Málaga

Reencuentros en residencias de Málaga: “Llevábamos un año sin abrazarnos”

  • Las residencias vuelven a abrirse a las visitas con estrictas medidas de seguridad para atajar el Covid 

  • Los familiares viven la situación con alegría, aunque con cierta sensación agridulce

Rosa Toledo abraza a su hermano José a la salida de la residencia de la Junta en Pinares de San Antón.

Rosa Toledo abraza a su hermano José a la salida de la residencia de la Junta en Pinares de San Antón. / Javier Albiñana

“Me parece mentira que esté aquí. Vamos al Paseo el Palo, a darnos un paseíto y a tomarnos un chocolate con churros. Llevábamos un año sin abrazarnos”. A Rosa Toledo se le llenan los ojos de lágrimas. Por la alegría de apretujar nuevamente a su hermano y por la pena de los momentos perdidos por las restricciones de la pandemia.

José vive en la residencia de la Junta de Pinares de San Antón, cerca de El Palo, su barrio de toda la vida. Allí es muy conocido porque sus padres regentaban una tienda. Ahora que estos centros sociosanitarios, aunque con estrictas medidas de seguridad, vuelven a abrirse a las visitas de los familiares, Rosa y José aprovechan para reencontrarse y darse muchos abrazos pendientes.

“Ha sido muy duro”, confiesa él. Su hermana cuenta que José solía bajar dos veces al día a El Palo. Pero el dichoso virus cortó en seco esa rutina. Rompió el placer ahora muy valorado de lo que era cotidiano antes de la pandemia. Para José es la primera salida en un año.

Sandra, desde fuera, observa a su madre y a su hermana. Sandra, desde fuera, observa a su madre y a su hermana.

Sandra, desde fuera, observa a su madre y a su hermana. / Javier Albiñana

Rosa va a recogerlo con su coche. Lo toca, la abraza; como si no acabara de creérselo. Cuenta que durante este tiempo hablaban casi todos los días por teléfono y algunas veces hasta por videollamadas, pero que no es lo mismo. Por eso esta escapada juntos al Paseo del Palo les sabe a gloria.

Así que Rosa no piensa en estos meses pasados, sino en ese chocolate con churros que van a compartir, en los conocidos que seguramente se pararán a saludarlo –“porque él charla mucho”– y en el buen rato que van a pasar acompañándose el uno al otro. “Está aquí, que es lo importante”, concluye.

Poco después llegan Sandra y Verónica a ver a su madre. Debido al alzheimer ella ya no habla, pero las reconoce. Por el protocolo establecido solo puede entrar una persona y con cita previa. Entra Verónica, a nombre de quien está la cita. Son gemelas y llevan sin verla desde el verano. Sandra se queda fuera.

Recuerda que la última vez que la visitó, a pesar del calor estival, tuvo que ponerse una bata de plástico y verla en el patio. Después de unos minutos, Verónica se acerca a la puerta de la entrada. Sandra está del otro lado de la reja. Son las limitaciones que impone la pandemia. “Está muy guapa, se ve que le han echado el tinte”, comenta. Explica que lleva fatal no poder entrar en su cuarto, como antes del Covid, cuando cada vez que la visitaba le ordenaba los armarios.

Es media mañana. Además de los familiares, llegan trabajadores de distintos servicios de la residencia. La cancela está cerrada. Solo se abre cuando se autoriza desde dentro. Elvira Fernández llega puntual para ver a su madre. Cuenta que la última vez que la visitó fue el día antes de Nochebuena y “de lejos, lejos, lejos”. Ahora, después de más de una hora sale exhultante. “Se me ha hecho muy corto, cortísimo”, admite. Explica que para entrar le han tomado la temperatura. Además, se ha tenido que poner alcohol en las manos y en los zapatos, una mascarilla FFP2 y una bata de plástico. Y añade:“Me la hubiera comido a besos. Pero soy muy asustona, así que sólo le he dado un achuchón. No se debe, pero lo he hecho”, confiesa.

"“Me la hubiera comido a besos. Solo le he dado un achuchón, aunque no se debe”

José Francisco Leal tiene cita de 11:00 a 11:45 para ver a su madre. Recuerda muy bien cuando fue la última vez que la pudo visitar. Fue el 26 de agosto. Con una mesa de por medio que imponía la distancia de seguridad y él, con una bata de plástico para prevenir contagios. “No la abrazo desde marzo, desde que empezó todo esto. ¿Que cómo lo llevamos? Lo llevamos. Esto es lo que hay, estamos en pandemia”, se resigna.

Todos los familiares agradecen el trabajo de los profesionales de la residencia. El haberlos mantenido informados pese a todas las limitaciones y haber facilitado la comunicación con sus seres queridos. Comenta Elvira que varias veces los trabajadores del centro le han hecho videollamadas para hablara con su madre o la viera participando en algunos de los talleres. “Ella está bien y yo estoy muy contenta. Chapó por el personal. Siempre me han ido informando de todo”, asegura. Agrega que eso ha ayudado a los familiares a sobrellevar una situación sin precedentes.

El director de una residencia de la Costa occidental explica la razón de las limitaciones. “No nos atrevemos; tememos que cualquier familiar meta el virus. Es importante emocionalmente el contacto para estas personas. Pero lamentablemente en estas circunstancias intentamos evitar el contacto físico”.

Antonio tiene a su madre ingresada en otra residencia de la capital. Llevaba también muchas semanas sin poder visitarla. Por fin pudo verla este miércoles. Fue con una mampara de plástico entre ambos. Aunque ya está vacunada como todos los residentes con las dos dosis, las precauciones siempre son pocas. “Yo hice trampa durante un momento y le cogí las manos porque sobre todo las personas mayores necesitan mucho afecto”, dice. Y a continuación aclara:“Pero eso sí, me puse mucho gel hidroalcohólico”.

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