel de aluminio. Desde aquí, Carretería es otro pozo de silencio en el que los coches aparcados parecen animales moribundos. Apenas dos motos cruzan la calle. De vuelta a la Victoria, hay más niños en la plaza de la iglesia, paseantes de perros y adolescentes ociosos. Si al Centro le faltaban pocos motivos para resultar extraño a lo humano, las nuevas limitaciones sanitarias contribuyen aún más a su degradación legendaria. Hubo una vez alguien aquí. Mañana será otro día.       

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