El Prisma

Nuestras vergüenzas

  • Es evidente, y Alonso lo sabe, que el sector turístico precisa una gran renovación para ser competitivo · Pero la principal apuesta por la calidad pasa por tener unas playas de las que no abochornarse

SIN necesidad de coger carrerilla, el hiperactivo consejero de Turismo ha alcanzado velocidad de crucero nada más tomar posesión. Han sido tantos años a la espera del merecido cargo que Luciano Alonso no ha necesitado de esos cien días de cuartelillo que tan rápidamente se les pasan a otros. El político malagueño no para de presentar proyectos con los que pretende revitalizar un sector que, junto con el Comercio -también de su responsabilidad-, representa el 25% del PIB andaluz y será vital para salir de la crisis. Su última idea, dentro del Plan Qualifica, la presentó el jueves y pasa por seguir el modelo de Miami para combatir la imagen de masificación urbanística y desarrollismo ganada a pulso por la Costa del Sol en los últimos años. Playas más amplias, con grandes zonas verdes y equipamientos deportivos y de ocio de calidad y menos ladrillo.

El jueves, cuando el consejero avanzaba el proyecto, yo precisamente apuraba las últimas horas como anfitrión de una familiar estadounidense. Linda Anderson no es de Miami, sino de la otra punta de los Estados Unidos, del estado de Washington. Conocido como el estado evergreen (siempre verde), hogar de Microsoft y Boeing y cuna del grunge que globalizaron Pearl Jam y Nirvana, el Noroeste de EEUU posee riquezas naturales tan exuberantes -el monte Rainier, las orcas cruzando Puget Sound- que había que pensarse bien los lugares que enseñar a la guiri en su visita para no hacer el ridículo. Justamente el tipo de turista que Alonso quiere traer con iniciativas como el vuelo Málaga-Nueva York.

Así que la mejor opción era presumir de historia, de entramados urbanos, del carácter hospitalario de la gente. Y tras conocer Barcelona, Granada y Sevilla le tocaba el turno a Málaga. En la provincia parecía obligado visitar Marbella, el puerto de Benalmádena, Nerja y Frigiliana para hacerse una idea aproximada de la Costa del Sol.

Además, habría sido un crimen no enseñar los tesoros de Antequera o la belleza incomparable y señorial de Ronda. En cuanto a Málaga, no podían faltar el paseo por calle Larios, la Catedral y Alcazabilla; la visita a un Museo Picasso al que se han conocido horas mejores; la limonada en casa Mira; el baño de masas paleño de una mariscada nocturno-festiva en el Pimpi Florida al son de la música que pincha el maestro Jesús detrás de la barra; la copa de medianoche en una terraza de Pedregalejo; la cena familiar en un chiringuito de la Torre de Benagalbón, el almuerzo mágico rodeado de la atmósfera cómplice que inunda el mesón Huesca del camarada Ignacio.

¿Pero qué hacer durante estos primeros calores de julio si la yanqui se había traído bañador y se empeñaba en ir a la playa a la luz del día? ¿Cómo arriesgarse al bochorno de refrescarse entre natas fecales en La Cala del Moral, en la mierda flotante en Maro o en Artola? ¿Qué clase de mentira habría que inventar para decirle a la extranjera que todo era un accidente, aim sorri, no volverá a pasar?

Así que decidimos irnos un par de días a Cádiz, a las cristalinas playas de Caños de Meca y problema resuelto. Más difícil lo tendrá Luciano Alonso. El principal desafío al que se enfrenta el consejero de Turismo no es de su competencia y muchos incompetentes han sido incapaces de resolverlo en los últimos treinta años. Se llama saneamiento integral, ¿les suena?

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