Málaga

"El forastero ve mejor la autoestima que ha perdido Málaga con el Guadalmedina"

  • El arquitecto español de mayor prestigio repasa su actuación del hotel en Hoyo de Esparteros, el carácter de Málaga y el riesgo de que la arquitectura de marca llene de franquicias las ciudades

"Todo lo que te he respondido es lo que yo pienso de verdad". La frase que Rafael Moneo desliza como si nada tras acabar la entrevista puede parecer una obviedad, pero no lo es. Prácticamente nadie responde nunca lo que piensa de verdad. Bien por las cadenas de la corrección política bien porque todos acabamos usando el repertorio de ideas preconcebidas que almacenamos. Pero da la impresión de que el único premio Pritzker español, tanto durante una entrevista como a la hora de diseñar un edificio, parte desde el principio en su reflexión. Que no es lo mismo que de cero. Es un hombre tremendamente observador -"Mira, ese mendigo está haciendo un sudoku", dijo un rato antes en la calle- y de una cultura abrumadora. Todo le interesa.

-Usted, además de gran amante de la historia, le da una importancia enorme a la investigación histórica como herramienta para la arquitectura.

-Las ciudades dan muchas pistas para poder responder a las preguntas y poder incluir un edificio en ellas. No es que esas pistas te den la respuesta a lo que quieras hacer, pero sí me parece que el entendimiento desde la historia de la situación urbanística en la que actúas te permite ver con más claridad lo que haces. En el caso de Hoyo de Esparteros, la sorpresa que cualquiera puede tener al verlo en la planta de Málaga se disipa a medida que entiendes de dónde procede. Esa anomalía viene del momento en que se construye el fuerte de San Lorenzo, acompañado de extramuros por esa construcción triangular, que aguanta hasta el fin del siglo XX. Pero cuando el río se cruza con una infraestructura tan importante para la escala de la ciudad como el puente de la Esperanza, ya es más difícil ver el Hoyo de Esparteros sin hacer entrar en juego también al puente. Creo que hay que dar el valor que ahora tiene al puente, sin prescindir de Hoyo de Esparteros, pero uno tampoco debe convertirse en esclavo de la planta histórica de la ciudad.

-Hay a quien paraliza un excesivo respeto a la historia, que también puede ser una losa para el desarrollo de una ciudad.

-Sí, lo que ocurre es que en general, y más en áreas de fricción como ésa, uno se da cuenta de cómo el Guadalmedina hasta comienzos del siglo XXI es un borde impreciso que en todo caso establece la frontera con barrios más modestos, como la Trinidad, a los que ni tan siquiera dota de acceso. Cuando la ciudad crece y rebasa esos bordes el Guadalmedina queda absorbido y se convierte quizás en el eje y en la pregunta que la ciudad tiene que hacerse. No sé hasta qué punto los malagueños se dan cuenta de la triste situación en la que se encuentra el Guadalmedina. Me parece que en eso el forastero es capaz de ver más claramente cuánto la ciudad ha perdido algo de su autoestima cuando considera todo aquello susceptible de convivir con ello.

-Para ser, como dice, un forastero, conoce muy bien esta ciudad y su historia. ¿Es así su proceso creativo con cualquier encargo?

-Creo que sí, aunque también hay que contar con el momento de globalización que vivimos por un lado y por otro con los arquitectos-viajeros, entre cuya categoría me incluyo. Pero claro, aunque cuesta hablar de la idiosincrasia, de la identidad y del carácter de una ciudad, al final es cierto que lo tienen. Málaga tiene un carácter que en estos momentos sería difícil de asociar sólo con los aspectos monumentales. Tiene monumentos notables, pero no son lo que la caracterizan. Su carácter se lo dan otras cosas, se lo da la geografía e incluso una historia reciente que no está borrada. A pesar de todo la Málaga del XIX está muy presente y marca mucho a la ciudad. El esfuerzo del arquitecto-viajero que llega a la ciudad es inserirse, asumirla o entrar en ella, y tratar de recoger no sólo los rasgos estilísticos, sino también contribuir al juego de desarrollo de la ciudad.

-En el caso de Hoyo de Esparteros...

-El hacer uso de La Mundial supone un tributo a Málaga. El resto es el edificio del hotel, que es un volumen más consistente y de mayor dimensión, que en el fondo también reconoce la circunstancia, en cuanto que yo entiendo mucho ese volumen para neutralizar la esquina que hay al otro lado de la calle, y que de cierto modo incluso dignifica o trata de hacer más relevante el paso a un área de la ciudad rescatada, camino entre la Trinidad y el Perchel. Se le da importancia a ese paso y valor al juego Alameda-Atarazanas. Curiosamente, Atarazanas responde más a la Málaga arcaica, con restos y memoria de la ciudad islámica, mientras que la Alameda es pura Ilustración.

-Algunos de esos arquitectos-viajeros son también starchitects. ¿No cree que hay un riesgo en esa globalización, en esa obsesión de las ciudades por tener un arquitecto de firma, como si fueran marcas o franquicias?

-Es así, ese es un problema que se quiera o no reconocer está. Hay un proceso de cosificación, de transformación de la obra de arquitectura en un bien que cabe adquirir, casi con el mismo carácter que un museo compra un cuadro. Esto está afectando a las ciudades. Muchos de los nuevos centros direccionales hay que verlos casi como simples depósitos de lo que ha sido la arquitectura en un cierto momento con independencia de la ciudad. Por poner un ejemplo que no nos haga entrar en una cita específica española, La Défense de París. Está enlazada geométricamente con el eje más importante de la ciudad, pero al final no hay un espacio arquitectónico más genérico. ¿A París le gusta eso? Desde luego el visitante de París, que se recrea en una ciudad con tanto carácter, si puede evita La Défense. Me atrevería a decir que si las ciudades pudieran todavía confiar en los medios propios para generarse a sí mismas, estaría más garantizada una cierta continuidad con la ciudad antigua que no se da ahora con esta compra de edificios de marca.

-Luego está la tentación del ego que no pueden controlar algunos arquitectos, a dejar su sello personal.

-No sé si es eso del ego, porque muchas veces también muchos de esos edificios producidos por oficinas de arquitectura más comerciales, por importantes que sean en el fondo no creo que tampoco satisfagan el ego. Mantienen abierto el estudio, lo que una gran oficina de arquitectura tiene de factoría que produce proyectos, y un arquitecto importante no renuncia a hacer ese trabajo también por la obligación que siente de mantener esa factoría. Pero no creo que esté animado por satisfacer el ego. Eso supone descender a un escalón creativo en el fondo ajeno a esta genericidad del producto de la que estamos hablando.

-¿Qué le hace aceptar un proyecto?

-Para mí lo más atractivo de un proyecto es la importancia que tiene en la ciudad en la que se trabaja. En cierto modo elegiría antes un proyecto que fuese importante en una ciudad, aunque no fuese de primer orden, que un gran proyecto en tierra de nadie en Iowa. Me parece que eso es quizás lo que más me motiva, la trascendencia que tendrá el proyecto en la ciudad.

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