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El día que sangró Dios

  • El líder pierde su primer partido de la temporada contra Las Palmas, que se pone a punto

  • Ontiveros destacó en un Málaga serio pero sin inspiración

Hasta cinco jugadores del Málaga rodean a Rubén Castro en un lance del partido contra Las Palmas.

Hasta cinco jugadores del Málaga rodean a Rubén Castro en un lance del partido contra Las Palmas. / fotografías: la otra foto

El Málaga también sangra y es noticia, porque no sabía lo que era. No tenía rasguños en su carcasa hasta que llegó a Las Palmas. Hasta la fecha acumulaba cinco partidos saliendo ileso, cortando el cable en el momento exacto. Los de Manolo Jiménez han logrado un triunfo de calidad porque sobre el papel son archienemigos en el camino que conduce a Primera División. Pero además es también un mensaje al resto de la categoría, que ahora sabe que los blanquiazules también son mortales, que pueden fallar y que pueden ver pasear a la fortuna del brazo de otro.

Todo esto ya lo sabía Juan Ramón Muñiz. Lo venía avisando. Pero cuando uno está en la nube no quiere oír hablar de borrascas. El asturiano tiene varios doctorados en Segunda, además, con máximas distinciones. Quería ganar y poner algo más de tierra de por medio con un rival directo, cómo no, pero no hace drama por irse sin premio.

Esa normalidad es lo que necesita el equipo. Porque la euforia del entorno no se puede controlar, pero las emociones a nivel de vestuario sí se deben manejar con sumo cuidado. El Málaga ha hecho un gran sprint inicial, pero nadie puede perder la perspectiva: Segunda es maratón.

Salió bien parado el Málaga de la primera mitad en el Gran Canaria. El comienzo fue para los de Muñiz, que imprimieron su sello y dejaron notas que acreditan su dignidad de líder. Mandó sin conceder y pudo hasta adelantarse por mediación de un Javi Ontiveros que, de falta directa, obligó a Raúl a una estirada providencial cuando no se habían jugado ni diez minutos.

Superado el cuarto de hora el balón le fue arrebatado y Las Palmas usó la carta del anfitrión. Blum estuvo a punto de marcar de cabeza tras un centro de Rubén Castro. Munir tiró de rango y la arrancó de la escuadra. En el mismo córner consecuencia de esta acción, los canarios reclamaron un penalti de Cifu a Tana que sirvió a los amarillos para terminar de encender motores.

El centro del campo, y por consiguiente el balón, era manipulado por los de Manolo Jiménez (con porcentajes de posesión por encima del 60%), con orden de probar fortuna de lejos en todo momento. No quería conceder contras al Málaga de ninguna de las maneras. Pero los blanquiazules resistieron con estoicismo y llegaron al ecuador rondando el gol en el añadido, con un orsay muy discutible de Blanco Leschuk tras el enésimo buen pase de Ontiveros.

Las tablas en el marcador eran parte del plan original. Porque aunque todos los partidos cuentan lo mismo, no todas las victorias valen igual. Hay citas de calidad, que definen, que acercan o separan, que son barreras o senderos. Y éste era el caso.

Aunque Las Palmas entró bien tras el descanso, el duelo volvió a tener alternativas. Las del Málaga siempre salieron de un Ontiveros que parece otra persona. El extremo marbellí trabaja de manera infatigable para el colectivo, mete la pierna, hace faltas. Si pierde el esférico, presiona como si no hubiese nada más importante en la vida. Lo mejor de todo es que no está reñido con ser un atacante eficaz.

El canterano fue el mejor del Málaga y el mejor del partido. Comenzó por la derecha, pero Muñiz entendió pronto que le da más cosas por la izquierda a día de hoy que incluso el mismísimo Dani Pacheco. Ontiveros despellejó cuándo y cómo quiso a sus adversarios. Sólo le faltó fortuna con el estoque o que Raúl no estuviese tan inspirado. El meta canario abortó en el minuto 82 el empate malacitano tras un disparo del marbellí (y seis minutos antes uno de Hicham).

Hay que decir que el Málaga volvió a saber minimizar daños. Salvo los mencionados disparos lejanos, la única ocasión clara en la segunda mitad previa (y posterior) al gol fue un conejo que sacó de la chistera Rubén Castro. El delantero estuvo bien vigilado por los defensas blanquiazules, pero demostró que le sobran hasta los ángulos para ser una amenaza. Picó un balón perdido en el área que cayó con nieve al larguero de la portería de Munir.

Habría sido más que aceptable que el marcador lo hubiera abierto un clásico del gol como Castro, anhelo de Muñiz a inicios de mercado. Escuece un poco que el premio menor se esfumase por un inusual defecto de forma en el sistema defensivo blanquiazul. Coincidió en el tiempo y el espacio una desconexión colectiva con Pau Torres y Adrián en la foto final del gol de Rafa Mir.

Pero así se las gasta Segunda División. La derrota es siempre una opción. Lo importante es lo que seas capaz de hacer después de ella. Y el Málaga, aparentemente, está mentalmente bien armado.

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