calle larios

El orgullo y los símbolos

  • lAnte el despliegue de fervor patriótico de la España Ciudadana no caben muchos argumentos

  • Tal vez la paradoja que entraña sacar pecho hoy sólo por que se hiciera lo que había que hacer

La unión hace la fuerza, pero esto implica aceptar que tal vez el otro tiene razón. Y no es fácil.

La unión hace la fuerza, pero esto implica aceptar que tal vez el otro tiene razón. Y no es fácil. / josé ortega

Dijo una vez Albert Camus que todo lo que sabía sobre ética (cabe recordar que Camus escribió El hombre rebelde, referencia clave de la ética como objeto de estudio en el siglo XX) lo aprendió jugando al fútbol y haciendo teatro. El fútbol, vaya por Dios, nunca ha sido lo mío, así que poco puedo contar; pero de teatro sí sé un poco, al menos lo suficiente para dar la razón al autor de La peste. Cuando te implicas en un proyecto que asume como objetivo final el montaje de una obra de teatro, debes compartir tiempo y espacio con gente que va a tener seguro una visión del resultado muy distinta de la tuya (y que conste que quien escribe ha participado siempre en proyectos teatrales en calidad de autor, es decir, de propietario legítimo de la primera idea; como Camus, por otra parte, y Dios me libre de la presunción idiota de compararme con él). En un primer encuentro cada uno asiste con una idea más o menos concreta de por dónde deben ir los tiros, y ya ahí comprendes que estás obligado a aceptar ideas que no te gustan pero que, seguramente, pueden contribuir a una buena representación. Ocurre a veces que la persona encargada de la dirección, o un actor, o una actriz, introduce un elemento que todo el mundo alaba y que es diametralmente opuesto a esa concepción que conservas como en un frasco; entonces aceptas a regañadientes, un tanto en plan ya veremos si funciona, sin desdeñar la sospecha de que esa idea distinta a la tuya puede ser buena. Cuando el mismo Camus afirmó en otro momento que la democracia consiste en aceptar que el otro puede tener razón estaba hablando, sí, de teatro. Y me imagino que de fútbol también.

La cuestión es que me acordé ayer de Camus cuando me acerqué al acto de la España Ciudadana en la Plaza de la Constitución, con el aforo hasta los topes. Lo primero que me llamó la atención fue la unísona demostración de símbolos: no había mano sin enseña nacional ni bandera de la UE, en una admirable exultación de convicción compartida. Entre el gentío abundaba el ambiente familiar, con grandes y pequeños ondeando sus emblemas, mucha camisa blanca pero en un paisaje sutilmente heterogéneo, múltiple y diverso. Me detuve a escuchar a los ponentes y, salvo la reivindicación de la gestación subrogada que brindó Kike Sarasola, me sentí por lo general identificado y de acuerdo con lo allí dicho. Yo también creo que España ha avanzado mucho desde la Transición en todos los órdenes y que esto es un motivo de orgullo. Sin embargo, la escenificación de ese orgullo, su proyección en la uniformidad litúrgica, me hacía pensar en un campeón al que le colgaran una medalla tan grande que no pudiera tirar de ella. Cuando Mario Vargas Llosa recordó el tiempo en que vino a España, empleó el término "tercermundista" para referirse a aquel país: un territorio maltrecho que sobrevivía a base de enviar a gente a trabajar a Francia, a Suiza, a Inglaterra y Alemania. Justo en aquellos años, sí, mi padre fue uno de los que marcharon a Alemania. Y lo hizo para garantizar el sustento de su familia. Es verdad, como decía el Nobel, que España es un país mucho mejor, y lo es en parte gracias al esfuerzo de aquella generación. Pero no sé qué pensaría mi padre si viera hoy tanta bandera a cuenta de aquello. Él, como todos los demás que se fueron, y la mayor parte de los que se quedaron, hizo lo que tenía que hacer. Ni más, ni menos. Con toda la naturalidad del mundo, sin esperar salvas ni bienvenidas. Este país ha cambiado así, sin hacer ruido, sin ostentación, sin golpes de pecho. Insisto: se ha hecho lo que había que hacer. Punto. Hacer ahora la ola para mantener el caliente el orgullo patriótico, señor Vargas Llosa, está un pelín fuera de lugar.

Habló Albert Rivera de la necesidad de no hacer bandos y de remar en la misma dirección, y cómo no estar de acuerdo con él. Pero añadió acto seguido que el patriotismo consiste en esto, y no sé. Es mucho más sencillo. Consiste en dar la mano al otro, aunque piense de manera distinta, para que la obra salga bien. Porque igual el otro tiene razón. Quién sabe.

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