El Prisma

El legado perdido

  • Políticos que convocan actos electorales citando primero su cargo institucional y luego su condición de candidatos, eventos oficiales que enmascaran mítines · Es urgente revisar el modelo

NO hay muchas dudas a la hora de señalar al político más destacado de Málaga en las últimas décadas. Han pasado ya trece años desde que dejó la Alcaldía, pero, con todos sus errores, Pedro Aparicio sigue siendo un modelo a seguir en su comportamiento como cargo público; en su exquisito respeto a la separación entre lo que es la institución y lo que es el partido; en definitiva, en sus escrúpulos, esa palabra añeja, la china en el zapato que sacude nuestra conciencia, que se encuentra en vías de extinción.

Aparicio tenía muchos escrúpulos, y como recuerda un veterano periodista estos días, en época electoral siempre decía que él era "alcalde hasta las siete de la tarde" y que sólo a partir de entonces se convertía en candidato. A dos meses vista de la cita con las urnas se negaba a inaugurar, poner en servicio, presentar o poner la primera piedra de cualquier proyecto u obra.

Pero las cosas han cambiado mucho desde entonces. Y a peor. Cuando ni siquiera el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, respeta un símbolo del Estado como el Palacio de la Moncloa, y se reúne allí como candidato con los sindicatos y las organizaciones empresariales; cuando la cabeza de lista del PSOE, Magdalena Álvarez, no tiene empacho en utilizar un avión de las Fuerzas Armadas para llegar a tiempo a la pseudoinauguración del AVE catalán tras presentar el programa socialista en Málaga; cuando la misma ministra de Fomento satura su agenda de actos oficiales y lleva prácticamente dos semanas usando recursos públicos para aparecer hasta en la sopa que sirven en el Chinitas; cuando Manuel Chaves vuelve a prometer, por terceras elecciones consecutivas, el tren de la Costa del Sol como su principal proyecto en Málaga, no queda más salida que el desánimo y la desmoralización.

Porque la alternativa al abuso no promete nada nuevo. Sus comportamientos fueron muy parecidos cuando tuvieron la oportunidad de dirigir la nación y allá donde gobiernan los populares, sea ayuntamientos, diputaciones o comunidades autónomas, se repiten muchas de estas actitudes despóticas.

Pero el problema serio no reside realmente en los partidos, sino en la ciudadanía. ¿Qué ha pasado para que se vea como algo normal que cada día se mancillen los organismos públicos para hacer campaña? ¿Cómo se puede tolerar que alguien como el director general de Costas se presente en Málaga a pocas horas de las elecciones para anunciar que va a arreglar, ahora, el problema de las casas ilegales de El Palo?

Los pedagogos y los psicólogos insisten en que tanta exhibición de violencia en las pantallas, tanta banalización de las agresiones en la televisión y las consolas, acaba convirtiendo lo inaceptable en una pauta de conducta admisible para jóvenes y niños en proceso de educación o madurez. ¿Qué clase de legado y enseñanza dejan estos políticos de hoy día a una democracia que apenas cumple 30 años? Es demasiado joven para parecer tan vieja.

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