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Un año de pandemia a pie de muelle en el puerto de Málaga

  • Siete trabajadores del puerto relatan sus experiencias durante los momentos más duros de la crisis sanitaria y cómo esta les ha modificado su actual vida profesional

Efectivos de la UME, en el puerto, durante las labores de desinfección en marzo del año pasado.

Efectivos de la UME, en el puerto, durante las labores de desinfección en marzo del año pasado. / M. H.

Con unos resultados económicos en negativo, 2020, el año de la crisis sanitaria internacional ha traído al puerto de Málaga una serie de cambios; unas formas de trabajar pandémicas que en algunos casos tardarán mucho tiempo en desaparecer. Instaurado el teletrabajo, y con los expedientes de regulación temporal de empleo, las jubilaciones anticipadas e incluso los despidos convertidos en las secuelas laborales del coronavirus, los trabajos a pie de muelle son las únicas actividades portuarias que, pese a lo que está ocurriendo, han conservado una cierta normalidad dentro de la anormalidad que supone la vida bajo la amenaza del Covid-19.

Convertidos desde los primeros días de la crisis en trabajadores esenciales, aunque muchos de ellos no lo sabían, los hombre y mujeres que se han movido por los muelles, especialmente durante los meses más difíciles del confinamiento, han constituido la punta de lanza con la que el puerto de Málaga se ha enfrentado al virus; una lucha personal y profesional cargada de dudas que, cada uno de estos portuarios ha afrontado de una manera diferente.

Atendiendo a una invitación de Málaga Hoy, siete trabajadores del puerto reseñan cómo vivieron el inicio de la pandemia a pie de muelle, y cómo, superado ya el primer año de crisis sanitaria, gestionan en la actualidad sus labores portuarias.

Montserrat Cestino, jefe de equipo de la Policía Portuaria. Montserrat Cestino, jefe de equipo de la Policía Portuaria.

Montserrat Cestino, jefe de equipo de la Policía Portuaria. / M. H.

Jefe de equipo del Grupo 4 de la policía portuaria, Montserrat Cestino afrontó los primeros días de la pandemia con mucho “respeto”. Usando mascarillas no sanitarias cuando aún se debatía si llevarlas o no, Montse vivió en primera persona el momento más significativo del arranque de la pandemia en el puerto. El martes 17 de marzo de 2020, un día después del motín que 20 pasajeros escenificaron en la estación marítima del Melillero por no poder viajar a la Ciudad Autónoma, esta policía portuaria con 15 años de antigüedad, sirvió de guía a la Unidad Militar de Emergencias (UME) en la desinfección realizada en diferentes espacios portuarios. Tras ser protagonista de aquello; una visión muy cercana a las mejores ficciones cinematográfica que ella califica como “apocalíptica”, el trabajo de Montserrat continuó en unos muelles que cada vez estaban más vacíos.

Lidiando con algunas personas que se saltaban el confinamiento para pasearse por los muelles: “todos aludían que no podían quedarse en casa”, esta policía portuaria, en los meses más duros de la pandemia tuvo que atender dos intentos de suicidio mientras, con sus compañeros, controlaba el normal funcionamiento de un “puerto fantasma”. Con el duro recuerdo de algunos sin techo que intentaban usar los aseos portuarios y con el miedo de poder contagiar a su familia al regreso de su jornada laboral, Montse, que también rememora con una sonrisa cuando se pudo salir para hacer deporte: “siempre recordaré a un señor muy mayor paseando en bicicleta por los muelles”, con el paso de los meses se ha adaptado a una nueva forma de trabajo. Vacunada con una primera dosis como todos sus compañeros, Montserrat Cestino nunca olvidará los muy largos meses de pandemia vividos a pie de muelle.

Antonio Poveda, agente de la casa consignataria Bergé-Condeminas. Antonio Poveda, agente de la casa consignataria Bergé-Condeminas.

Antonio Poveda, agente de la casa consignataria Bergé-Condeminas. / M. H.

Con antecedentes portuarios por parte de su padre y abuelo, Antonio Poveda, agente de la casa consignataria Bergé-Condeminas, al instaurarse el estado de alarma sintió “nervios”. Con unas vivencias tras 20 años de trabajo en el puerto, la emergencia de marzo de 2020 trajo a su memoria el recuerdo de la gripe aviar; una sombra que hace ya algún tiempo sobrevoló los muelles malagueños.

Modificada desde el primer instante la habitual filosofía de trabajo de un consignatario, Antonio, que ya notó algo extraño cuando el 11 de marzo asistió al Allure Of The Seas (el penúltimo buque de crucero que atracó en Málaga con turistas), en sus siguientes trabajos dejó de subirse a los barcos: “realizando casi la totalidad de los trámites por correo electrónico y atendiendo las necesidades de los buques a pie de muelle, solo en muy contadas ocasiones durante este año he tenido que embarcarme, y siempre que lo he hecho ha sido en un espacio al aire libre”.

Recordando también la presencia de la UME y con la sensación de que, en los primeros meses de alarma, las tripulaciones de los barcos llegaban con mucho miedo, sus intempestivos horarios le han permitido ver la triste vida pandémica de los muelles tanto de día como de noche. “Pendientes, y ahora mucho más, de las declaraciones sanitarias de los barcos, los embarques y desembarques de las tripulaciones nos han traído un nuevo documento, las hojas con los resultados de las PCR”.

Rafael Ruiz, estibador, apodado ‘El hormiga’. Rafael Ruiz, estibador, apodado ‘El hormiga’.

Rafael Ruiz, estibador, apodado ‘El hormiga’. / M. H.

Y aunque durante algunos meses Antonio Poveda, además de la mascarilla llevó guantes, el que sí los uso bajo los que a diario emplea para su trabajo fue Rafael Ruiz. Apodado como el hormiga, este estibador que lleva 22 años en los muelles, sí que reseña la palabra “miedo” al recordar los primeras semanas de pandemia. Operando como maquinista con palas cargadoras, cabezas tractoras o carretillas elevadoras, las medidas de seguridad sanitarias se hicieron patentes en su actividad pocos días después del estado de alarma: “sin reducir nuestra jornada laboral, media hora antes de terminar los turnos parábamos la faena para limpiar las máquinas y luego continuar”.

Y ya con un año de pandemia superado, el trabajo de Rafael que no ha cambiado en nada, ha añadido a las habituales medidas de seguridad de su profesión las correspondientes al Covid-19: “y aunque ya no llevo dos guantes puestos, sólo uso los de trabajo, la sensación de rareza en los muelles continúa”, refiere este veterano estibador orgulloso de llevar un apodo que heredó de su padre.

Rosa González, limpiadora del puerto. Rosa González, limpiadora del puerto.

Rosa González, limpiadora del puerto. / M. H.

Con un trabajo muy diferente al del hormiga, la limpiadora del puerto Rosa González sí que pasó “miedo” en las primeras semanas de pandemia. Encargada de la limpieza de la zona no concesionada de la estación marítima del Melillero y del Instituto de Estudios Portuarios, esta capuchinera con 11 años de antigüedad en el puerto, recuerda como una pesadilla la llegada de la Unidad Militar de Emergencias: “después de terminar la desinfección tuve que limpiar otra vez todo, ya que aquellos militares dejaron la estación marítima hecha unos zorros”.

Redoblando sus tareas y multiplicando los litros de lejía usados, Rosa ha vivido todas y cada una de las vicisitudes pandémicas de los pasajeros de Melilla, así como las entradas y salidas de los sin techo que usaban los aseos de los espacios bajo su cargo. Con una gran preocupación por sus regresos a casa: “sentía mucha ansiedad por que pudiera contagiar a mi familia”, esta limpiadora que salvo en su jornada descanso semanal y en sus vacaciones no ha faltado ni un día a su puesto de trabajo, recuerda este último año con extrañeza: “sin tener conciencia de que por mi trabajo estaba muy expuesta, lo he hecho lo mejor que he sabido y podido”.

José María Moreno, al cargo de la empresa Marina Services. José María Moreno, al cargo de la empresa Marina Services.

José María Moreno, al cargo de la empresa Marina Services. / M. H.

Al cargo de la empresa de servicios portuarios Marina Services, José María Moreno, califica como “desoladores” los primeros días de la pandemia. Sorprendido por la soledad de las carreteras cuando desde Torremolinos, su lugar de residencia, se desplazaba al puerto, este trabajador con 31 años de antigüedad en los muelles refiere un muy extraño suceso que vivió en enero de 2020; un hecho que no terminó de comprender hasta algunos meses después. Atendiendo la visita del buque oceanográfico norteamericano Sea Venture, José María, en sus últimos días de estancia suministró al barco 120.000 pares de guantes: “los americanos ya se olían algo”.

“Y aunque la procesión iba por dentro, en los momentos más duros de la pandemia tuve que realizar, como llevo haciéndolo desde hace años, los embarques y desembarques de las personas con movilidad reducida en el ferry de Trasmediterránea. En aquellos momentos, al entrar y salir del barco sí que sentí miedo”. Lidiando con las adversidades que han sufrido otros muchos portuarios en 2020, José María Moreno también se ha tenido que hacer experto en pruebas Covid; una documentación que marca la diferencia con el pasado y que, desde hace meses, cumplimenta con otras tareas logísticas como representante de una agencia consignataria.

Mar Téllez, de la empresa de recogida de residuos Helio-mar. Mar Téllez, de la empresa de recogida de residuos Helio-mar.

Mar Téllez, de la empresa de recogida de residuos Helio-mar. / M. H.

Cumplidos ya 30 años a pie de muelle, Mar Tellez, que gestiona con su empresa Helio-mar la recogida de residuos líquidos de buques, no refiere haber tenido “miedo” en ningún momento. Tras atender con sus camiones cisterna a los últimos buques de crucero que llegaron con turistas, y después de asistir al Sovereign y al Marella Dream, los dos barcos que atracaron ya con el estado de alarma instaurado, por su trabajo, Mar sí que ha tenido que subirse a muchos de buques.

“Manteniendo las medidas de seguridad requeridas, nada más embarcar, ya fuera en un portacontenedor o un carguero, me medían la temperatura, y luego, ya en faena, la gran mayoría de los tripulantes procuraban estar alejados de mi”. Moviéndose por unos muelles vacíos, y eso sí que le causó mucha impresión, esta portuaria, desde los primeros días de la pandemia ha vivió con mucha incertidumbre los tráficos que entran en el puerto malacitano. “Dejando a un lado la preocupación por el virus, mi otra gran preocupación ha sido, y sigue siéndolo hoy, cuándo regresarán de los buques de crucero, mis grandes clientes en los últimos años ”.

Antonio Garrido, patrón de los remolcadores de Rusa Málaga. Antonio Garrido, patrón de los remolcadores de Rusa Málaga.

Antonio Garrido, patrón de los remolcadores de Rusa Málaga. / M. H.

Con una perspectiva muy diferentes a la de Montse, Antonio, Rafa, Rosa, José María o Mar, Antonio Garrido ha vivido este año de pandemia entre los muelles y la mar. Patrón de los remolcadores que Rusa Málaga tiene en el puerto, este marino vinculado a su trabajo desde hace 25 años, sintió al inicio de la crisis sanitaria una “gran preocupación”. Con el triste recuerdo de haber realizado la maniobra de atraque del buque Marella Dream que llegaba con un fallecido Covid, Antonio nunca olvidará el silencio de los muelles: “cuando salíamos a una maniobra sólo escuchaba la máquina del remolcador, una extraña sensación de soledad muy poco agradable”.

Manteniendo unas estrictas medidas de seguridad: “durante los meses más duros de la pandemia sólo estábamos una tripulación de forma presencial, mientras que la segunda permanecía en casa a la espera”, las maniobras del Vehinticinco y Vehintisiete han conservado una cierta normalidad dentro de la general anormalidad. “Una vida a bordo siempre con la mascarilla y sin el contacto que habitualmente tenemos con los compañeros que están atracados junto a nosotros en el otro remolcador”.

Unas vivencias, las de siete trabajadores del puerto de Málaga que, a pie de muelle, han escrito junto con el resto de los miembros de la comunidad portuaria la historia humana y profesional de los muelles malagueños durante el primer año de la pandemia del Covid-19.

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