Historia

Los secretos que la mar oculta

  • El pasado día 12 se cumplieron 81 años del hundimiento del submarino C-3 frente a las costas de Málaga

  • Un pescador de Pedregalejo relata cómo salió al rescate del piloto de un caza que amerizó en la bahía

Son sólo dos historias de las muchas que esconde la bahía de Málaga sobre pecios o aviones hundidos, algunas documentadas con el paso del tiempo y otras simplemente ancladas en la memoria de los viejos marengos. El pasado día 12 se cumplieron 81 años del hundimiento del submarino C-3 por parte de un sumergible alemán al inicio de la Guerra Civil española, con 34 tripulantes en su interior. Un mes antes de aquel incidente oculto durante décadas, nacía en Pedregalejo José Soler Gutiérrez, más conocido como Pepe Molina, uno de los pescadores que acudió al rescate de un avión caído años después también frente a la costa malagueña.

"Vimos cómo el avión se hundía, hizo muchas bullerías y espuma, cayó fuera y a 60 brazas de profundidad", cuenta hoy el marinero que no recuerda muchos detalles ni la fecha exacta de aquel amerizaje del año 1962, en plena guerra fría. Él se encontraba en la playa como muchas otras mañanas, cuando seis o siete marineros "nos embarcamos a remo, en una buceta, para ver si podíamos hacer algo". Sólo recuerda que el piloto del caza, que logró saltar a tiempo del aparato, fue rescatado por una motora de Astilleros Nereo. Algunos días después, un americano buscó a aquellos pescadores y "me dieron 1.000 pesetas", una auténtica fortuna de la época, en señal de gratitud o para conocer el punto exacto donde se hundió el caza, que nunca fue recuperado.

Pepe Molina es uno de los dos marineros supervivientes de aquel episodio ocurrido frente a Pedregalejo, una historia que en su día relató a otro apasionado de la mar, el abogado Antonio Checa, cuya tenacidad le llevó a descubrir la historia real del submarino hundido en la guerra.

El 12 de diciembre de 1936, el C-3 de la armada española estaba apostado en superficie a 3,8 millas de la costa (siete kilómetros) frente al Morlaco, en dirección sur. Era uno de los dos submarinos que situó en la zona el ejército republicano para evitar el paso de las tropas franquistas por el estrecho. Confiados en que los golpistas carecían de armas náuticas, la tripulación compuesta por 37 hombres estaba tranquila. Algunos permanecen en cubierta, entre ellos dos marineros que salieron a tirar la basura. Son las 14,19 de la tarde cuando un torpedo lanzado por el submarino alemán U-34 impacta contra el sumergible y lo hunde. Sólo hay tres supervivientes.

La historia de la implicación de los alemanes en apoyo de las tropas franquistas se conoció meses después, con el bombardeo de Guernica. Lo sucedido con el C-3 fue un misterio durante años. La versión oficial indicó que el submarino cambió de bando y posteriormente fue reflotado y trasladado a Ferrol. Los 34 desaparecidos se convierten desde entonces en "ausentes".

La realidad de lo ocurrido llegó casi por casualidad en el mes de septiembre de 1996. Antonio Checa, un abogado malagueño amante de la pesca, parte con su barca a la zona conocida como La Zorrera. Sobre las aguas cristalinas vio cómo subían pequeñas burbujas que formaron en la superficie grandes manchas aceitosas que desprendían un fuerte olor a gasoil. Los entendidos saben que este combustible es propio de barcos y no de aviones, que se abastecen de gasolina. La curiosidad sobre aquel hallazgo le hace acudir otro día provisto de un dispositivo de pesas y sondas para intentar localizar lo que podía haber bajo el agua. Aquel artilugio le señaló que en el fondo del mar se hallaba un objeto de 75 metros de largo, a una profundidad de 68 metros.

A partir del descubrimiento, Checa empieza a buscar historias sobre barcos hundidos. El Mapa de las Costas de la Provincia con los principales naufragios desde el siglo XVI ya reflejaba el hundimiento del C-3 en la zona, pero el Museo Naval de Madrid negaba esta posibilidad y mantenía que el submarino había sido desmontado.

Checa acude al Salón Náutico de Barcelona para conseguir una forma de obtener una imagen del fondo marino. Una empresa malagueña, presente en aquella feria, se ofrece a facilitar un robot de su propiedad que logra fotografiar el pecio. Es entonces cuando el abogado comunica su descubrimiento al contralmirante José Ignacio González-Aller, que "me cree y consigue que un buque oceanográfico venga a Málaga". En 1998 el descubrimiento ya es oficial.

La historia que sigue a partir de entonces es la lucha por reflotar el submarino y dar sepultura a los 34 cuerpos que siguen presos en la estructura del sumergible a solo siete kilómetros de la costa, algo que todavía no se ha cumplido por la falta de implicación de los sucesivos gobiernos.

Los familiares se ponen en contacto con el abogado convertido en historiador y confirman que nada sabían del hundimiento ni del destino que habían corrido sus antepasados. "Hubo casos de hijos de marineros de Cartagena, que se conocían de toda la vida y que no sabían que sus padres habían muerto juntos en aquel submarino", relata Checa. La historia de porqué los tripulantes no habían regresado a casa una vez acabada la guerra, y más si pertenecían al bando ganador, se mantuvo como un tabú a lo largo de los años.

El letrado llegó a entrevistarse con tres testigos malagueños que llegaron a ver la explosión desde distintos puntos de la ciudad y con uno de los tres supervivientes, Arsenio Lidón, que le contó cómo logró salvarse del naufragio gracias a que fue obligado a tirar los desperdicios por la borda. El marinero vio "lo que parecía un delfín" aproximándose al casco, que impactó contra el sumergible y le hizo saltar por los aires. Lirón permaneció seis horas en las frías aguas de diciembre de la bahía malagueña hasta que fue rescatado. Él junto a los otros dos supervivientes llegaron a prestar declaración ante sus superiores, "pero les dijeron que debían declarar que se había producido una explosión interna", asegura Checa.

"Nadie sabía entonces de la Operación Úrsula", el pacto oculto que suscribieron alemanes e italianos para ayudar a Franco, al margen del resto de estados europeos, que habían suscrito un acuerdo de neutralidad. La operación consistía en enviar al Mediterráneo español a dos submarinos con el fin de atacar a los buques, en manos del gobierno. "El ejército republicano no supo nada de aquella operación", asegura Checa, que llegó a entrevistarse con el profesor Willard C. Frank, que indagó en los archivos del ejército alemán, logrando un documento secreto con el mensaje del capitán del submarino atacante: "a las 14,19 hundido un submarino de la clase C ante Málaga".

El descubrimiento otorga a Antonio Checa derechos de propiedad sobre el submarino, gracias a un decreto del año 62. Pese a ello, el letrado ofrece ceder dicha titularidad a la Autoridad Portuaria de Málaga, en tiempos de Enrique Linde como presidente, para iniciar una operación de reflotamiento con la idea de que el sumergible forme parte de la memoria colectiva y los familiares de los difuntos puedan procurarles un entierro. "El único político que mostró interés en la operación fue Linde", asegura. Pero el ministro de Defensa de la época, Federico Trillo, también murciano como la mayoría de las víctimas, se niega a dar los permisos. "Ni siquiera se hizo un estudio previo para analizar el estado del casco del submarino", se lamenta Checa. El proceso de tratamiento para introducir el sumergible en una solución salina tras ser reflotado y poder recuperarlo con garantías se calculó en 600.000 euros, una cantidad que podía haber sido costeada con las obras del dique de levante del puerto malagueño.

62 años después de aquel episodio bélico, los cuerpos de los 34 marineros siguen presos en la estructura del sumergible, a 65,7 metros de profundidad. Las sucesivas normativas sobre Memoria Histórica no han logrado revertir esta situación. El casco, recubierto de redes y cabos enmarañados procedentes de artes de pesca, permanece en las profundidades de la bahía. Los pescadores malagueños suelen denominar a las zonas de pesca con nombres determinados. En el caso de la zona donde está el sumergible, próximo a la Zorrera, uno de los marengos de Pedregalejo se refirió a ella como la zona del submarino, mucho antes de que el descubrimiento se hiciera oficial.

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