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"Con la tripa llena se me quitaba la ansiedad"

  • El paciente que pesa 300 kilos relata cómo llegó a "abandonarse"

Juan José, en el hospital Clínico.

Juan José, en el hospital Clínico. / m. h.

Juan José Suárez no sabe con certeza cuánto pesa. No existe, asegura en declaraciones a este periódico, báscula que pueda indicarlo. "Un doctor me dijo una vez que, a ojo, creía que pesaba unos 300 kilos", apunta. La primera noche en el Hospital Clínico, hasta donde los bomberos tuvieron que trasladarle el lunes tras aceptar someterse a una intervención quirúrgica dado su grave estado de salud, ha transcurrido con normalidad, aunque reconoce que no son pocas las complicaciones que afronta el personal sanitario para atenderle. "No hay una grúa para moverme y hasta para cambiar de postura, después de varias horas, tienen que juntarse 10 ó 12 celadores para levantarme a pulso", se lamenta.

Desde pequeño, según su testimonio, era "gordito". Con 11 años ayudaba a su padre, que trabajaba en la Cofradía de la Misericordia, y a partir de los 35, disfrutó de varios contratos temporales, hasta que un día se desplazó a Alicante - donde vive una hermana suya- y encontró un empleo como delineante en una oficina de control técnico. "Cuando llegué, pesaba unos 220 kilos y adelgacé. Hacía cinco horas de bicicleta estática todos los días. Como no podía aguantar tanto rato, me ponía en el suelo con la bicicleta entre las piernas para pedalear", recuerda.

Diez años después, el estadillo de la crisis le llevó al desempleo y terminó volviendo a casa de sus progenitores. "Al día siguiente de llegar, murió mi padre. Tenía 90 años", cuenta Juan José. Ya llevaba unos años tomando un tratamiento por depresión y sufrió una recaída. "Me levantaba solo de la cama para cuidar a mi madre, para hacerle la comida y ponerle la tele. Cuando acababa, me volvía a meter, con la cabeza tapada, la persiana cerrada y la luz apagada. Estuve en esas condiciones un año. Había vuelto a engordar un montón", relata.

Comía "por ansiedad" y llegó a tener dificultades para percibir el sabor de los alimentos. "Cuando tenía la tripa llena se me quitaba la ansiedad. Se lo comenté a un endocrino y me dijo que eso le pasaba a muchos obesos grandes. Una vez me estaba tomando una manzana y la boca me sabía a detergente. Se ve que el cerebro no la identificaba", explica.

El enfermo reconoce que se había "abandonado" y se resignó a pensar que cuando le "tocara morir" lo haría, ya que no veía la "diferencia" a seguir viviendo. "Me fui deteriorando poco a poco y, cada vez, engordando más. Mi madre murió y me quedé solo en casa. Un hermano venía a pasar los fines de semana y una trabajadora del Ayuntamiento me ayudaba dos horas al día de lunes a viernes", narra.

Pero el martes de la pasada semana volvió a caerse y tuvo que recurrir de nuevo a los bomberos. "Ya no me podía levantar y estuve seis días en el mismo sitio, sin moverme y casi con la misma postura", señala Juan José. Sus tres hermanos acudieron a su domicilio y Lola, una de ellos, se quedó a cuidarle. "No sé qué habría hecho sin ella", expresa. "Antes de caerme ese día, ya lo había hecho cuatro o cinco veces y también tuvieron que venir los bomberos", destaca. Tras haberse agravado su estado, solo un día, y con "muchísimo trabajo" entre los tres hermanos consiguieron asearle.

El hombre, de 52 años, es consciente de que ya necesitaba operarse "hace 20 años", pero por "miedo" a los riesgos, "que entonces eran muchísimos", se negaba a hacerlo. Ha tenido que transcurrir una semana "sin moverse" para ceder a pasar por quirófano. En la habitación del Clínico le ha pedido a su hermana que le saque una foto para recordar el aspecto que no quiere volver a tener. Ayer se encontraba en el área de Observación, a la espera de pasar a la planta de Endocrinología. Ahora pasará por "un periodo de ayuno de unos días". Solo podrá tomar tres batidos al día y agua. "Luego me pondrán otra dieta y ya decidirán cuándo pueden operarme", señala.

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