Noches mágicas hubo unas cuantas en la Champions League, pero pocas más grandes que aquella del 13 de marzo de 2013, con La Rosaleda a reventar y un 1-0 en contra que levantarle a un Oporto que había golpeado muy duro en el encuentro de ida. Aquella cita estaba reservada para que el Málaga escribiese su última gran página, porque lo que vino después fue la cruel eliminatoria contra el Borussia en cuartos de final.
Era el apogeo del althanismo en lo deportivo. Convivían el abandono del club, sobre todo a nivel económico, con los éxitos deportivos más grandes de la historia del Málaga. Era casi milagroso que se salvase tanto match ball a niveles de institución (aunque finalmente llegó un golpe letal con la sanción que impidió al equipo blanquiazul jugar Europa League). Pero todo daba igual, porque el Málaga seguía derribando muros, escalando cimas nuevas. Los goles de Santa Cruz e Isco sabían a fruto prohibido, a maná reservado a otros.
Y eso que en menos de 10 meses de diferencia se había tenido que malvender a Santi Cazorla, resolver una situación crítica en verano por denuncias por impagos, fichar a buenos futbolistas pero de saldo (Saviola, Iturra, Roque...) en lugar de los fichajes de talonario... Ahora, un lustro más tarde, tras años de cierta austeridad, el Málaga ha equilibrado y adecentado sus cuentas. Pero se va a Segunda, con una descapitalización futbolística criminal.
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