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Para una ética de la expulsión

  • lEl desmesurado coste del alquiler en Málaga tiene una consecuencia en la que a menudo no se repara: cada vez son menos quienes optan por vivir aquí

  • Y así no pueden salir las cuentas

Mudanza en un piso de alquiler: cada vez hay más probabilidades de que el siguiente destino esté fuera de Málaga.

Mudanza en un piso de alquiler: cada vez hay más probabilidades de que el siguiente destino esté fuera de Málaga. / javier albiñana

Andan no pocos profesores y maestros, especialmente entre los interinos, con los bártulos arriba y abajo estos días en busca de un domicilio cercano a su próximo centro de trabajo. Hay quien tiene suerte y se prepara a ocupar una vacante, otros empezarán pronto a ser llamados para sustituciones con un calendario de destinos imprevisible hasta junio a lo largo y ancho de Andalucía. En este trance, cada noche dormida en casa, en la propia, la de uno, es una victoria: más comunes son las distancias con familiares (hijos incluidos), amigos y toda esa liturgia que compone el nido que se habita. La cuestión es que desde que la Consejería de Educación dio a conocer los destinos para el nuevo curso he tenido oportunidad de comprobar con docentes de varias especialidades que cada vez son menos los profesores y maestros que piden vacante o sustitución (o ambas) en la capital malagueña. Es una tónica que se da, insisto, de manera transversal en cuerpos profesionales distintos dentro de la enseñanza pública, pero únicamente en esta ciudad. No es que el número de docentes que Málaga genera cada año con opción a trabajar en un centro haya disminuido, ni mucho menos; ni que los colegios e institutos que acampan desde El Palo hasta la Torremolinos, por la razón que sea, resulten menos apetecibles. Es un problema, con perdón, de fuera hacia dentro: el déficit, en comparación con el resto de capitales de provincia, donde el número de peticiones sí aumenta en proporción cada año, tiene que ver con gentes de otros lares (incluidos otros municipios de la provincia de Málaga) que prefieren descartar la posibilidad de terminar trabajando en un instituto o un colegio de la ciudad. ¿Por qué? La razón, de acuerdo con los profesores con los que he consultado la cuestión estos días, es que hacerlo implica necesariamente buscar una vivienda. Y en Málaga, con la imposibilidad de encontrar un alquiler digno por menos de 800 euros (y no me refiero sólo al centro), o el consuelo engañoso que podría conceder el alquiler de un cuchitril con una habitación y un baño por 500, la situación que ha abierto el estallido de los alquileres turísticos es para pensárselo. En otro orden de cosas, el fin de semana pasado estuve en Frigiliana por el Festival de las Tres Culturas, me metí en una tienda para comprar un regalo y la joven que me atendió se interesó por mi procedencia. Le respondí que venía de Málaga y ella me contestó que estudiaba en la UMA y que durante dos cursos había compartido piso, pero que los precios se habían elevado tanto que había decidido para el siguiente curso ir y venir cada día desde el pueblo. Su economía le permite asumir el coste del combustible, pero no el de un alquiler con los precios que se cuecen en Málaga. Lo curioso es el modo en que se ha asumido sin más que alquilar una vivienda en Málaga es una cuestión prohibitiva, porque, de seguir así la tónica, las consecuencias pueden ser desastrosas.

No se trata únicamente de que un mercado accesible para el alquiler es imprescindible para la estabilidad social y económica de cualquier sitio: también conviene reparar en toda esa gente que podría venir a Málaga desde otra parte a trabajar y se dirige a otros destinos donde su bolsillo sí alcanza para un alquiler. Me refiero, precisamente, a los estudiantes que generan talento, consumen cultura, confieren vida y dinamismo a los lugares donde residen y se resignan a volver a sus pueblos cada día al terminar las clases o, mucho antes, estudiar en Córdoba o en Granada antes que en Málaga porque aquí no pueden pagarse un alquiler. Respecto a los docentes interinos, habrá quien piense (¿quién dijo que habíamos pasado la página chauvinista?) que espantar a competidores de otras provincias puede beneficiar a los profesores de aquí, pero estos tiros salen generalmente por la culata y el verdadero problema llegaría cuando, a la hora de buscar sustituciones, no hubiera personal suficiente para cubrir las bajas. Del mismo modo, cada profesor que puede venir a Málaga a trabajar y no lo hace es una oportunidad perdida para el desarrollo de la ciudad. Pero la ética de la expulsión tiene las patas muy cortas. Cuando la olla estalle no valdrán los golpes de pecho.

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