Málaga

Y seguimos de muerte, 'my friend'

  • Cuando parecía que esto se acababa, la fiesta resurgió con sus luces y sombras

  • La jornada sirvió de prometedor prólogo a un tramo final para el que los feriantes están dispuestos a darlo todo

Aestas alturas la Feria es una cuestión asumida, interiorizada, integrada de manera natural en la relación diaria con la ciudad. Al feriante más consecuente, el que busca fiesta todos los días y la encuentra, le resulta ya extraño pensar que hubo un día sin casetas, sin bailes, sin verdiales, sin vino y sin jamón. Este año, además, con el día extra añadido, la impresión de que la Feria no ha hecho más que empezar se encuentra bien extendida entre quienes la gozan y quienes la sufren. Pero si el miércoles dejó cierto regusto a hartazgo, a fórmula agotada, a amor roto de tanto usarlo, la juerga resurgió ayer íntegra, plena, en todas sus hechuras, fresca como el primer día. Si cabía esperar otro tránsito a medio gas con la excusa de tomar oxígeno para aguantar bien el tramo final, resultó que el tramo final comenzó directamente ayer: en los apartamentos turísticos del centro y del entorno el ajetreo llegaba a ser frenético entre maletas que iban y venían, coches de alquiler aparcados de cualquier manera y taxistas sometidos a las más exigentes pruebas de paciencia, signo de los muchos feriantes llegados de ultramar dispuestos a incendiar Roma las veces necesarias desde aquí al domingo. De modo que sí, no hay nada parecido a la mesura y la precaución cuando de la Feria se trata, sobre todo cuando son los visitantes (entiéndase el término, si se quiere, en su acepción alienígena) los que vienen a sostener el negocio. Con respecto a los nativos, afirmaba ayer un tuitero victoriano de amplia resonancia y conocido como Plinio Máximo que esta Feria puede considerarse definitivamente señalada por el exilio de los malagueños desde el Centro al Real, y tenía razón, lo que por otra parte obedece a una política de desprestigio del primero cuyas consecuencias últimas son todavía imprevisibles. En éstas, la Feria de Málaga se brinda en su escaparate nacional e internacional como una oportunidad única para consumir alcohol a espuertas y hacer el gamberro en plena calle con relativa impunidad, lo que en determinados foros saturados de hormonas ejerce un atractivo difícil de esquivar. Ayer, en Jerónimo Cuervo, poco después de las tres de la tarde, una joven francesa que iba en compañía de dos maromos, con el litro en la mano y a dos pasos de caer ciega como un poste, se topó con el mosaico de Invader que habita la esquina con Madre de Dios, el del pulpo (o lo que sea) azul con el abanico, y reaccionó, cual pastorcita en Lourdes, como si hubiese visto a la Virgen sobre una peña. Llamó la atención a sus compis, se hizo mil fotos delante del bicho y casi bailó de felicidad antes de, al fin, derramarse en la acera junto al puesto de shawarmas para echarse ipso facto a roncar. La pobre no debía esperar nada parecido a un mosaico de Invader en su exótica aventura africana, pero la Feria de Málaga tiene sorpresas para todos. O, mejor dicho, para todos menos para gran parte de los que viven aquí el resto del año.

La jornada amaneció aciaga, con la noticia del fallecimiento de un joven de Alicante en el Real (la Policía informó en la misma mañana que barajaba el consumo de drogas en su investigación), y continuó con la del cierre de dos casetas por la venta de alcohol a menores. Sin embargo, la impresión general, salvo en la Explanada de la Juventud en el Real a partir de ciertas horas, es de relativa calma y seguridad, lo que no deja de ser un milagro, al menos en el centro, dada la cantidad de gente aglomerada y dispuesta a cogerla más gorda todavía tras el cierre oficial del asunto feriante. La cuestión es si conviene seguir esperando mucho más a cambiar la percepción de la Feria de Málaga que cunde como la pólvora fuera de la ciudad; otras plazas y festividades de España ofrecen modelos bien representativos de lo que cabe esperar cuando no se toman medidas al respecto. Y posiblemente quitar las casetas de la Plaza de la Constitución, tal y como propone Teresa Porras, para instalar un escenario de conciertos (con un poco de suerte igual vemos a U2 en la Feria de Málaga), sea una medida efectiva en la dirección deseada. Pero igual lo sería mucho más si se acentuaran los elementos netamente feriantes y se impidiera el maltrato a las calles y a sus vecinos a partir de las 18:00, por muy impopular que pudiera parecer el ejercicio de cara al mercado turístico. La cuestión es que ayer, con el gran pelotazo de cara al último fin de semana de Feria, fue un día difícil en el centro, con un trasiego frenético de ambulancias, intervenciones continuadas por culpa de los excesos del alcohol y la incomodidad consecuente de quien acude al centro a pasarlo bien con dos dedos de frente. Hasta la madrugada de ayer, y desde el pasado viernes, el Centro de Coordinación de Emergencias atendió más de mil incidencias en la ciudad, relacionadas en su mayor parte con la Feria. No quedó inscrito en el registro el tipo que se desmoronó ayer en Méndez Núñez después de vocear con todo su corazón y con acento de Calatayud Que Viva España, como si semejante empresa hubiese acabado con su vida.

Pero si hubiera que señalar a algún héroe en esta contienda, la insignia mayor debería corresponder a la Free Soul Band, que cada día monta un fiestón de órdago en la Plaza de las Flores y demuestra, de paso, que se puede venir a la Feria a algo más que perder la conciencia y las neuronas, por mucho que se beba mientras el repertorio funk despliega sus sortilegios. Durante su actuación de ayer cayó como un estoque la noticia de la muerte de Aretha Franklin, con lo que su concierto sonó a tributo en directo de camino al cielo. La comparecencia diaria de la Free Soul Band, y de Mr. Proper con sus coreadísimas actuaciones en la Plaza del Obispo, dejan bien claro que hay alternativas a la tradición feriante de vuelo y peineta dignas de ser ampliadas y mejoradas; y, de hecho, buena parte del público que daba ayer saltos con los arrebatos soul en la Plaza de la Flores era más guiri que el dólar canadiense, pero, al cabo, qué mejor forma de sentirse en casa que con el idioma universal que ofrece la música. Quedan por delante otros tres días para que el ritmo siga sonando y ocupe el espacio que demasiados prefieren dejar al vacío, pero, mientras tanto, el Cortijo de Torres volvía anoche a conciliar la ilusión de los más pequeños y la prolongación de las ganas de cachondeo de los más talludos. En los carricoches más reclamados había que guardar cola, lo mismo que para hacerse con unos pinchitos y una cerveza fría (en honor a la verdad, es casi más difícil encontrar una cerveza fría en el Real de la Feria que en Brooklyn) en las casetas. Pero, qué quieren que les diga: para enterarse de lo que es una Feria de verdad había que ir al Auditorio Municipal y participar en la fiesta que habían organizado los de Siempre Así. Que no se diga. El patriotismo continuará hoy sumando puntos con el concierto de Marta Sánchez, pero si algo bueno tiene la Feria de Málaga es que no entiende de insignias, de orígenes ni de medallas, por más que algunos pretendan lo contrario. Todos los que se suben al carro son vecinos de la misma ciudad sitiada. Y por eso convendría cuidarla un poco más. Por si acaso.

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